Rubén Amón-El Confidencial
No puede ser creíble un Gobierno solidario y progresista cuando se establece una diferencia entre el pueblo llano y los pueblos elegidos
Entre prisas, resacas y pascuas militares, la siniestra investidura de Pedro Sánchez merecería haberse urdido en la clandestinidad, alevosa y nocturnamente: un Gobierno que se exilia de la Constitución y que se encomienda a la extorsión del soberanismo incurriendo en el problema nuclear de la desigualdad entre españoles. ¿Cómo pueden pavonearse Sánchez e Iglesias de haber apuntalado un gran proyecto social, solidario, cuando el soborno de ERC implica una diferencia jerárquica y hasta categórica entre catalanes y no catalanes?
No puede hablarse de igualdad ni de justicia mientras las ambiciones de Sánchez las hayan subordinado a una temeraria subasta de privilegios territoriales e identitarios. La propia abstención de Bildu proporciona a la orgía soberanista un obsceno argumento de euforia. No puede hablarse de un proyecto progresista. Lo contradice el populismo justiciero de Iglesias y lo contraindica la regresión nacionalista de los pueblos elegidos, pero ocurre que Sánchez se ha convertido en acelerador y benefactor providencial del sueño cavernario. Derecho tenía a la investidura porque no había alternativa posible, pero el patriarca narcisista ha decidido ungirse de cualquier manera y a cualquier precio. Así se desprende del memorial suscrito con ERC y amparado por los frailes del PNV. No hace falta resucitar a Umberto Eco para escudriñarlo. El texto de la vergüenza no dice nada escrutado en diagonal o leído con el monóculo de Carmen Calvo, pero lo dice todo en sus requiebros escolásticos: el referéndum, la mesa simétrica entre gobiernos, la mordaza a los procedimientos judiciales, el libro prohibido de la Constitución.
Avergüenza el silencio de las baronías, su implicación en la ‘omertà’. La Península de las ocho naciones que postulaba Iceta sobrentiende la humillación de los territorios mesetarios y ‘extremoduros’, pero el cesarismo de Sánchez y la cobardía de sus virreyes han enmudecido la dignidad del PSOE. Que no es un partido socialista, es un partido sanchista en la identificación enfermiza con el líder, en la abrasión de sus principios, en la capitulación de sus ideas.
Merecía Sánchez el bochorno al que lo expusieron los partidos constitucionalistas, pero los contratiempos y los episodios altisonantes que se han amontonado este fin de semana va a convertirlos él mismo en una nota a pie de página del ‘Manual de resistencia’. La investidura que mañana profana el principio de convivencia ha explorado todos los límites de la capacidad adaptativa, del cinismo y de la decencia. Bien se la discutió Sánchez a Mariano Rajoy en aquel debate televisado de diciembre de 2015. “Usted no es decente”, objetó entonces el candidato del PSOE a propósito de las corruptelas genovesas. Cuatro años después —y parece que han pasado 10—, Sánchez se apropia de la indecencia para asegurarse el trono de la Moncloa. Y para encubrirse en una conspiración de factores fácilmente manipulables: le ha beneficiado la indecorosa indolencia de Casado; ha prometido convertir Teruel en Shangri-la; se ha arropado en la superioridad moral que la izquierda se atribuye a sí misma; han olvidado sus mentiras los profetas de la prensa progre, y se han multiplicado a su favor los voceros del Apocalipsis.
La investidura que mañana profana el principio de convivencia ha explorado todos los límites de la capacidad adaptativa
A Sánchez le convienen sobremanera las hipérboles reaccionarias que evocan la Guerra Civil o que comparan el nacionalismo con el ‘nazionalismo’. Las menciones al Frente Popular, las extrapolaciones históricas e histéricas de Abascal, las prédicas cainitas de la caverna ultraderechista se utilizan desde la izquierda política y mediática como la demostración de que no había otro camino posible al emprendido por Sánchez en aras de la justicia social.
Y no es verdad. El presidente en funciones —todavía hay esperanza— ha despreciado la alternativa constitucionalista, ha vejado la propuesta de Inés Arrimadas y ha forzado una crisis institucional que socava la separación de poderes, que degrada la Justicia —“la deriva de los tribunales”, llegó a decir Sánchez el sábado— y que convierte la legislatura en una amenaza al modelo de convivencia territorial. No hace falta exagerar la gravedad del sanchismo con relatos catastrofistas y nostalgia guerracivilista cuando el sanchismo ha acreditado por sí solo y por sí mismo la temeridad y la irresponsabilidad de un proyecto sometido a la estricta supervivencia del timonel. Ya quisiéramos que fuera el suyo un programa clarividente, una visión de Estado. Ya nos gustaría que la sumisión al chantaje del soberanismo resolviera la clave de bóveda del problema catalán. Nos maravillaría incluso que Pablo Iglesias mutara en un sublime exégeta de la Constitución, pero fue el propio Sánchez hace unas semanas quien inculcó en la opinión pública la angustia que supondrían para España un Gobierno y una legislatura expoliadas entre los vaivenes del populismo y el nacionalismo.
El mayor optimismo de la danza macabra de Frankenstein proviene de la incorregible relación de Sánchez con la mentira. Su palabra no tiene valor
La unción del presidente-indecente predispone un periodo de estremecimientos políticos e institucionales. Sánchez ha precipitado una desproporcionada prueba de estrés al ‘sistema’. No es sencillo demolerlo, porque reviste más solidez de la que muchas veces aparenta —las instituciones, los partidos, la tutela de la UE, los mercados…—, pero el mayor optimismo de la danza macabra de Frankenstein proviene de la incorregible relación de Sánchez con la mentira. Su palabra no tiene valor. Y no pueden fiarse de ella ni Iglesias ni Junqueras.
El problema es que no está jugando a las cartas con su dinero, sino con la credibilidad del Estado y con la decencia de la democracia. Cuánto desparpajo tuvo Sánchez ayer para vengar el discurso del PP y de Cs. Y qué silencioso se mantuvo cuando la portavoz de Bildu se despojó del pasamontañas y soltó entre los presentes la serpiente de la paz.