Las últimas intervenciones de Aznar han disparado los rumores sobre su supuesta intención de formar un nuevo partido. No parece probable que esto vaya a suceder y, si así fuera, sería letal para el centroderecha. Ayer, durante un debate organizado por Faes, el ex presidente del Gobierno dejó claro que no renunciará a plantear «ideas» y «políticas». Lo fundamental, apostilló, es «empezar por las ideas, seguir por los programas y terminar por las políticas». Ruiz-Gallardón fue más allá y aseguró que «el centroderecha ha escondido lo que realmente pensamos». Estas palabras, procedentes de ex dirigentes de peso en el PP, llegan la misma semana en la que Cristina Cifuentes ha avanzado que el PP de Madrid pedirá la incorporación de primarias en el congreso del mes que viene. La reacción a esta propuesta –cargar contra la propia presidenta madrileña– revela hasta qué punto el PP necesita oxigenar y robustecer su debate interno. Máxime después del divorcio con Faes, la fundación presidida por Aznar, convertida hoy en el principal think tank político español.
El PP sigue siendo el principal partido de España, avalado por sus 800.000 militantes pero sobre todo por los ocho millones de votantes que obtuvo en los comicios de junio pasado. Mariano Rajoy llevó a estas siglas a su cota electoral más alta en 2011 (186 escaños) y ha logrado la reelección tras superar el bloqueo de un año y en un contexto inédito de disputa en el centroderecha tras la irrupción de Ciudadanos. La reelección de Rajoy se debió, fundamentalmente, al balance en la gestión económica de los últimos cinco años. El PIB creció más de un 3% el año pasado, el paro –aunque sigue siendo muy elevado– suma dos años de bajada y la prima de riesgo ha dejado de ser un quebradero de cabeza diario. Superar la crisis y enderezar el rumbo de la economía era la prioridad absoluta del Gobierno. Esta prioridad, plasmada en la tarea de Moncloa pero también en el discurso de Rajoy, le ha granjeado una imagen al Ejecutivo de frío y tecnocrático, en algunas ocasiones incluso distante de los problemas más acuciantes de la ciudadanía.
Un partido político no sólo es una organización gestora, sino una herramienta dispuesta a servir a la sociedad para transformarla. El PP se halla ante la tesitura de apuntalar un gobierno en minoría abriéndose a acuerdos a varias bandas para garantizar su continuidad. Compaginar los pactos con la actualización de su doctrina no es fácil, pero se trata de un reto político que los populares no pueden eludir durante más tiempo. El PP debe consolidar unos cimientos ideológicos capaces de seguir hegemonizando la iniciativa política en nuestro país, pero también de ensanchar sus bases electorales.
La erosión de la crisis, por sí sola, no explica el retroceso electoral del PP. Existen otros factores, como la falta de una mayor determinación en cuestiones medulares como el desafío soberanista de Cataluña; la reforma de la Justicia; la reducción de impuestos y del tamaño sector público o la defensa de los servicios públicos.
El PP es un partido solvente con una dirección y unos cuadros preparados para gobernar, tal como se ha demostrado en los últimos años. Pero necesita compatibilizar la tarea de gobierno con la articulación de un discurso político atractivo y sugerente para amplias capas de la población. Y hacerlo, además, abriendo el partido a métodos de participación interna más transparentes. El PP tiene la oportunidad de aprovechar su congreso para encarar ambos objetivos.