IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El problema no es el candidato sino el discurso. Adaptarse a la hegemonía identitaria o rechazar el ‘statu quo’ corrupto

Frente a todos los problemas que el Partido Popular tiene en Cataluña, que son en esencia los derivados de ir a contracorriente en una sociedad inficionada por el virus nacionalista, las próximas elecciones le ofrecen la ventaja de partir tan de abajo que sólo puede ir hacia arriba. En una comunidad donde las encuestas registran un sesenta por ciento de respaldo a la amnistía –con mucho el mayor porcentaje de España–, los populares están ante la oportunidad de aglutinar una buena parte del voto constitucionalista a poco que dejen de cometer los errores que históricamente les caracterizan. No es que sea fácil la tarea pero tampoco de una complicación excesiva siempre que sepan a qué ciudadanos se dirigen y no los líen con discursos ambiguos ni apuestas mal medidas.

De momento, sin embargo, han empezado mal enredándose en dudas sobre su candidato. Esa incertidumbre no trata tanto de la idoneidad del actual, Alejandro Fernández, como del mensaje a emitir y del tono con que expresarlo. Ni siquiera del eterno debate entre radicales y moderados, sino de si Feijóo quiere captar a los votantes disconformes con la hegemonía separatista y la complicidad del PSC o prefiere un liderazgo que tranquilice a las élites catalanas y complazca a sus poderes fácticos pensando en la eventualidad de necesitarlos en un futuro como aliados. El apoyo que las entidades de resistencia cívica antiindependentista han mostrado a Fernández podría servir de pista pero los dirigentes políticos suelen mostrar poco entusiasmo por esa clase de pronunciamientos espontáneos.

Luego está la posibilidad de acudir a las urnas con los restos de CS, vieja aspiración de muchos seguidores de ambos partidos. Una ocasión de demostrar inteligencia estratégica incorporando cuadros que aunque ya sólo tengan un valor electoral relativo siguen siendo el símbolo de la única victoria sobre el nacionalismo. A los votantes les da igual que el acuerdo se produzca por coalición, integración o absorción, pero los aparatos tienen un criterio distinto y otorgan a las siglas un sentido diferencial decisivo. Malograr la ocasión de la unidad por remilgos no sólo sería un desperdicio: representaría un fracaso crítico.

En todo caso, la cuestión de fondo consiste en definir –ya va siendo hora– un proyecto de centro derecha válido en Cataluña y en toda España. Un modelo alternativo que abandone de una vez la sumisión a la xenofobia identitaria, rompa las componendas con sus corruptas minorías extractivas especializadas en el chantaje y la amenaza, rechace el ‘statu quo’ establecido y se gane la confianza defendiendo los derechos de ciudadanía sin excepciones acomplejadas. Puesto que el pasteleo connivente ya ha demostrado su ineficacia quizá sea hora de dejar de chapotear en la nada. De plantarse y sostener con la cabeza alta que sólo existe una nación soberana.