Juan Luis Ibarra Robles y Miguel Ángel García Herrera-El Correo
Expresidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco y catedrático emérito de Derecho Constitucional de la UPV/ EHU
- A la voluntad autocrática imperialista sin otro norte que el dinero se superpone un discurso de violencia que fija en la guerra su mirada constante
Trump está dispuesto a dotar al siglo XXI de una nueva identidad. Tanto las resistencias como los resultados de su actuación disruptiva son, a día de hoy, impredecibles. Pero podemos ya reseñar las tendencias que se advierten inspiradas en el Proyecto 2025. Una cuestión central es el alcance de las mutaciones en la naturaleza del capitalismo contemporáneo. La presidencia de Trump propone una alternativa acorde con los requerimientos del capitalismo digital: la innovación se basa en la eliminación de obstáculos legales a la acumulación de datos impulsada por la Inteligencia Artificial, en la implicación económica del Estado y en la desactivación de las resistencias democráticas, incluido el desmantelamiento de las agencias reguladoras. El nuevo capitalismo necesita «conquistar» el Estado. Y como sostiene la académica Katharina Pistor, el Gobierno es amistoso con los negocios y es un «negocio en sí mismo». Los negocios sustituyen a los valores.
Junto al cambio en el sistema económico, el activismo de Trump está dejando su impronta en una transformación de la forma política. Hay elementos estructurales previos preocupantes: además de las conocidas imperfecciones de la Constitución estadounidense, la construcción jurisprudencial de la inmunidad presidencial por sus acciones oficiales, que sitúa al presidente como monarca por encima de la ley (la magistrada Sonia Sotomayor), la conversión de las elecciones en una competición monetizada entre oligarquías, el hostigamiento a la libertad de expresión por medio del acoso a los medios de comunicación, la politización de los nombramientos de la Magistratura… Todo ello acentúa la autonomía del poder respecto de la sociedad.
Trump inflige una quiebra al constitucionalismo: al aplicar la teoría del Poder Ejecutivo unitario, el presidente, al margen de la ley y del Congreso, interfiere el funcionamiento y presupuesto de las agencias reguladoras: revisa sus propuestas, bloquea sus fondos en caso de conflicto con el Ejecutivo, hace vinculante la interpretación presidencial de la ley y dirige personalmente procesamientos penales. Es decir, persigue concentrar el poder y, en su caso, eliminar los límites y controles.
En segundo lugar, como recuerda Martin Wolf, la drástica reducción o eliminación de las agencias federales constituye no una reforma, sino la destrucción del Estado y la persecución de la disidencia. En tercer lugar, funciones claves del Estado, como la investigación y la defensa, son asumidas por empresas privadas. El nuevo capitalismo digital requiere de un mito y de un objetivo político. El mito es la utopía vinculada a la Inteligencia Artificial defendida como ruptura de civilización. Según el Manifiesto Tecno-optimista, la tecnología será la solución a todos los problemas de la Humanidad: mejores salarios, abundancia material, medicina eficaz; en suma, todos seremos ricos y sanos. Este cambio requiere emprender el viaje de los héroes y rebelarnos: desterrar viejas ideas como el riesgo existencial, el desarrollo sostenible, la responsabilidad social, el principio de precaución, la verdad y la seguridad, la ética tecnológica, los límites del crecimiento…
Es el tiempo de construir y los constructores son los innovadores visionarios sin límites; y antes, destruir. La utopía incluye la colonización mercantil de Marte, un espacio en el que erigir desde cero como alternativa al agotamiento de la Tierra. El objetivo político es conservar la posición hegemónica y la primacía dólar-ejército en el contexto de esferas de influencia. Se inscribe en el plan de Trump, que opta por la fuerza, los aranceles para redefinir las reglas del comercio mundial, la depreciación del dólar y el mantenimiento de su función de reserva mundial, la apreciación de las otras divisas, la transformación de su deuda pública por medio de bonos a largo plazo, las inversiones y la compra de bienes y servicios en Estados Unidos y el condicionamiento del escudo militar.
Una pieza clave del Proyecto 2025 es el maridaje entre Silicon Valley y el Pentágono: el Estado asegura la financiación, la ausencia de límites internos y la expansión externa; a su vez, con la externalización de la defensa los poderes privados refuerzan las capacidades militares. Esta relación se concreta en las aportaciones de Amazon, de Google, de Meta, de Space X, de Palentier, que firman contratos públicos milmillonarios (según ‘The New York Times’, 38.000 millones para Elon Musk). Las empresas consiguen una influencia política sin precedentes. Y así, se aviva la euforia financiera pública y privada asociada a la IA.
Es un proyecto de altos riesgos para cambiar las sociedades y el mundo. Es urgente que seamos conscientes del peligro. A la voluntad autocrática imperialista sin otro norte que el dinero se superpone un discurso de violencia que fija en la guerra su mirada constante.