Cristian Campos-El Español
Como no voy a citar su nombre, supongo que mi fuente no se enfadará si explico que hace unas horas hablé con alguien muy cercano a la cúpula del PP para preguntarle por el chocante perfil bajo de los populares durante la crisis del coronavirus.
«Nosotros no hacemos excaliburs«, me contestó, en alusión a las manifestaciones en veinticuatro ciudades convocadas por la izquierda en 2014 para protestar por el sacrificio del perro Excalibur durante la crisis del ébola de aquel año.
Como si alguien hubiera escuchado nuestra conversación, a las pocas horas RTVE difundía un reportaje titulado El coronavirus lleva al límite a una Sanidad madrileña ya recortada por la crisis. En el reportaje se decía que «Madrid ha perdido 3.300 profesionales de la salud, según los datos del Servicio Madrileño de Salud».
El dato era falso y fue rectificado por RTVE tras las protestas de algunos espectadores. Pero el daño ya estaba hecho. La semilla de la asociación coronavirus-recortes-PP había sido plantada con éxito en la cabeza de muchos espectadores. Puro ivanredondismo.
Una segunda fuente popular aportó a lo largo de la mañana una nueva explicación de la inacción del PP. «Hasta hace nada, Génova no sabía qué hacer con el coronavirus: apoyar a Sánchez, cargar contra él o callarse«.
A la vista está que han optado por callarse. Y eso a pesar de que Isabel Díaz Ayuso es la única de los principales líderes políticos españoles que está tomando medidas que pretenden adelantarse a la evolución del virus en vez de caminar por detrás de los acontecimientos, como es el caso de Pedro Sánchez y Fernando Simón.
Una tercera fuente, la más crítica habitualmente de las tres, aporta el tercer elemento clave para el diagnóstico. «Almeida anunciará un paquete de medidas en las próximas horas. Pero están todos desesperados con Pablo. No entienden nada. Es desesperante».
Observen el perfecto retrato del PP que mis tres fuentes han dibujado sin ser conscientes de ello. Responsabilidad y sentido de Estado («Nosotros no hacemos excaliburs»). Dudas, indecisiones, titubeos («Génova no sabía qué hacer»). Y rajoyismo sociológico («Es desesperante»).
Comprendo perfectamente el dilema del PP. Un elemental sentido de Estado aconseja aplazar cualquier tipo de reproche o de exigencia de responsabilidades políticas, e incluso penales, hasta que lo peor de la crisis haya pasado.
Pero ese diagnóstico opera en una realidad, la de los ideales, que no es la realidad en la que opera el PSOE. Un partido que con cincuenta y cinco muertos, tras rechazar las medidas de contención que le exigía la presidenta de la Comunidad de Madrid, y habiendo puesto en riesgo la vida de decenas de miles de asistentes al 8-M después de ocultar las cifras de infectados durante el pasado fin de semana, se permite el lujo de exigir «unidad» a una oposición que sufrió poco menos que una moción de censura por el sacrificio de un perro.
El dilema es endiablado y el PP perderá haga lo que haga. Si denuncia la incompetencia e irresponsabilidad del Gobierno, será acusado de incompetente e irresponsable. Si no la denuncia, esta crisis y las futuras serán gestionadas con incompetencia e irresponsabilidad por incompetentes e irresponsables. Una y otra vez, una y otra vez.
El Duelo a garrotazos de Goya no es la metáfora de la España de derechas contra la España de izquierdas. Es la metáfora del PP decidiendo entre dos opciones pésimas y que le condenan a los infiernos haga lo que haga.
El tablero de juego político está desequilibrado en favor de los peores de los españoles. Superada la crisis del coronavirus habrá llegado la hora de romperlo y construir uno nuevo. Ojalá el PP sea consciente de ello y lo ocurrido durante estos últimos días haya abierto sus ojos definitivamente. Porque el PSOE y sus aliados nacionalistas naturales han dejado de ser un peligro para la economía y la igualdad de los ciudadanos españoles para pasar a serlo para la economía, la igualdad y la salud.