José luis Zubizarreta-El Correo
Las últimas intervenciones en el Congreso han dejado claro que al PP le quedan tiempo y esfuerzo para superar la crisis en que lo sumió el abandono de Rajoy
El precipitado abandono de la dirección del partido por parte de Mariano Rajoy, tras la moción de censura, abrió una crisis en el Partido Popular que aún está por cerrar. La huida del líder provocó, tras las primarias, una desbandada en la que se mezclaron purgas y abandonos. El nuevo liderazgo no salió reforzado. García Margallo, uno de los contendientes, acaba de decir que Casado no fue realmente elegido, sino resultado indeseado de la voluntad de impedir que Soraya Sáenz de Santamaría alcanzara la presidencia. No es, pues, de extrañar que no hayan dejado de repetirse, en lo orgánico, réplicas del terremoto original, como el abandono de Borja Sémper o las dudas sobre la candidatura de Alfonso Alonso para las elecciones vascas, o que, en lo doctrinal, no hayan amainado los bandazos entre radicalidad y moderación. No cabe, además, culpar del desorden a la rivalidad que Vox ha suscitado en el partido. La recuperación de posiciones más ideologizadas, como las que mantuvo Aznar y siguen todavía vivas en FAES, frente al dominio de los ‘tecnócratas’ de la época de Rajoy, era ya meta antes de que las elecciones andaluzas hicieran presente en la política la nueva formación.
El reinicio de la actividad parlamentaria ha sido prueba de que el desorden aún perdura. Y de momento, el extremismo se ha impuesto a los amagos de moderación que, a veces, se han esforzado en exhibir los líderes. Las preguntas e interpelaciones que el partido planteó el miércoles en el Congreso fueron significativas al respecto. Ya el hecho de que se centraran en ‘el caso Venezuela’ dio a entender de qué iba la cosa. El interés que se manifestó, no de esclarecer lo ocurrido, sino de cobrarse la presa de un ministro daba cuenta de la irreductibilidad del posicionamiento. Nada en limpio sacamos sobre lo que, además de los enredos de Ábalos, se ventila en este caso: por qué y para qué hizo escala en Madrid la vicepresidenta Delcy Rodríguez y qué significa el cambio de denominación y tratamiento que Sánchez dispensó a Guaidó. Sí vimos, en cambio, un Partido Popular rabiosamente encelado contra un ministro berroqueño que se creció en la faena. La cosa no iba de explicaciones, sino de emociones.
Pero, siendo ésta de las preguntas e interpelaciones una actitud suficientemente significativa de la polarización que busca el Partido Popular, más claro quedó todo en la intervención que había protagonizado el día anterior el portavoz popular en materia de sanidad a propósito de la proposición de ley del grupo socialista sobre la eutanasia. A la hora de enjuiciarla, entre lo ridículo y lo escandaloso, la gravedad del asunto obliga a optar por lo segundo. No cabe, en efecto, desvarío más mezquino que el que cometió el citado portavoz al reducir la proposición de los socialistas a una especie de eugenesia de motivación económica. El popular ignoró la humanidad y compasión que la iniciativa encierra y la atribuyó al inhumano y cruel deseo de ahorrar al Estado el costo que el cuidado de los más vulnerables conlleva. Es de esperar que, por respeto a quienes sufren, los populares reconsideren su postura y acomoden su argumentación a lo que una sociedad ilustrada requiere.
La cuestión de la eutanasia apenas si admite ya nuevos argumentos tanto a favor como en contra. El debate conceptual viene produciéndose, en términos de ética cívica y deontología profesional, desde hace, al menos, un par de siglos. Poco más cabe, aparte de establecer condiciones, que actualizar lo dicho de modo que la ciudadanía lo interiorice y adopte posiciones razonadas y razonables. Nada sería más dañino e inútil, ni más fuera de lugar y tiempo, que ceder a la tentación de entablar sobre este tema una disputa teológica plagada de prejuicios pseudorreligiosos. Quien crea que la vida es un don divino, sabe también que Dios no la da en usufructo, sino en plena propiedad, de modo que quien la recibe ha de gestionarla con autonomía y responsabilidad. De momento, el Partido Popular no ha caído en la tentación. Y no tendrá mejor oportunidad que ésta de demostrar que su proclamada voluntad de ocupar el centro ideológico es real y no mera concesión a la galería que aún lo aplaude desde posiciones moderadas. Mañana, tras la reunión entre Pedro y Pablo, se podrá vislumbrar si, en éste, como en otros temas de parecido fuste, querrán reencontrarse como en su día lo hicieron, ya que la religión se ha citado, quienes, retorciendo un poco el sentido, podríamos denominar sus epónimos, que, por cierto, estuvieron tan enfrentados como ellos. ¡Pura ilusión!