José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Estos órdagos en la UE tienen un coste político muy alto, porque lo que se pretende para el mejor funcionamiento del club de los Veintisiete es eludir al máximo el derecho de veto
La política tiene su propio lenguaje, cuya significación es fácil que se escape a los no iniciados. Cuando un jefe de Gobierno se levanta de la sala de reuniones del Consejo Europeo, recoge sus papeles y se va exclamando “¡así no puedo seguir!” (*), todos los demás colegas entienden que está gestualizando un veto sin formulación explícita. Y eso es exactamente lo que hizo Pedro Sánchez el pasado viernes en Bruselas.
Ante la posibilidad muy verosímil de que Alemania y los Países Bajos se negasen a admitir las pretensiones del presidente del Gobierno español —secundado pausadamente por el portugués—, el secretario general del PSOE enfatizó el gesto y, ante lo que se le venía encima, hizo un teatral mutis por el foro.
Es explicable. No podía regresar a Madrid con las manos vacías después de una hiperbólica gira por las capitales europeas tratando de liderar una reforma estructural en la formación de los precios de la electricidad. Nadie se la compró y, como alternativa, recurrió a la ya conocida metáfora isleña: nuestras interconexiones son mínimas con el resto de Europa (el 3%). El argumento se traduce así: como España es irrelevante en el mercado único energético, déjennos ustedes el respiro de unos meses para, generando déficit de tarifa, poder contener, e incluso bajar, el precio de la electricidad.
El presidente Sánchez adujo, además, que tenía en la calle a ganaderos, transportistas, agricultores y pescadores; que el endeudamiento del Estado español supera el 120%, la inflación el 7,5% y que la recaudación fiscal se desplomaría si adoptase medidas similares a las francesas o alemanas. Las arcas hispanas, por si fuera poco, no dan más de sí para ayudas y subvenciones directas adicionales a las que ayer anunció. O me dejan ‘topar’ el gas una temporada, o me voy de Bruselas sin posibilidad de gobernar. Y tocan elecciones.
El éxito de Sánchez ha consistido en parecer que se indignaba porque una filtración le atribuía un veto, cuando, efectivamente, esa era su intención, solo que sustituyendo una negativa por un tremendismo que, aunque muy efectivo, le lesiona ante sus pares porque desmiente sus loadas dotes de autocontrol. Esa salida indignada de la sala del Consejo fue realmente brillante y oportuna y de significado inequívoco. Como Sánchez no quería parecerse ni al polaco ni al húngaro (ambos usan los vetos sin remilgos), en un derroche de creatividad, introdujo una nueva forma de disenso: sin su presencia, el Consejo no podía adoptar ningún acuerdo porque la materia exigía unanimidad.
Después, una vez que el resto de los jefes de Gobierno y de Estado repararon en su situación desesperada, cedieron más por solidaridad gremial que por convencimiento: hoy por ti y mañana por mí. A fin de cuentas, la concesión energética es un parche, temporal y condicionado y solo efectivo tras la aprobación de la Comisión. No está el patio para que al Consejo se le atribuya una crisis de Gobierno en uno de los Estados de la Unión
Estos órdagos en la UE tienen un coste político muy alto porque una de las aspiraciones más sentidas para lograr el mejor funcionamiento del club de los Veintisiete consiste en eludir la unanimidad y mutar a la adopción de acuerdos por mayoría simple o cualificada, restringiendo la unanimidad a asuntos que puedan contarse con los dedos de una mano. De modo que el veto —aunque sea implícito como el de Sánchez— no encaja en el juego propio de los Estados líderes que, además, se abstienen de numeritos como el que protagonizó nuestro presidente.
Naturalmente, su entorno y no pocos medios negarán tal interpretación de su plante. También han negado que la posición de España haya cambiado respecto del Sáhara Occidental; también han atribuido a la ‘extrema derecha’ la instigación de las movilizaciones de los transportistas; también se han jactado de haber sacado adelante la reforma laboral pese a que prosperó por el fallo del torpe Alfonso Casero, y, a la postre, el culto a la personalidad del líder no puede admitir —tal y como acreditan los abundantes y elementales argumentarios de la factoría de la Moncloa y/o de Ferraz— que Sánchez pueda cometer error alguno. Nos hacen falta en la política española unas ciertas dosis de veracidad, de autenticidad.
Por lo demás, y como ayer quedó debidamente acreditado, el presidente del Gobierno demuestra ser un caso perdido para el comportamiento institucional y responsable. Con la que está cayendo, con un Congreso al que sustituye amparando sus facultades legislativas en una constante “extraordinaria urgencia”, anunció medidas anticrisis ‘colándose’ en un foro empresarial en vez de esperar a mañana para dar cumplida cuenta en el Parlamento de nuestra posición en la invasión de Ucrania, sobre la cesión a Marruecos en el Sáhara y para explicar su interpretación dramatizada en el Consejo de la Unión Europea, además de las medidas que ayer adelantó. La Cámara puede esperar porque con prioridad a la dación de cuentas está la sobreexposición, según reza el catecismo político del padre Astete de estos tiempos populistas: antes que las instituciones, están los escenarios mediáticos y las redes sociales.
Lo explicaba ayer el catedrático de Derecho Constitucional y exmagistrado del TC Manuel Aragón Reyes (**), cuyo texto terminaba así: “La deriva presidencialista, el decaimiento, cuando no la inexistencia, de la función parlamentaria de control y el extremado abuso de los decretos-leyes, que se han convertido en el modo ordinario de legislar, están llevando a nuestro parlamentarismo a una situación que bordea la ruina (…)”.
(*) Versión de ‘El País’ publicada el domingo pasado.
(**) “Parlamentarismo presidencialista”, publicado en ‘El Mundo’ de ayer lunes.