Ignacio Camacho-ABC

Esta crisis exige cambios de hábitos sin esperar a que los prohíban las autoridades. Más casa y menos calle

Seguro que te irrita que te estén pidiendo responsabilidad los mismos que autorizaron la manifestación del 8-M cuando el virus galopaba por Madrid, para acabar, por cierto, colándose en sus cuerpos. (Guárdate las coñas de mal gusto, que no es momento). Y tienes razón cuando piensas que nuestros dirigentes -sobre todo uno, aunque ayer estuvo relativamente correcto y por una vez pareció haber entendido que esta crisis va en serio- carecen de credibilidad y de transparencia y van a rastras de los acontecimientos. Pero no puedes esperar que la epidemia la resuelva solamente el Gobierno ni esconder tu incumbencia tras los fallos ajenos. Hay un compromiso civil que nos afecta a todos y que tiene que ver con el respeto

a los que han caído o van a caer enfermos. Y se puede y se debe cumplir al margen de la incompetencia o del desconcierto o de la desidia de los que tendrían que dar ejemplo.

Tu responsabilidad individual consiste en intentar no contagiarte y, sobre todo, no contagiar a nadie. Y eso implica modificar ciertos hábitos sin esperar a que te los prohíban las autoridades, aceptar que las circunstancias son anormales, imprevisibles, cambiantes, y que exigen mudar al menos por un tiempo, quizá no corto, muchos comportamientos personales y sociales que aún no se compadecen con la intensa percepción colectiva de una emergencia grave, acaso incluso más grave que su propio alcance. Estos días hay en España -quizá ya no en Madrid, pero sí en muchas otras ciudades- demasiada gente en la calle, haciendo vida normal en terrazas y bares, dejando jugar a los niños en las urbas y en los parques, despreciando el riesgo de infección como si se sintiera invulnerable. Gente que luego se angustiará ante la saturación de los hospitales. No, no se trata en modo alguno de que tú seas culpable, ni tampoco de que te sobrealarmes, sino de que tomes conciencia de que durante unas semanas o meses no vamos a poder vivir como antes. Y también de que aunque en la inmensa mayoría de los casos el coronavirus no mate, su rápida extensión puede causar, está causando ya, un caos importante. No basta con acusar a los políticos de haberlo comprendido tarde; cada uno de nosotros ha de hacer lo posible para evitar que se desparrame.

Fuera del trabajo nos toca hacer vida hogareña, leer, incluso reaprender, qué remedio, a perder un poco el tiempo. Esa clase de cosas que hemos dejado al margen enfrascados en el tráfago del estilo de vida moderno. Volvernos hacia nosotros mismos, hacia la intimidad y el silencio, sacar virtud del problema para recuperar un cierto sosiego. Y en lo posible, que se puede si nos lo proponemos, hay que controlar un poco el miedo y ponerles el trabajo algo más fácil a los sanitarios y a los médicos. Inténtalo: no porque los gobernantes te lo pidan, ni porque hayan hecho nada para merecérselo, sino para demostrar que tú no eres como ellos.