José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Si ganase Le Pen, Europa entraría en estado de perplejidad como en 2016 con Trump o el Brexit. A los españoles les gustaría que venciese Macron (61%) y creen que lo hará (72%). Pero no repetirá el resultado de 2017
El catedrático Eloy García ha tenido la amabilidad de enviarme la breve nota de su colega francés de nombre español —Carlos Miguel Pimentel— titulada “algunas observaciones sobre el estado de la democracia en Francia” que se ha publicado íntegra en España en la Revista de Derecho Público n.º 113, enero-abril de 2022 (páginas 155-161). La reflexión no puede ser más interesante en la víspera de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, afectadas de alguna incertidumbre en cuanto a su resultado.
El profesor Pimentel llama la atención sobre el hecho de que, en realidad, en Francia están compitiendo —lo volverán a hacer en las legislativas de junio— hasta tres populismos: el de Mélechon de Francia Insumisa, el de Le Pen del Reagrupamiento Nacional y el del mismísimo Macron, La República en Marcha, que el académico denomina «populismo coronado».
Como los demás populistas, denunciaba a la clase política en su conjunto, izquierda y derecha mezcladas, ambas relegadas al viejo mundo
Según nuestro autor, «Macron pudo parecer el único recurso posible para salvar a la democracia del peligro extremista. Como es sabido, su trayectoria electoral fue la de un meteorito; pero se debió también a que, a diferencia de sus rivales, Macron representaba una fuerza tremendamente potente, que podríamos llamar ‘populismo coronado’. Como los demás populistas, denunciaba a la clase política en su conjunto, izquierda y derecha mezcladas, ambas relegadas al viejo mundo. Como los demás populistas, reivindicaba al pueblo frente a las élites, y aducía como prueba que su programa electoral había surgido directamente de las bases, recogido por un movimiento político entonces atípico, En marcha, surgido de la sociedad civil.
Pero, a diferencia de los otros populismos puramente contestatarios, nacidos como oposición y dispuestos a permanecer en ella (Jean-Luc Mélenchon a la izquierda, Marine Le Pen a la derecha), el candidato Macron se presentó desde muy pronto como eminentemente presidenciable, dispuesto a revestir de inmediato el manto del Jefe del Estado. De ahí que utilicemos la expresión ‘populismo coronado’ para designar un fenómeno de singular potencia y poco frecuente en la historia política: un movimiento que reúne simultáneamente la fuerza devastadora de la oposición y la majestad del poder del Estado».
Francia tiene históricamente una gran tracción política sobre el conjunto de Europa. Marca tendencias
La gran cuestión ahora es si ese “populismo coronado” ha creado o no un cuerpo de doctrina democrático y suficiente para aglutinar a una mayoría de franceses que, tras la práctica desaparición del Partido Socialista (1,7% en la primera vuelta de las presidenciales) y de los Republicanos (4,7% en la eliminatoria presidencial), se aferran a Macron, aunque sea «arrogante» y entendido como un mal menor o lo hacen por Le Pen. Por eso, Francia será mañana un laboratorio, quizá con alguna sorpresa, en los términos que el catedrático Pimental describe:
«De esta forma, asistimos en el momento actual a un impactante proceso de atomización de la vida política y del debate público en Francia. Como en 2017, derecha e izquierda compiten en ofertas electorales para intentar sobrevivir. Pero, a diferencia de 2017, asistimos a un inevitable fenómeno de desgaste del poder tras cuatro años en el gobierno. Probablemente, ese desgaste pueda explicar la extraordinaria radicalización del debate en dirección a la extrema derecha [y cómo] las discusiones están dominadas, de una parte, por la inmigración —cuando no por la denuncia pura y dura de los musulmanes—; y de otra, por el asunto de la soberanía nacional frente a Europa, con un creciente rechazo a aceptar la prioridad de la legislación europea. Estos argumentos, utilizados tradicionalmente por la extrema derecha, son hoy retomados por todos los candidatos de la derecha. Una situación así es probablemente única en Europa».
Francia tiene históricamente una gran tracción política sobre el conjunto de Europa. Marca tendencias. Precisamente por esa «vis atractiva» de lo francés en la política continental, el «populismo coronado» de Macron fue y es una novedad sin consolidar aún. Si triunfa, se enfrenta a la necesidad de convertir su La República en Marcha en un partido que mantenga la continuidad de sus políticas transversales y mixtas, localizando a un sucesor con capacidad para, al menos, igualarle. Y debe transformar lo que es una plataforma ciudadana en una organización bien articulada.
Según el sondeo de Metroscopia del pasado jueves, el 72% de los españoles consultados cree que ganará Macron y así lo desea el 61%
Si pierde, su mandato habrá sido un paréntesis entre el sistema político agónico posterior a 1945 y el triunfo del populismo reactivo de Le Pen, y toda Europa entrará en un proceso de perplejidad (de ahí que Costa, Sánchez y Scholz hayan firmado un manifiesto en favor de Macron) que repercutirá especialmente en España porque nuestro país atraviesa por un tiempo de desconcierto y de inseguridad, asentada sobre dos debilidades: la que concierne a los grandes partidos de Estado (PSOE y PP) y la capacidad condicionante de los extremos (Podemos, Vox y los nacionalismos e independentismo).
Por eso, según el sondeo de Metroscopia del pasado jueves, el 72% de los españoles consultados cree que ganará Macron y así lo desea el 61%. Pero vamos a atarnos los machos: no acertamos a intuir que el Reino Unido se iba de la Unión Europea ni suponíamos que un excéntrico Donald Trump batiría a Hilary Clinton. Y eso fue lo que ocurrió en 2016. En el caso francés, aunque Le Pen estuvo en debate a la altura de Macron, lo más interesante, dando por muy probable la victoria del actual presidente, será comprobar la diferencia de votos entre el uno y la otra. En 2017, la diferencia a favor de Macron fue de 33 puntos (66% frente a 33%). Mañana esa distancia se recortará sustancialmente. Y el porcentaje que se produzca será un dato decisivo para Francia, pero también para Europa entera.