Juan Carlos Girauta-ABC
- El PP, viendo desde la oposición cómo el Gobierno amenaza con demoler el sistema del 78, concluye que es él quien se debe centrar
Como tantas otras expresiones al uso, ‘giro al centro’ no significa nada. De ahí su prestigio y eficacia. Es mera ilusión la aparente carga que encierra. Sugiere un pasado radical, desatinado, posiblemente de enroque, de encono; también un presente de enderezamiento moral, corrección de errores fruto de un esfuerzo de sensatez y, si me apuran, sentido de Estado; por fin, la invocación del ‘giro al centro’ presagia un futuro de horizontes abiertos donde todos podrán entenderse. Los antiguos enemigos comprenderán, gracias al movimiento redentor, la buena voluntad que te mueve, tu espíritu integrador.
Una vez girado y centrado, el partido de derechas (pues ese viraje solo se aplica a las derechas y solo a ellas se les aconseja) tendrá un millón de amigos y así más fuerte podrá cantar. Una melonada. Una comodidad obscena cuya invocación debería avergonzar a cualquiera que cobre por pensar. Tienen que haber sido un hábil grupo de melones del tiempo los capaces de vender por enésima vez la misma burra al PP. Al de Pablo Casado, para que se haga digno merecedor de una estirpe política que se marea con las ideas y que básicamente confía en los contables.
No es imposible que Génova 13 esté maldita, que un hechizo haga a sus ocupantes más proclives a creerse cualquier ‘powerpoint’ majadero si lo remata un lema de baratillo. Con la sede de los populares embrujada como el 112 de Ocean Avenue, en Amityville, el único giro acertado habrá sido el de la llave del portal, antes de huir como alma que lleva el diablo. Nos adentramos en la superstición, pero Casado no nos deja otra.
Si tu partido baja de cuatro escaños a tres en Cataluña mientras Ciudadanos, con quien colindas, pierde casi un millón de votos y treinta escaños que no te aprovechan, puedes asumir que te has equivocado en un par de cosillas, o bien puedes echarle la culpa a la maldición de esa sede donde en su día ocurrieron cosas traumáticas con martillos y discos duros, con sobres voladores y brujos de la estadística.
De ahí hay que irse, eso está claro. Por si acaso. Y puede que te cueste mucho dar tu brazo a torcer admitiendo que en tu estrategia de aniquilar a Vox, Vox casi te aniquila a ti en Cataluña (y espera). Pero eso es una cosa y otra es cambiar, cual indígena ingenuo, tu oro político por las lentejuelas del ‘giro al centro’.
El PP es ese partido que, viendo desde la oposición cómo el Gobierno amenaza con demoler el sistema del 78, concluye que es él quien se debe centrar. ¿Están vendiendo al Rey? Me tengo que centrar. ¿Indultos a los golpistas? ¡Seré extremista! ¿Se espolea la violencia callejera desde el Gobierno? Deberé moderarme, hacer otro esfuerzo para que Sánchez y los medios del régimen se fíen más de mí.
Nadie va a pedirle al PSOE un giro al centro porque en este hechizo colectivo, que trasciende las sedes, el PSOE es el centro y todo gira en torno a él, empezando por el PP.