Cristian Campos-El Español
Dice Richard Dawkins que un creyente es un ateo de todas las religiones menos una porque cree en un dios, el suyo, pero descree del resto de los dioses, a los que considera paparruchas: Buda, Alá, Yahvé, Shiva, Thor, Zeus, Tongnaab, Shangti, Poseidón, Anubis, Odín… Un ateo es alguien que ha llevado su descreimiento un solo dios más allá.
El periodismo se parece mucho al creyente de Dawkins. El periodista sabe que el 99% de la realidad son paparruchas y que nadie leería un periódico en el que se dijera que ningún hombre ha mordido a ningún perro hoy, que todos los trenes del país llegaron la semana pasada puntuales a su destino o que la gravedad sigue siendo atractiva.
La «antinoticia» es un concepto que no te enseñan en las facultades de periodismo porque en ellas se venera el dogma de que el periodismo debe reflejar la realidad. Todos los periodistas hemos tenido un profesor de esos que dicen: «¿No sería maravilloso que un día el periódico sólo publicara buenas noticias?». Se podrían hacer tazas con esa idiotez y donar los beneficios de su venta a la Asociación de Tristes de la Vida.
No, no sería maravilloso. Sería un coñazo, además de la muerte del periodismo.
El periodismo, en fin, no refleja la realidad. Busca en ella el elemento disonante y lo ilumina desde el ángulo menos favorecedor para captar la atención del espectador. El periodismo (también) es entretenimiento. Sólo un cínico lo negaría.
La antinoticia es que el inocente proclame su inocencia. También lo es que la proclame el culpable. Que el culpable proclame su inocencia, de hecho, no es noticia, sino rutina. Es el 99% de la realidad. Casi una ley de la física. Antes fallará la gravedad. Noticia es que Marlaska diga «sí, lo he cesado por negarse a prevaricar».
Y por eso el periodismo, como los creyentes, descarta el 99% de las opciones, centra toda su atención en el 1% restante y construye un altar a sus pies. El periodista convierte las incomodidades en contratiempos, los contratiempos en problemas, los problemas en crisis, las crisis en cracs, los cracs en hecatombes, las hecatombes en apocalipsis y los apocalipsis en un descuento del 15% para los nuevos socios, que estas cosas siempre ayudan.
Y por eso las drogas de un periodista, que hay que administrar con cuidado porque enganchan más que la heroína, son la hipérbole, el adjetivo, la metáfora, los paralelismos, el oxímoron, el retruécano.
La excepción a la regla es el periodismo pedrette. El periodismo pedrette es un caso particular de periodismo que no concentra el jugo de las noticias para emborrachar al lector, sino que las diluye para que este las engulla como la papilla de un recién nacido.
«Es sólo una gripe». «Dice Fernando Simón que no habrá más que unos pocos contagios en España». «Lorenzo Milá se burla de los histéricos». «El informe que acusa al Gobierno de una posible negligencia criminal con el resultado de 26.000 muertos tiene dos o tres errores en 81 páginas». «El sospechoso dice que la víctima se suicidó acuchillándose 36 veces en la espalda».
El periodismo pedrette es el periodismo de la antinoticia. Ya hay que estar muerto por dentro para acabar así tras comerte una carrera de periodismo. ¡Hijo de mi vida, para acabar de palmero del corrupto de turno haberte ahorrado los créditos! Con enviar el currículo al departamento de prensa del partido ibas más que servido.
Al final tenían razón ellos. Son el 99%. El 99% de las paparruchas. Periodismo es el 1% restante.