Sandra León-El País

La elección de Torra añade un lastre mayor al proyecto independentista: lo embrutece con un ideario supremacista y excluyente

 

Sería mucho llamar desbloqueo a la etapa que se abre en la política catalana tras la investidura del nuevo presidente. Por no hablar del regreso a la normalidad política, embargado a corto plazo por las dudas sobre la continuidad del 155 y los procesos judiciales, y a largo plazo por la fractura en la sociedad catalana y la deformación del lenguaje político, roto el significado compartido de términos como legitimidad, democracia o crisis humanitaria.

El desenlace tras cinco meses de bloqueo muestra que ni el paso del tiempo ni la ausencia de autogobierno han reforzado a los pragmáticos dentro del bloque independentista, ni éstos han podido jubilar a Puigdemont, previas alharacas y ceremonias de reconocimiento. El relato del mandato legítimo del expresident ha permanecido incólume ante la parálisis institucional, la sustitución de élites y los atisbos de división.

¿Qué explica esa resistencia? Primero, la competición por la hegemonía del bloque independentista entre ERC y JxCat, que impide la desescalada del discurso ante el miedo de que cualquier concesión se tache de rendición y a sus impulsores de traidores. Segundo, la debilidad organizativa y de liderazgo en los partidos y el protagonismo de los movimientos sociales, menos propensos al pragmatismo. Finalmente, la actuación del Gobierno del PP y su competición electoral con Ciudadanos, que asegura la tensión necesaria para mantener vivo el pulso al Estado.

El temor al castigo electoral y al ostracismo dentro del bloque independentista deben ser grandes para que los pragmáticos no hayan opuesto resistencia a la nominación de Torra. De cualquier candidato designado por Puigdemont cabría esperar el mantenimiento de la fractura social, la parálisis y el secuestro institucional. Pero la elección de Torra añade un lastre mayor al proyecto independentista: además de no asegurar su retorno al marco legal e institucional, lo embrutece con un ideario supremacista y excluyente.

El sector pragmático independentista se rinde, abocándose al confinamiento en un nicho político, tan cómodo en la radicalidad como inhabilitado para la ampliación de mayorías.