JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • El asesino que arguye motivos políticos del tipo justicia social (ETA era marxista-leninista, no solo separatista) goza de respeto en la izquierda toda, política, académica y mediática
A fin de cuentas, chabacanería es lo que pide un electorado adicto a las pendencias entre sujetos cuyo mérito es ser parientes de alguien, o examantes de alguien, o excriados de alguien. Todo bajo la batuta de esperpentos como aquel que odiaba a las mujeres, caramba, no recuerdo el nombre, solo lo repulsivo de su programa de maledicencias y de humillaciones. ¿Cómo se llamaba? Era sanchista, claro. Se le permitía el maltrato porque cuando un socialista agarra con fuerza por el brazo a una mujer y la denigra, algo habrá hecho ella.
Fíjate en el otro, sí, hombre, el tío más nocivo del socialismo vasco, traidor a sus muertos hasta la identificación con los verdugos, y por tanto pionero de la parte más sucia de un sanchismo inmundo de por sí. Era un maltratador probado, pero sus compis callaban. No nos engañemos; en ese caso les fascinaba su comercio con los carniceros. El asesino que arguye motivos políticos del tipo justicia social (ETA era marxista-leninista, no solo separatista) goza de respeto en la izquierda toda, política, académica y mediática. Tan grande es su aura (luz negra) que alcanza a sus amigos.
Así Sánchez. Desde que dio el pésame en el Congreso a la señaladora de objetivos y a sus cómplices de grupo parlamentario por la muerte de un etarra, el autócrata no puede argumentar que desconoce la identidad política de sus socios. Hasta ahí llegamos los que no le vemos glamour al homicidio. Pero Sánchez, su banda y sus mariachis prisaicos tienen una moral diferente; con aquel pésame, él se prestigió, lanzó un guiño a los torpes que aún no habían comprendido: reconocer la naturaleza de Bildu era un acto ritual de asunción de la luz negra.
¿Por qué ahora está perdiendo el autocontrol? Porque se descubre vórtice de un torbellino de corrupción tradicional, cuando él solo estaba preparado para capear con la corrupción política: autogolpe, muro a media España, censura, impunidad para sus socios, acoso a los jueces, opacidad, control obsceno de la Fiscalía… Todo a la negra luz de una violencia que él ha querido fundacional del nuevo régimen. Pero, ¿el latrocinio? Es difícil sublimarlo. Por eso ayer alcanzó un patetismo interesante. Hay que ahondar ahí.