Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
La banda terrorista presentó a Txabi Echebarrieta como un héroe inmolado por Euskadi para captar y movilizar simpatizantes
El 7 de junio de 1968 el guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines detuvo en Aduna el automóvil en el que viajaban Txabi Echebarrieta e Iñaki Sarasketa. Se trataba de un control rutinario. El agente les pidió la documentación, comprobó que los datos no coincidían y lo dijo en voz alta. Inmediatamente recibió cinco tiros. Fue la primera víctima mortal de ETA.
Los asesinos se refugiaron en casa de un colaborador de Tolosa. Dos horas después le pidieron que se los llevara de allí en su coche. No fueron lejos. Una pareja de la Benemérita paró el Seat 600 en Benta-Haundi y cacheó a sus ocupantes. Si bien no encontraron la pistola de Sarasketa, el jefe de la patrulla sí vio el arma de Echebarrieta. El etarra intentó sacarla y el guardia trató de impedirlo. Se enzarzaron en una pelea.
Tras intercambiar varios disparos con el otro funcionario, Sarasketa huyó. Echebarrieta y el jefe de la pareja siguieron luchando en el suelo. El etarra consiguió apretar el gatillo más de una vez. No dio a nadie. El otro agente le golpeó con su pistola en la cabeza y en otras partes del cuerpo, conminándole a entregarse, pero Echebarrieta volvió a hacer fuego. Entonces los guardias civiles le dispararon. Y acertaron.
Aun si descartamos las declaraciones de los funcionarios, las pruebas demuestran que en Benta-Haundi se desató un tiroteo en el que participaron los dos etarras y los dos agentes. En aquel lugar se encontraron cinco casquillos de bala de la pistola de Echebarrieta, cuatro de la de Sarasketa y otros cuatro de las armas reglamentarias de los motoristas de la Agrupación de Tráfico. En total, trece vainas.
Echebarrieta había quedado gravemente herido, pero aún fue capaz de contestar a uno de los guardias: «Déjeme, me estoy muriendo, yo no he hecho nada, búsqueme a un cura». Pidió confesión «varias veces» y luego se calló. El jefe de la patrulla paró un coche y en él trasladaron al etarra a la clínica de San Cosme y San Damián de Tolosa. Fue atendido por un médico, que no pudo hacer nada por su vida. Falleció «a los 10 minutos de ingresar».
El 9 de junio dos facultativos de aquella localidad realizaron la autopsia de Echebarrieta. El informe forense indica que el cadáver tenía diferentes lesiones, entre ellas una en la cabeza, y dos heridas de arma de fuego. Había un impacto de bala en «el quinto espacio intercostal derecho con salida en región parte alta de región interescapular», entre los omóplatos. Se localizó otro «orificio de entrada en parte alta de región interescapular», aunque sin salida.
Dos días después ETA empezó a repartir pasquines sobre lo ocurrido. Su única fuente de información era la prensa franquista, que daba una versión de los hechos contraproducente para sus intereses. Así pues, los etarras decidieron corregir las noticias para que fuesen patrióticamente correctas y salvaguardasen la memoria de su líder.
En algunas publicaciones se borró a Pardines de la historia. En otras se le culpaba de su propia muerte: la habría provocado al atacar a los etarras sin previo aviso, por lo que se habrían visto obligados a actuar en defensa propia. A Pardines no solo se le hurtó la condición de víctima, sino incluso la de ser humano. Nunca se mencionaban su nombre y apellidos, sino que era un «agente imperialista» o un «txakurra».
En cambio, la propaganda presentó a Echebarrieta como un héroe inmolado por Euskadi. Haciendo un paralelismo con el Che Guevara, se le nombró el «primer mártir de la revolución». Debía tener una muerte digna de tal título, así que ETA negó que sus dos integrantes hubiesen disparado en Benta-Haundi: Echebarrieta había sido ejecutado extrajudicialmente. En plena dictadura, a un sector de la sociedad le pareció creíble.
Miembros de ETA sin contacto entre sí elaboraron distintos modelos de octavillas. Ninguno sabía lo que había pasado, pero usaron la imaginación. Así, excepto en el «martirio», diferían en todo lo demás. No obstante, no les preocupaba ni la coherencia ni la verdad. Su misión era otra: crear un «mártir» útil para la causa. Como ha estudiado Jesús Casquete, la memoria de Echebarrieta sería instrumentalizada para captar y movilizar simpatizantes.
Todavía cumple dicha función. Por eso el nacionalismo radical se resiste a renunciar al mito. En un ‘Zuzen’ de 2004 ETA afirmaba que Echebarrieta había sido «fusilado». La literatura militante tampoco se sale ni un ápice del guion trazado en 1968. Incluso existe una asociación en homenaje al «primer mártir».
El sumario es accesible a cualquiera desde hace tiempo. Documentación como esta, tras contrastarla, nos permite elaborar un relato riguroso. La ciudadanía vasca del siglo XXI no necesita fábulas, sino historia. Somos adultos.