TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • ¿Cómo es posible que alguien esté decidido a perjudicarse?

¿Puede haber alguna razón para que el líder del Partido Popular haya decidido autoboicotearse ante la cita electoral catalana? Tal vez a Feijóo, por alguna razón, le gusta practicar el funambulismo de riesgo al aproximarse unas elecciones, de modo que elude competir si no es asomado al vértigo del error. El 23J optó por una segunda semana pasiva, permitiendo que le fabricaran el marco del amigo mentiroso del narco, y se dejó ir sin acudir a un ‘debate electoral-trampa’. En Galicia, regaló un ‘off the record’ suicida entre la primera y la segunda semana, comprando el relato de la reconciliación sin oponerse taxativamente a los indultos e incluso la amnistía, y los suyos encararon las urnas en un ay. Ahora, en Cataluña, ha optado por afrontar la cuenta atrás sin candidato, o más bien algo peor, desacreditando a su actual líder allí sin haber promovido antes una alternativa convincente. ¿Alguien entiende algo?

Las dudas sobre Alejandro Fernández no son un invento de Feijóo, sino heredadas de Pablo Casado. En realidad, fruto de los resultados en las catalanas de 2021, con 3 escaños y apenas el 3,85 por ciento del voto: Vox casi lo cuadruplicaba en escaños, y los socialistas diez veces más. Un desastre así no sale gratis en un partido que aspira a grandes mayorías. Feijóo llegó al liderazgo nacional un año después, y desde entonces ha tenido dos años para actuar, ciento dos semanas, una tras otra. Y no lo ha hecho. Con la secuencia en el horizonte de gallegas, vascas y catalanas desde hace meses, ha tenido tiempo de plantear una alternativa si esa era su convicción. Pero no ha sucedido. De hecho, bien podía entenderse que cayó el telón de La Turra de Torra, han cambiado algunas cosas, con Vox desfondado por el histrionismo ideológico y Ciudadanos en extinción, de modo que un PP en condiciones de ser cuarta fuerza podía mantener a un candidato del que se han celebrado grandes discursos en el Parlament.

Feijóo ha esperado a la convocatoria electoral para volver a sembrar dudas sobre su número uno en Cataluña. Y aunque es verdad que el autoboicot goza de interpretaciones psicológicas muy literarias, como toda tendencia a la autodestrucción (el tan manoseado ‘self-destructive behavior’ en los divanes americanos), en política no se comprende ese instinto tan contraintuitivo: ¿Cómo es posible que alguien esté decidido a perjudicarse? En fin, sería exagerado suponerle a Feijóo inclinaciones al suicidio político –algo freudiano, como ‘el líder contra sí mismo’, parafraseando a Menninger– pero no tiene sentido que rompa otra vez el instinto de protección en una campaña y se preste al daño autoinfligido. No hay modo de plantear que beneficie al PP maltratar así a Alejandro Fernández, un tipo muy apreciado por su firmeza frente a las mentiras del secesionismo. Y, de hecho, se presta de nuevo a la hipótesis de que a Feijóo le tienta un nacionalismo ‘soft’ a la gallega. ¿Tiene algún sentido a sólo siete semanas de ir a las urnas en territorio hostil?