MIKEL BUESA – LIBERTAD DIGITAL – 11/03/17
· Merecería la pena discutir sin apasionamiento con la mirada puesta en el porvenir energético del país.
Estaba yo recién salido de la adolescencia cuando, en aquellos veranos que pasábamos en Guernica, solía ir con mis amigos a pescar carramarros a un lugar de la ría de Mundaca donde este crustáceo era muy abundante. Para llegar allí había que seguir el curso del cauce durante la marea alta, llevando retel, cuerda y la cabeza o las tripas de un bonito. Con tan exiguo aparejo se hacía aquella tarde de pesca, de la que volvíamos con varios kilos de esos cangrejos que, luego, irían a la cazuela. En aquel paseo siempre atravesábamos un sitio que llamábamos «el petróleo» porque allí se había instalado alguna vez una torre de perforación, con la que se había hecho un sondeo infructuoso en busca del que entonces se solía designar como «el oro negro». De tal acontecimiento no quedaba más que el resto material de la plataforma de hormigón sobre la que se había asentado aquella maquinaria.
En aquellos años, eso de horadar la tierra en busca de petróleo era bastante frecuente, y, de hecho, como supe después, en poco más de una década se habían perforado más de 340.000 metros en distintas localizaciones de la geografía española. Las de Vizcaya habían corrido a cargo de un consorcio hispano-francés que tuvo poco éxito, pues hubo que esperar a 1980 para que se descubriera una bolsa de gas frente al cabo Machichaco, a pocos kilómetros de donde nosotros pescábamos. No es que fuera un gran yacimiento, pues su explotación apenas duró ocho años, aunque hoy aquella oquedad del terreno, bajo el fondo marino, sirve para almacenar el gas que se importa de otros países. La plataforma Gaviota –así se llama–, con sus más de cien metros de altura, puede contemplarse mirando hacia el noroeste desde la altura montañosa del cabo.
España no ha sido afortunada en las exploraciones petrolíferas. No sería hasta 1964 cuando, en el sondeo número 128 de los que se hicieron en aquella época, apareció el preciado hidrocarburo en el Campo de la Lora, en el municipio de Ayoluengo. Y habría que esperar a los años setenta para que emergiera de un sondeo marino en la costa de Tarragona. No obstante, de estos yacimientos se obtiene una producción más bien modesta. Ahora se anuncia que el de la Lora puede ser cerrado, pues la concesión para explotarlo caducará este mismo año. Se dice que aún queda por extraer más del ochenta por ciento de sus reservas y que la empresa británica que ostenta la concesión está dispuesta a hacer nuevas inversiones para lograrlo. Pero lo cierto es que su producción de crudo ha sido declinante con el paso del tiempo; y lo mismo ha ocurrido con el empleo petrolero en la comarca, de manera que Ayoluengo es hoy un lugar asolado por la memoria de lo que fue y que nunca retornará.
Este pueblo burgalés no es lo único que, con relación al petróleo, se ha visto arruinado en España. También lo ha sido el afán por llevar al límite la obtención de hidrocarburos en nuestro suelo, empleando para ello las tecnologías disponibles en cada momento. Éstas incluyen ahora la teledetección aérea previa a los sondeos y también la extracción mediante la fracturación hidráulica. En los últimos años hemos asistido al fracaso de las políticas destinadas a impulsarlas debido a la aceptación por la sociedad de confusos argumentos de protección ambiental que no tienen en cuenta el progreso de las técnicas en esta materia. Sin embargo, ello no ha mermado en nada el mantenimiento de un elevado consumo de hidrocarburos importados que coloca al país en una vulnerable posición energética y económica. Mucho hay de hipocresía y de intereses opacos en este asunto que, seguramente, merecería la pena discutir sin apasionamiento con la mirada puesta en el porvenir energético del país.
MIKEL BUESA – LIBERTAD DIGITAL – 11/03/17