Javier Caraballo-El Confidencial
- La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha modificado severamente las urgencias de Europa y las prioridades políticas para los próximos años
Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se le ha vuelto a torcer la legislatura. Y es la tercera vez que le pasa desde que ganó las elecciones, en noviembre de 2019. Una vez más, todos sus planes de gobierno se han comenzado a desmoronar y ya nada ocurrirá como tenía previsto: un apacible final de mandato, hasta los últimos meses de 2023, gestionando la mayor inversión de ayuda pública de la Unión Europea, los 144.000 millones de euros comprometidos para modernizar España y sacarla del agujero de crisis de la pandemia. Nada de eso sucederá porque la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha modificado severamente las urgencias de Europa y las prioridades políticas para los próximos años.
No es que la Comisión Europea haya renunciado a su proyecto Next Generation UE, pero ya podemos vaticinar que ni la llegada del dinero público se producirá con la fluidez que se esperaba ni el entorno de guerra y posguerra al que nos enfrentamos nos permitirá salir de la crisis como estaba previsto. Nunca podría haber imaginado Pedro Sánchez el mal fario que le acarrearía eso que dijo a mediados de 2020, tras el acuerdo histórico de los 27 socios de la Unión Europea: “Estamos ante un auténtico plan Marshall”. Lo dijo así, enfático, a pesar del mal recuerdo que se tiene en España de aquel plan de recuperación europea tras la Segunda Guerra Mundial, porque aquí no llegaron las ayudas. No es que vayamos a ser excluidos otra vez, claro, pero la lluvia de millones esperada también puede pasar de largo en esta legislatura. Entonces, Pedro Sánchez se quedará esperando, como el Pepe Isbert de la película del mítico Berlanga, el alcalde don Pablo que se quedó compuesto y sin fondos. “Como alcalde vuestro, yo os aseguro que, para pagar esto, ni un céntimo ha salido de las arcas públicas, porque en las arcas jamás ha habido un céntimo”.
Los tres contratiempos que ha tenido que superar son, además, de origen y naturaleza completamente distintos. El primero de ellos, que carece de importancia junto a los otros dos, se refiere a las últimas elecciones generales de noviembre de 2019 en las que, en contra de sus previsiones, no solo no mejoró la presencia del PSOE en el Congreso de los Diputados, sino que la empeoró sustancialmente: los socialistas perdieron tres escaños con respecto a los que habían conseguido seis meses antes y, además, perdieron también la posibilidad de intentar un acuerdo con un partido de centro, como era Ciudadanos. Si lo que esperaba era aumentar diputados a costa de este partido, que se hundió, no solo no lo consiguió, sino que tuvo que tragarse sus palabras —“no dormiría tranquilo…”— y llamar a Pablo Iglesias para gobernar juntos. Ese fue el primer contratiempo que, al menos en los dos primeros años de legislatura, podría decirse que ha conseguido superar porque la radicalidad de Podemos no se ha plasmado en las decisiones del Consejo de Ministros; ya veremos qué ocurre hasta las elecciones porque, como estamos viendo, también en el seno de la coalición morada se detecta un proceso de descomposición y enfrentamiento interno que puede acabar estallándole.
El segundo contratiempo surgió a los tres meses de formar ese Gobierno de coalición: una pandemia mundial que desbarataba cualquier diseño legislativo que hubiera elaborado, como también ocurrió en el resto del mundo, por otra parte. En todo caso, tampoco se podrá negar que, pese a la terrible severidad de la pandemia —la semana pasada, España superó los 100.000 fallecidos por covid-19—, el presidente del Gobierno ha afianzado su relación con Europa en los dos aspectos fundamentales, por los que siempre había apostado en el seno de la Unión: la compra conjunta de vacunas y el plan posterior de recuperación. Los constantes elogios de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, atestiguan la buena imagen del presidente español en los organismos europeos, labrada fundamentalmente durante los dos años de más dureza de la pandemia.
En enero pasado, la propia Von der Leyen fue la encargada de escribirle una carta al presidente Pedro Sánchez en la que lo felicitaba por la gestión de los fondos y los planes de inversión aprobados por su Gobierno, lo que convertía a España en el primer país en recibir dinero del Plan de Recuperación y Resiliencia. Dos meses después, sin embargo, todo ha vuelto a cambiar de nuevo por la guerra de Ucrania. La convulsión es de tal envergadura, y el horizonte de incertidumbre tan lejano, que en Europa la prioridad ha dejado de ser la salida de la pandemia. Sencilla y trágicamente.
En lo referente solo a los gastos, nadie podrá dudar de que Europa va a tener que hacer frente a un enorme desembolso solo para pagar los efectos directos de la guerra en Ucrania. Podemos detallar varios pagos, sin necesidad de profundizar más. En primer lugar, la atención a los refugiados ucranianos, que ya se acercan a dos millones, pero que, según algunas previsiones, podrían acabar rozando los 10 millones de personas. En segundo lugar, el incremento de los gastos de Defensa, no solo los inmediatos para reforzar con armamento la resistencia ucraniana, sino los que se pretenden comprometer para la construcción progresiva de un ejército común en Europa, o un mecanismo de defensa común, como ya se ha expresado en el Parlamento Europeo.
La incertidumbre sobre cómo acabará este conflicto no permite augurar nada más, pero, ocurra lo que ocurra, tanto si Rusia acaba invadiendo y dominando plenamente Ucrania como si se acaba replegando a solo una parte del territorio, los costes serán cuantiosos para la Unión Europea. En el primer supuesto, como ya estamos viendo, las severas medidas económicas y financieras contra Rusia también afectan negativamente a la economía europea y, en el segundo supuesto, la Unión Europea se verá obligada a financiar una parte importante de la reconstrucción del país. El resultado, en definitiva, será más gastos y menos dinero público europeo en un entorno de grandes desequilibrios económicos que ya se arrastraban y que, ahora, se han vuelto a disparar: inflación, subida de carburantes y electricidad, ralentización del crecimiento, desabastecimiento de algunas materias primas… ¿Había dicho Pedro Sánchez que este sí que era un auténtico plan Marshall? Pues ya veremos cómo no lo repite más.