ARCADI ESPADA-EL MUNDO

La cita de Quim Torra con la Justicia vino a reafirmar las alertas que hace décadas lanzó Rafael Sánchez Ferlosio sobre el nacionalismo, que abocaría al país «a una imbecilidad de las de baba y sonrisilla»

Decidí no estar en la sala durante la declaración de El Valido. Temía su insurrección. La había anunciado la noche anterior en un acto público. Dirigiéndose imaginariamente a los jueces dijo: «Miren señorías, yo no sé cómo irá hoy, pero piensen que ayer estuve comiendo en Bescanó y me comí un plato de butifarras con alubias, bastante consistente, y que depende de sus preguntas la cosa puede ir por un lado o por el otro, no sé». Esta declaración la convirtió el diario digital E-notícies en un titular histórico, y cuando digo histórico va incluida mi conocida aversión al uso del adjetivo por manos periodísticas. Voy a dejar el titular en vernáculo, por razones que ahora sería algo enfadoso detallar: «El president amenaça amb tirar-se pets durant el judici». Y es histórico porque aporta el dato fáctico imprescindible para que sea cierta la genial ecuación de Rafael Sánchez Ferlosio: identidad = pedo. Descrita en Babel contra Babel, por ejemplo: «A esta triste moral [la de la identidad] hoy tan en boga, cuyo único mandamiento es el que dice ‘sé el que eres’, ‘imítate a ti mismo’, no por grosero me ha parecido menos apropiado darle el nombre de «moral del pedo», por cuanto su criterio de determinación de lo que uno debe ser es esencialmente olfativo, ya que en la aceptación o el rechazo de esta o la otra cosa juega un resorte de discernimiento idéntico al que hace a las personas complacerse con el aroma de los propios vientos y sentir repugnancia ante el hedor de los que soplan desde un culo ajeno».

Entrada la sesión le envié un mensaje al valeroso reportero Germán González: ¿Cómo huele la sala?

Pero también él había tomado drásticas precauciones y solo pudo informarme del olor que hace la prensa catalana, que yo perfectamente conozco.

Los profilácticos manejos de Ferlosio con el arma letal de El Valido habían empezado en la ciudad de Gerona, en 1984, donde pronunció su inolvidable discurso del mismo nombre y donde acuñó el ventoso sintagma. No solo aludía a los nacionalistas catalanes y no solo a la actitud de los ciudadanos. Su objetivo principal era, exactamente, el nacionalismo de Estado, esa forma de crimen. Véase: «Bastante repugnantemente tendían ya los españoles a complacerse narcisísticamente en la propia imagen y a imitarse y reimitarse a sí mismos, imitando su propia imitación; bastante gravemente afectaba al país esta degeneración, como para que encima se viniese a incoarla desde arriba con plena deliberación —siendo al efecto totalmente indiferente el que lo sea en su figura nacional o en sus contrafiguras regionales—, de suerte que si los responsables llegasen a darse cuenta de hasta qué punto su frívola operación política ha sido espiritual, moral y culturalmente corruptora, degradante, envilecedora, deletérea, hasta qué punto ha sido una catástrofe y una infamia emponzoñar y contaminar al país entero despechando con receta legal y hasta recomendada y propagandísticamente impuesta el miserable culto que era ya morbo endémico en las sórdida entrañas del alma española, no volverían a aparecer jamás en público, se enterrarían en vida o se meterían, en fin, en un saco de ceniza.»

Llamo la atención sobre la crucial distinción que se deriva de este párrafo ferlosiano entre el gobernante racional y el nacionalista. Es decir, entre el que, conocedor del «morbo endémico», lo aísla y lo controla y el que, por el contrario, lo disemina y ventea, no salgamos del culo. Pero permitámonos otro remache machihembrado: «Ya España era de siempre y por sí misma un país dominado y aplastado como pocos en el mundo por el narcisismo y la onfaloscopia, por el desinterés hacia cualquier cosa que no fuese la autoreproducción concentrada. Si ahora las regiones redoblan de manera especializada este repliegue sobre la propia imagen o imaginería, que nunca es otra cosa que la propia miseria, el ya paupérrimo estado espiritual, moral y cultural del país, la ya disminuida inteligencia de los españoles se verá precipitada hacia una imbecilidad de las de baba y sonrisilla».

Es mi opinión, ¡no iba a serlo!, pero esta es la situación a 18 de noviembre.

Años después, en 1988, Ferlosio añadiría un apéndice (¡una nariz!) importante a su tesis, en el que señala al olfato como «el órgano sensorial mejor preparado para fundamentar la moral de identidad». Ferlosio examinaba la vista y el oído como competidores posibles, para descartarlos y acabar razonando que «el olfato es, en cambio, siempre, criterio inmediato de aprobación o de rechazo, no hay nada indiferente para él. Sensorialmente actúa de selector de lo propio y de lo extraño, de lo que es bueno o malo para uno, de lo que hay que aceptar y lo que hay que rechazar. Los racistas han asegurado a veces que identificaban a los judíos por el olor, lo que puede explicarse por una paranoia que no puede sufrir la incertidumbre de lo no patente; pero el caso es que también del negro, cuya raza es inequívocamente identificable con la vista, han llegado a decir que tiene un olor particular». Y concluía Ferlosio el apéndice, a su modo magistral, señalando el carácter poco evolucionado del olfato en relación a sus competidores sensoriales: «Para el olfato todavía no hay más que hedor y aroma; él nunca podría concebir la disyunción entre cualidad y valor que se explicita en aquel verso inmortal del Cantar de los cantares»:

 

Una disyunción, para llevar a nuestro escritor hasta la peripecia actual, que demuestra el carácter meramente olfativo del nacionalismo catalán cuando declina en su lema fundacional:

Puix parlà català

ha de ser home de bé

El Valido cumplió ayer largamente sus anunciadas amenazas. Pero solo las anunciadas. Se trata de un hombre que, fatuolento, huele el peligro.