Rechazar los intentos de extorsión puede ser el mejor modo de calibrar hasta qué punto son creíbles las proclamadas ‘buenas intenciones’ de los etarras. Ese tipo de pagos son un delito que hasta ahora no ha sido perseguido por razones ambiguas.
Se han hecho muchas cábalas sobre la fiabilidad y el alcance del alto el fuego -ni a tregua llega- declarado por los encapuchados cofrades de ETA (a ver si algún día les vemos en la procesión de Semana Santa, hombre, haciendo penitencia� aunque no se quiten la boina). La impresión general es que se trata de un dudoso subterfugio para tantear la posibilidad de colar alguna lista afín en las próximas elecciones, lo que Batasuna necesita para recibir algo de oxígeno político y fondos institucionales. Pero resulta evidente que aquí ya no convencen más que a los que vienen convencidos de casa ni aún menos engañan a nadie: ni en Euskadi ni en el resto de España. Decía Abraham Lincoln que se puede engañar a parte del pueblo todo el tiempo y a todo el pueblo parte del tiempo, pero es imposible engañar a todo el pueblo todo el tiempo. De modo que lo tienen bastante crudo.
Claro que puede que en el extranjero les vaya mejor. Es asombroso el desconocimiento de países de nuestro entorno sobre lo que ocurre entre nosotros. Para la BBC o para ‘Financial Times’ todavía resulta difícil distinguir entre la banda terrorista con sus servicios auxiliares y quienes sostienen el ideario independentista vasco, cuya propuesta política no sólo no está prohibida sino que tiene evidente representación parlamentaria. Quienes hemos tenido ocasión de hablar en diversos foros europeos sobre el tema ya estamos acostumbrados a escuchar comentarios asombrosos a estas alturas («pero, profesor, ¿no cree usted que al menos debería autorizarse en la enseñanza el uso de la lengua vasca?») o directamente salidas de pata de banco («muy bien, usted nos recuerda las mil víctimas de ETA pero�¿qué me dice de los cien mil muertos en la guerra de Irak?»). Supongo que la maniobra de los terroristas, difícil de digerir para los indígenas ya escarmentados como nosotros, puede encontrar compradores beatos en instancias internacionales demasiado autosuficientes para estudiar con honradez la realidad del conflicto, o demasiado estúpidos para entenderlo sin estereotipos tomados de su propio imaginario.
En cualquier caso, es verdad que la sociedad democrática debe ‘mover ficha’, como nos urgen a hacer los radicales� aunque no sea precisamente la ficha a la que ellos se refieren. Lo que debemos evitar es que este alto el fuego tan entrecomillado se convierta en una oportunidad para que ETA, entre otras ventajas, siga haciendo caja y acumulando ahorros. Se habla, con buenas razones, de la eficacia del cerco policial y judicial al terrorismo pero suele olvidarse otro aspecto esencial de este acoso: el económico. Ahora más que nunca es importante que se corte el flujo de ingresos por extorsión que cobra la banda. Hasta ahora quienes han pagado -colaborando así con los terroristas, por muy a regañadientes que sea- trataban de justificar su conducta invocando el miedo invencible que les producían las amenazas recibidas. Pero ahora se supone que estamos en alto el fuego y cese de agresiones, por lo que hay una buena razón para hacer oídos sordos ante los intentos de coacción mafiosa. Precisamente, rechazar los intentos de extorsión puede ser el mejor modo de calibrar hasta qué punto son creíbles las proclamadas ‘buenas intenciones’ de los etarras� Hay que recordar que ese tipo de pagos son un delito que hasta ahora no ha sido perseguido en serio por razones ambiguas, pero que quizá convenga empezar a tratar de una vez como lo que es.
El artefacto explosivo que estalló hace unos días en una sede empresarial de Vitoria demuestra que la posibilidad de que cesen los cobros de su impuesto chantajista es una preocupación de la banda. A estas alturas ya sabemos que las agresiones etarras se disfrazan cuando conviene tener un perfil bajo de simple ‘kale borroka’. Así pueden seguir amenazando e intimidando pero manteniendo nominalmente su llamado ‘alto el fuego’. Y es comprensible que muchos empresarios y profesionales extorsionados sigan sintiendo temor a padecer este tipo de violencia de (relativamente) baja intensidad si suspenden sus pagos. Sin embargo, también muchas de las personas amenazadas que ahora se ven sin escolta tendrán probablemente cierto miedo y sin embargo no les queda otro remedio que hacer su vida normal. A esa preocupación tendremos que sobreponernos todos, porque en el viaje del miedo no hay clase ejecutiva y clase turista. Y cortar el suministro económico a ETA es una prioridad para que este tiempo de descuento que pretende marcar la banda no se convierta en una inversión para aumentar sus fondos.
Fernando Savater, EL CORREO, 18/9/2010