Vicente Carrión Arregui, EL CORREO, 5/7/11
Pese a su tono benevolente, las declaraciones con que Martín Garitano ha estrenado el cargo de diputado general de Guipúzcoa me dan miedo. Habla de la violencia como de un sirimiri que nos habría mojado a todos por igual, agresores y agredidos; Casas versus Muguruza, la violencia es una mochila con la que cada uno ha de cargar y el sufrimiento un señuelo que algunos utilizan con muy poca ética para desviarnos de lo auténticamente importante: la libertad de nuestro pueblo oprimido. Y no me da miedo que sean la independencia o los presos sus motivaciones principales -¡allá él con sus prioridades!- sino que pretenda ignorar que su poder se cimenta en la sangre, el miedo, la extorsión, las mentiras y los complejos de una población acobardada que intenta «pasar página» callando, ocultando, fingiendo. Como si nos supiéramos que sólo la catarsis, la expresión de los sentimientos, el reconocimiento de errores y culpas y el perdón pueden ayudarnos a tirar para adelante.
No me extraña por tanto escuchar a Florencio Domínguez decir que podemos estar perdiendo la guerra contra ETA pese a haberle ganado tantas batallas; o a Joseba Arregi expresar su cansancio y su temor a que «la narrativa» de lo que nos ha ocurrido en las últimas décadas pierda de vista la necesaria centralidad de las víctimas del terrorismo etarra. Otros, como Emilio Guevara, expresaban su temor a que los votos de Bildu, Aralar y el PNV conduzcan al País Vasco a una deriva independentista que haría bueno el proyecto etarra. En fin, cundía el desánimo en el acto de la Fundación Buesa al que estoy aludiendo, como también entre los amigos de Bakeaz y entre muchos de quienes contemplan con impotencia cómo se aúpan al poder aquellos que hasta anteayer jaleaban el crimen y aún ahora se esmeran en disimularlo con retóricas perversas.
Aun así, por tediosa y cansina que sea la pelea simbólica que se nos avecina en torno a banderas, pancartas, retratos reales, homenajes, fotos de presos y asesinos, etc., el pesimismo que tan comprensiblemente invade a quienes, además de la muerte han sido y son víctimas de extorsión, rechazo, amenaza, miedo o estigmatización y no acaban de ver el término ni la reparación de sus sufrimientos es una actitud muy peligrosa porque nos paraliza, repliega e incita a desentendernos del tema, abominando de nuestros congéneres y haciendo todo lo contrario de aquellos cuya memoria decidimos reivindicar. Por respeto a quienes lo ofrecieron todo por una Euskadi libre de miedos y tópicos no podemos ceder al pesimismo. Pero no sólo por eso.
No podemos ceder al pesimismo porque es infundado, porque la niebla de la actualidad inmediata nos impide apreciar un paisaje de donde estamos erradicando la chulería y la agresión que lo contaminaban. ¿Acaso alguien habría imaginado hace unos meses la imagen del alcalde donostiarra de Bildu, Izagirre, abrazando en Madrid el proyecto de su antecesor Odón Elorza, centrado en la convivencia y la paz? Se han hecho lecturas inversas de este mismo hecho pero no hay duda que vamos a compaginar provocaciones de todo tipo, léase la del retrato del rey, con el «aterrizaje» forzoso que las dinámicas institucionales van a imponer a quienes difícilmente podrán compatibilizar sus añoranzas antisistema con la gestión satisfactoria del mismo.
También veo sesgada la interpretación del éxito electoral de Bildu. Desde los años 70 el País Vasco se viene jactando de la tenacidad de sus sentimientos antirepresivos contra todo lo que derive en juicios, tribunales y prohibiciones procedentes de «Madrid». Creo que las polémicas en torno a la legalización de Bildu y Sortu, tan próximas en el tiempo a las elecciones, han inflado terriblemente sus resultados. No sólo por parte de quienes, como se dice, votaban en Bildu al fin de ETA sino también por esa tantísima gente cabreada con los políticos tradicionales y la crisis, siempre encantada de apoyar al más «débil», confundiendo la defensa de su derecho a presentarse con darle su voto, dando por hecho que lo que no gusta a Madrid nos da un plus de vasquidad, ese pedigríy que nos hace únicos y nos redime de nuestros apellidos castellanos o de nuestro euskera paupérrimo. En los análisis sociológicos del 15M en Euskadi se acentúa su aspecto más social, como si tal movimiento no hubiera sido fagocitado por los de siempre (EL CORREO, 26-6-11). Quizás Bildu haya canalizado buena parte de ese hartazgo que en otras zonas de España no ha tenido altavoz electoral.
En fin, con todas las sombras que se quiera, creo que es un disparate afirmar que el proyecto etarra se está consumando. Aunque no disuelta, ETA está acabada y sin condiciones de imponer la menor negociación. Quienes lo intenten en su nombre ya saben que el aliento del Estado de Derecho sopla en sus nucas. Puede que el precio a pagar por ello sea un remonte coyuntural del nacionalismo pero creo que bien vale la pena, más cuando alguno de sus portavoces más recalcitrantes se ha jugado el cargo por la prepotencia con la que ha posibilitado el triunfo de Bildu. Antes o después, las fosas se reabren, las historias calladas se difunden y el testimonio del horror etarra saldrá a la luz como el de los jemenes rojos, el de Mladic o el de Stalin. Tenemos periodistas, historiadores y escritores suficientes para facilitar que “el relato» de este país no se desfigure, sólo nos hace falta un poco más de audacia desde el Gobierno Vasco, especialmente en Educación y el Cultura, ¡EITB!, ir perdiendo complejos para hacer imposible que quienes pretenden sumergir nuestro paisaje en la niebla del olvido se salgan con la suya.
Vicente Carrión Arregui, Profesor de Filosofía
Vicente Carrión Arregui, EL CORREO, 5/7/11