DIARIO VASCO, 12/2/12
200 personas salieron a la calle el 26 de noviembre de 1985 para repudiar, en silencio, la violencia. La persistencia del terror les ha llevado a repetir ese acto duante 25 años
Era 26 de noviembre de 1985, los relojes marcaban las siete y media de la tarde y unas doscientas personas se disponían a concentrarse en la Plaza Circular de Bilbao durante quince minutos, en silencio, tras una pancarta en la que se podía leer: «Han matado a un hombre. ¿Por qué no la paz?». Ellos no lo sabían pero estaban a punto de colaborar en el alumbramiento del ‘gesto por la paz’, el primero de muchos centenares más que, muy a su pesar, llegarían con una trágica periodicidad durante los siguientes 25 años.
Esos dos centenares de personas no estaban allí por casualidad. La víspera, con los primeras luces del día, ETA había asesinado en San Sebastián al cabo del Ejército Rafael Melchor García y al soldado José Manuel Ibarzabal Luque. A las once de la noche, en Pasaia, un etarra descerrajó nueve tiros al agente de la Guardia Civil Isidoro Díez Ratón. Las dos acciones terroristas de ese día activaron el sencillo protocolo que había diseñado días antes un grupo de personas de la asociación Itaka, formada por profesores, alumnos, exalumnos y padres del colegio Escolapios de Bilbao, y que incluso había llegado a poner por escrito, por medio de la revista Papiro, algunos detalles básicos para saber cómo actuar: «Si os encontráis esta frase ‘Hoy ha muerto un hombre’ -enseguida se sustituyó hombre por persona- encabezando una pancarta, cartel o texto, sabréis que se está pidiendo la paz para Euskadi en una campaña denominada ‘Gesto por la paz’ que a la hora de escribir estas líneas no sabemos en qué fecha será necesario iniciar».
El compromiso era concentrarse de forma silenciosa al día siguiente de que ocurriera una muerte producto de acciones de «terrorismo de toda procedencia o tortura», en la plaza Circular, de 19.30 a 19.45, portando carteles y pancartas «solicitando la paz para nuestro pueblo e invitando a la gente a que participe». La iniciativa fue fruto de la reflexión realizada en los Escolapios durante la Semana de la Paz de ese año, desarrollada bajo el título ‘Signos de esperanza en nuestro mundo’, de donde surge también la actual ‘globada por la paz’. Su ‘alma máter’ fue el escolapio y actual presidente de la Fundación Itaka, Javier Aguirregabiria.
No les resultó fácil conseguir los permisos para hacer las concentraciones. Tras solventar algunos problemas consiguieron una entrevista con el gobernador civil Julián Sancristóbal que decidió aprobar la iniciativa y les concedió un permiso continuado para todo el año.
Junto a Aguirregabiria, Alberto Cantero, actual secretario de Colegios Escuelas Pías de Emaús, estuvo en aquella primera concentración. Era alumno de Escolapios y tenía 17 años cuando se involucró en ese incipiente movimiento social desde la asociación Itaka. «Nos organizamos para llevar a cabo una iniciativa que deseábamos no tener que hacer», recuerda removiendo papeles y fotocopias de prensa en los que apenas unas líneas de periódico daban cuenta de aquella primera vez con títulos como «Concentración al día siguiente de una muerte». La cruda realidad fue que la convocatoria no deseada llegó demasiado rápido y que el mismo día de esa concentración se produjo otro nuevo asesinato a manos de ETA, -esta vez la banda terrorista asesinó en Lasarte al guardia civil jubilado José Herrero Quílez-, que les volvió a reunir 24 horas después, en el mismo lugar y a la misma hora.
Fieles a la descentralización
Similar rutina se cumpliría ese año los días 7, 24 y 31 de diciembre. Esa trágica frecuencia de acciones de terror provocó que la iniciativa de la concentración silenciosa empezara a conocerse y a tener mayor respuesta ciudadana. El gesto ya había prendido y se plantearon la posibilidad de ampliarlo a nuevos lugares en meses posteriores. Fieles a su deseo de descentralizar, el acto se puso en marcha en diferentes barrios y municipios de Bizkaia. La idea se llevó a cabo, de forma simultánea, en San Sebastián y se empezó a extender por Gipuzkoa. Los Escolapios de Tolosa, desde la parroquia de la villa, llevaban a cabo desde inicios de 1985 media hora de oración por la paz en Euskadi, lo que sirvió de inspiración a la Asociación por la Paz de Cristina Cuesta para sus primeras concentraciones en Donostia.
Ese año, ETA asesinó a 40 personas y los GAL a otras 9. Al año siguiente y al otro y al otro…. los asesinatos no dejaron de golpear a todo el país y la necesidad de coordinación y puesta en común de experiencias entre los distintos grupos hizo que fuera tomando forma la Coordinadora Gesto por la Paz. Su actividad comenzó a ser conocida y el 9 de mayo de 1987 tuvo lugar la primera manifestación bajo el lema ‘No hay caminos para la paz. La paz es el camino’ que reunió en Bilbao a más de un millar de personas. Después se decidió que fuera una convocatoria anual ligada a la fecha del 30 de enero en conmemoración de la muerte de Gandhi.
Paralelamente a la actividad de la Coordinadora Gesto por la Paz nacida en la primavera de 1986, Cristina Cuesta, cuyo padre había sido asesinado en 1982 por los Comandos Autónomos Anticapitalistas, lanza una llamada a los afectados por la violencia de cualquier signo y a la población en general para que trabajen por la pacificación de Euskadi. El llamamiento cristaliza, el 8 de mayo de 1986, en la fundación del grupo de San Sebastián. En septiembre se forma la Asociación por la Paz de Euskal Herria, con la incorporación de las agrupaciones locales de Pamplona, Vitoria y Bilbao.
Junto a Alberto Cantero, Itziar Aspuru, Edorta Martínez e Isabel Urkijo forman parte de un generoso y amplio grupo de voluntarios que a diferentes niveles de implicación ha hecho posible que aquel primer gesto en silencio se haya hecho oír a lo largo de 25 años de dolor y muerte. Reunidos en torno a la mesa de la sede de la coordinadora Gesto por la Paz se ofrecen a hacer memoria y a escrutar aquellos primeros momentos de una larga historia de la coordinadora pacifista. Orgullosos de su tarea, se envuelven en un mar de fechas, de lugares, de sentimientos, de malos y buenos recuerdos que componen parte del relato de esos años en Euskadi.
Cuando uno entra en el local detecta la magia de un movimiento que en silencio y con muchos pequeños signos ha intentado responder a la barbarie terrorista, «rechazando la violencia que se hacía en nuestro nombre y contra todos nosotros», apuntan. En pocos metros cuadrados se agolpan pancartas -la primera que conservan es de 1989-, carteles, libros, muchos papeles, los ecos de muchas reuniones y decisiones como la que deberán tomar en los próximos meses cuando decidan qué camino emprenden tras la última manifestación que ayer despidió su etapa de movilización ciudadana.
Itziar Aspuru recuerda sus primeras salidas a la calle en el Casco Viejo. Cree que el nacimiento de Gesto responde «a la espontaneidad por la pura espontaneidad». «Mucha gente necesitábamos que la sociedad reaccionara de alguna forma y que lo hiciera de modo público. No valía irte fuera de tu barrio, el compromiso tenía que ser ante tus vecinos para interpelarles».
Muchos de los nuevos concentrados eran jóvenes «y un poco ilusos», rememora Alberto Cantero. Confiesa que durante mucho tiempo estuvo seguro de que iban a convencer a los terroristas. Pronto se dio cuenta de que «daba igual. No tenía que ver con lo que nosotros dijéramos».
Desde sus primeras salidas a la calle fueron testigos de la incomprensión de quienes no entendían «que la calle también era un espacio nuestro». No era sencillo salir, sobre todo en algunos lugares, pero siempre supieron que era un espacio que tenían que conquistar. A lo largo de los años también se fue modificando la respuesta de quienes se creían dueños de la calle y utilizaban la descalificación con el único objetivo de que abandonaran el espacio público. «Al principio necesitaban asociarnos a las Fuerzas de Seguridad del Estado y decían que éramos hijos de guardias civiles o guardias civiles. Luego, con llamarnos españolazos ya bastaba. Para ellos, ser español ya era suficiente insulto».
Fueron necesarias pocas concentraciones de gesto para que les empezaran a responder desde diferentes sensibilidades de la izquierda abertzale. «Nos decían que hacíamos trampa porque solo denunciábamos una parte de las víctimas, algo que no era cierto». Itziar Aspuru no olvida que uno de los gestos más duros fueron las concentraciones por el asesinato de Josu Muguruza. «No aceptaban nuestra muestra de rechazo. No era solo que no lo escucharan sino que cuando hacíamos gestos por otras víctimas la reacción era la de este es nuestro muerto, no aceptamos vuestra solidaridad».
DIARIO VASCO, 12/2/12