Ninguna imagen define mejor la trayectoria centenaria del PNV que la idea de un «péndulo patriótico». Este fue el título elegido por los historiadores José Antonio Rodríguez Ranz, Santiago de Pablo y Ludger Mees para dar nombre a su historia del partido. Un título que sintetiza el modus operandi de una formación que ha hecho de la ambigüedad política una de sus fortalezas. No sólo por su habilidad para hacer compatible el tradicionalismo ideológico con el desarrollo de una maquinaria electoral eficaz y moderna. Sino, sobre todo, por su capacidad para moverse como pez en el agua entre el radicalismo y la moderación, es decir, entre el discurso independentista y el acomodo de sus reivindicaciones nacionalistas en el mapa autonómico español.
El Aberri Eguna (Día de la Patria), que se celebra hoy, ilustra este equilibrio entre tradición y modernidad, radicalismo y moderantismo, que el PNV incorpora a su lógica de hacer política. El Aberri Eguna, fundado en 1932, conmemoraba en su primera edición los 50 años de la revelación que convenció a Sabino Arana de que su patria no era España, sino Vizcaya. El PNV hizo coincidir dicha revelación con la Pascua de Resurrección, dando forma a una celebración que, no por casualidad, colocaba en un mismo plano política y religión como estrategia para movilizar a sus simpatizantes en el clima laicista de la II República.
En la actualidad, lo más característico del Aberri Eguna es que permite ver en acción las dos almas del partido. Históricamente corresponde al lehendakari hacer un discurso institucional marcado por un tono moderado que cuida el anclaje en las instituciones del Estado, mientras que toca al presidente del partido moverse en un registro más duro que atiende a las reivindicaciones de los sectores más radicales del PNV. Dos almas reforzadas por el modelo de partido, pues sus estatutos no permiten compatibilizar cargos orgánicos e institucionales, hecho que permite cultivar dos perfiles políticos opuestos que, sin embargo, responden a la misma estrategia.
Lo expuesto puede ayudar a entender por qué el PNV ha optado por un tono más duro con el Gobierno a medida que se ha acercado el Aberri Eguna. El discurso sobre la vuelta de los «años negros del aznarato» y el condicionamiento de su apoyo a los Presupuestos a la desaparición del 155 bien pueden interpretarse como parte de la preparación del clima de opinión para su celebración anual. Sobre todo porque la realidad es algo distinta. La estrategia de diferenciarse del nacionalismo catalán en su enfrentamiento con el Estado coincide en el tiempo con la mayor hegemonía política del PNV en la Historia. No sólo dirige el Gobierno vasco, sino que controla las tres diputaciones provinciales y los ayuntamientos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Al tiempo que, según el último Euskobarómetro, el apoyo a la independencia en el País Vasco ha bajado cinco puntos en los últimos tres años, ubicándose por debajo del 30%. Son datos que invitan a considerar que, más allá de los discursos de hoy, el disfrute de ese poder acumulado es el límite real del radicalismo del PNV.