José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Escribe Pla que el catalán es «a veces derrochador hasta la indecencia y otras tan avaricioso como un demente; a veces es un lacayo y otras un insurrecto, a veces un conformista y otras un rebelde»
 

Josep Pla (1897-1981) es, seguramente, el prosista e intelectual catalán más afamado, leído, odiado y querido de Cataluña en el siglo XX. Dotado de una singularísima agudeza para la observación de los acontecimientos y para la descripción de los tipos humanos, el ampurdanés es el definidor —uno de ellos— de la idiosincrasia de los catalanes. Su obra es amplia y variada reunida ya en varios volúmenes. Fue ensayista y periodista. ‘El cuaderno gris’, un libro precoz y extraordinario, es, seguramente, uno de sus textos más logrados. Sus notas dispersas y sus escritos breves, casi anotaciones, cuando se reúnen y se seleccionan, ofrecen un filón de reflexiones que sirven en estos momentos de manera muy particular. Justo cuando las clases dirigentes independentistas están llevando —han llevado— a Cataluña a una nueva derrota histórica. O, por decirlo en palabras digitales de Carles Puigdemont, «esto se acabó». Como se acabó la aventura con Macià en 1931 y como se acabó la de Companys en 1934. Cataluña de nuevo baila con el fracaso.

En noviembre del pasado año se publicó la obra ‘Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas’, unos textos inéditos de Josep Pla editados por Destino que ha sistematizado con cuidado y exquisitez Francesc Montero y que fueron redactados entre 1950 y 1960. Se trata de una recopilación de escritos variados del autor que llegan a alcanzar cierta brutalidad tanto cuando se refiere a España como cuando lo hace a los catalanes y a Cataluña. Me parece que, aunque sea dura la reproducción de algunos pasajes, el desplome del proceso separatista, la división interna del independentismo, el enorme error de cálculo de las élites de la Cataluña política y social y los estragos que ha causado todo ello al conjunto de nuestro país y a España en general, requieren de una terapia de choque. O, en otras palabras: refrescar lo que Josep Pla –no precisamente españolista— opinaba de la forma colectiva de conducirse de sus paisanos y del rumbo de su país, Cataluña.

Se dice que España ha de tener un proyecto seductor para Cataluña. No niego que sea cierto, pero ¿tienen los catalanes un proyecto seductor?

«Hablando con sinceridad, el catalán es un pueblo llorica, nunca está contento». Sentencia Pla con hiriente generalización en la página 189 de sus escritos inéditos hasta el noviembre pasado. Es cierto que, más allá de la dura descripción de «llorica», los catalanes, o buena parte de ellos, llevan siglos —sí, siglos— con el lamento en los labios sin acertar a encontrar una solución que social, cultural y políticamente les satisfaga y cuando consiguen un autogobierno sin igual —de 1980 a 2017— terminan por frustrarlo como ahora lo está por la intervención gubernamental al amparo del 155 tras su insurrección frente al Estado democrático. Se dice que España ha de tener un proyecto seductor para Cataluña. No niego que sea cierto, pero ¿tienen los catalanes un proyecto seductor para todos ellos, sin distinción?, ¿reparan que han echado por la borda el concepto de un «solo pueblo» que integraba a los «otros catalanes» (los migrantes arraigados) y que han quebrado la unidad moral del país?

Reproduzco un párrafo de Pla recogido en esta obra (páginas 57 y 58) que debería ser de obligada lectura para cualquier persona inquieta por lo que ocurre en Cataluña. El autor escribe que «el catalán es un fugitivo. A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. Aspectos todos ellos característicos de la psicología del hombre que huye, que escapa. A veces derrochador hasta la indecencia y otras tan avaricioso como un demente; a veces es un lacayo y otras un insurrecto, a veces un conformista y otras un rebelde. El catalán se evade, no se suma a nada, no se compromete con nadie. Ante lo irremediable del dualismo, procura llegar a su hora final habiendo soportado la menor cantidad de molestias posibles —lo cual le hace sufrir más—. La careta que lleva puesta toda su vida le causa un febril desasosiego interno. Es un ser humano que se da —que me doy— pena». Todo esto lo escribe un catalán paradigmático.

Este terrible párrafo parece escrito esta misma semana, referido a los que han convertido la insurrección catalana de octubre de 2017 en otro fiasco histórico que quedó reflejado en esa mensajería telefónica entre Puigdemont y Comín el pasado miércoles en Bélgica. «Se acabó», escribió ese «fugitivo» que ha zarandeado Cataluña y España con «manía persecutoria», a veces, y otras, con «engreimiento» en palabras —¿proféticas?— de Josep Pla. España ha de seducir a Cataluña cuantas veces seas necesario, pero Cataluña debe hacer un ejercicio de introspección general, leer a sus mejores psicólogos colectivos —Pla, Gaziel, Vicens Vives— y proponerse que no se puede deambular por la historia en permanente estado de estéril descontento y en crónicas tesituras ciclotímicas y fantasiosas como la que representa en este siglo XXI Carles Puigdemont y la cohorte de aduladores, en la política y en los medios, que han jaleado su proyecto irreal y sus expectativas inverosímiles.