· La derecha vasca ha mostrado la peor de sus carencias: una política lingüística y cultural propia con la que dejar de hacer seguidismo y bienquedismo.
José Luis Lizundia Askondo, en una larga conversación que mantuvimos no hace mucho, en euskera por supuesto, en una cafetería de la Plaza Nueva de Bilbao, muy cerca de la sede de Euskaltzaindia, a cuyo equipo directivo perteneció muchos años y a la que todavía sigue vinculado de modo más laxo, me contaba, con la retranca del que conoce este país a fondo, que en las primeras elecciones municipales de la Transición, allá por 1979, el único candidato para alcalde de Bilbao que sabía euskera era el que se presentaba por Falange Española: Xavier Domínguez Marroquín. ETA asesinó hasta 1986 a cinco militantes de Falange, seguro que sin cerciorarse previamente de si sabían euskera o no. Les asesinaron por su ideología, opuesta a la que se requiere para construir una Euskal Herria socialista y euskaldun.
En 1989, cuando el terrible asesinato de Josu Muguruza en Madrid, a los funcionarios que, por convenio del Área de Euskera del Ayuntamiento de Bilbao, entonces controlada por la izquierda abertzale, estudiábamos euskera en euskaltegis de AEK, nos suspendieron las clases para acudir a una manifestación de repulsa frente a la sede del PSOE, partido en el Gobierno de España y al que se señaló como responsable último del atentado. Ya en la calle, las cargas policiales nos hicieron quitarnos de en medio a discreción. Ese mismo año ETA asesinó a un guardia civil, siete policías nacionales, cuatro militares de diferentes graduaciones, un jefe de la Ertzaintza, una fiscal de la Audiencia Nacional, un cartero, un vendedor ambulante, un chófer, un pescadero y la madre de un funcionario de prisiones, diecinueve en total, y puedo asegurar que por ninguna de esas atrocidades se nos sugirió siquiera la posibilidad de que abandonáramos nuestras clases en el euskaltegi de AEK y saliéramos a la calle a protestar.
La Korrika, singular marcha popular por relevos, organizada desde 1980 por AEK y que ha celebrado estos días su 18ª edición, tiene por objeto la promoción del euskera. Pero quien no sepa que detrás de la Korrika y de AEK, manejando los hilos, está la izquierda abertzale es que o se hace el loco, postura típica en nuestro país durante los últimos cuarenta años, o es que no vive aquí. La Korrika y AEK responden a la conocida tesis de Txillardegi de que el euskera, aun con un Estado propio, es dudoso que se salve, pero sin un Estado propio seguro que no. Pero los que hacemos el esfuerzo, sobre todo cuando empezamos de adultos, por aprender euskera y utilizarlo y apreciarlo e incluso enseñar en esta lengua, sin tener un Estado propio que la imponga de manera eficaz y exclusiva, ¿no demostramos de modo fehaciente que, con Estado propio o sin él, el euskera solo depende de los individuos que se responsabilizan de su uso?
Algunos de los que hemos aprendido euskera en este país hemos tenido que arrastrar la duda de si, por no ser abertzales, llegaríamos algún día a dominar suficientemente la lengua. Todos los idiomas requieren de lo mismo para ser aprendidos: escuchar, hablar, leer. Pero quienes dirigen el entramado cultural e ideológico de la euskaldunización, con AEK como bastión principal, creen que eso no es suficiente y siguen emitiendo la misma consigna de siempre: España nos odia y nosotros los euskaldunes odiamos a España porque quiere acabar con nuestra lengua ancestral. Frente a esta aberración cultural, cabe aducir que ningún idioma puede sostenerse en el largo plazo si no incluye expresar todas las ideas, con total libertad. De lo contrario no tendríamos un idioma sino una jerga ideologizada: ¿es eso lo que queremos para el euskera?
Instituciones señeras de Euskadi donde el PP está presente, como el Parlamento vasco, o incluso dirigidas por él, como la Diputación Foral de Álava y sus Juntas Generales, han apoyado este año la Korrika, con una actitud positiva de sumar voluntades de cara al ‘tiempo nuevo’. Durante el recorrido por Vitoria-Gasteiz en el que participaron miembros del PP vasco, parece ser que no se vieron fotos de presos, ni banderas con ‘arrano beltzas’ o con el logo de ‘Euskal presoak Euskal Herrira’. Estaríamos, así, ante lo que podría ser un primer paso para convertir la Korrika en patrimonio de todos, como limpia reivindicación de uno de nuestros dos idiomas oficiales, desprovista de ideologías, imposiciones y exclusiones y, sobre todo, redimida de un pasado con aspectos ciertamente deplorables.
En esas estábamos cuando, unos días antes de que finalizara esta última Korrika, y por medio de una carta al director, un lector, sin duda dejándose llevar por la inercia de ediciones anteriores, le reprochó al PP no participar en la Korrika. Y lo sorprendente, que elevó el caso de anécdota a categoría, fue que tanto Javier de Andrés en euskera como Carmelo Barrio en castellano (idioma de la misiva) le contestaron al instante. Lo primero, mi enhorabuena al de la carta: consiguió que dirigentes cualificados de un partido al que criticó le dieran una explicación.
Pero con esa respuesta de su casi primer nivel, y encima para reivindicar su presencia en la Korrika, el PP solo muestra la peor de sus carencias, la que le impide ocupar la centralidad vasca que tanto anhela: una política lingüística y cultural propia, con la que dejar de hacer seguidismo y bienquedismo. Porque lo que no se entiende de ninguna de las maneras es que una derecha vasca que cuenta en su propia historia con ilustres como Nicolás de Soraluce, Txomin Aguirre o Julio de Urquijo, entre otros muchos integrantes de una cultura foral legendaria que, décadas antes de que surgiera el nacionalismo en todas sus formas, reivindicaban ya la lengua y la cultura autóctonas, propias de la patria vasca en el seno de la gran patria española, necesite tener que dar explicaciones sobre si va o deja de ir a la Korrika. Un poco de por favor.
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO / Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU, EL CORREO 29/03/13