EL MUNDO 13/10/13
· Hace un brindis sin precedentes sobre «lo conseguido juntos» y el compromiso con el futuro.
Las reales estancias del Palacio destilaban ayer una expresa sensación de novedad. Nuevos usos del protocolo aun con invitados habituales y, sobre todo, nuevos protagonistas en ausencia del Rey, postrado por enfermedad que, si decidió hacer lo mismo que el resto de su familia, seguro que siguió por televisión las evoluciones del Príncipe de Asturias presidiendo por primera vez junto a su esposa el desfile militar con el que se conmemoró la Fiesta Nacional.
Entre tanta iniciativa inédita, la Casa del Rey eligió una mediante la cual el Príncipe hizo una llamada a reafirmar la unidad entre los españoles, también en los tiempos venideros y, sobre todo, por razones prácticas. «Hoy es un día para celebrar lo que nos une, para recordar nuestra historia milenaria y valorar lo mucho que hemos conseguido juntos», afirmó. «Pero sobre todo, hoy es un día para reafirmar nuestro compromiso con el futuro, compartido, de concordia y de progreso para todos los españoles, para todos los ciudadanos», continuó el Heredero leyendo un texto escrito a mano. «España, con la Corona a su servicio», recalcó, «continuará trabajando siempre para garantizar ese progreso, ese porvenir, superando cualquier dificultad»
Ese fue el contenido del brindis. Todos los años, el Rey suele brindar. Ayer, el Príncipe, la Casa del Rey, quisieron que Don Juan Carlos tuviera presencia y, para ello, ampliaron la duración y el contenido del gesto. Al decir del secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, «una innovación acertada». «Estupendo», según el presidente Rajoy.
Sin embargo, pese a que el Príncipe habló en nombre del Rey al trasladar su «más afectuoso» saludo a los invitados, fue inevitable que en algunos momentos diese la impresión de que se colaba más o menos sutilmente un cambio de ciclo. Y fue también inevitable que, dada la actual coyuntura, en plena crisis de identidad nacional y controversia monárquica, la alocución tuviese una directa lectura política.
Eso en lo que se refiere al discurso oficial. En las conversaciones posteriores, a diferencia del año pasado –cuando tanto el Rey como el Príncipe pidieron al Gobierno que bajara el pistón de la tensión y Don Felipe mencionó que Cataluña no era un problema–, ayer todo el mundo se esforzó en no hacer ni mención.
El Príncipe reconoció que sus experiencias del día, presidiendo el desfile y protagonizando de facto la recepción –pese a que la Reina iba a desempeñar ese papel–, estaban siendo «raras» por «inhabituales»; y añadió que su padre «está haciendo lo que tiene que hacer, que es recuperarse», para afrontar la segunda fase de la operación de cadera.
Sin embargo, cuando intuyó que iba a ser asaeteado cortésmente con preguntas de otra índole, se sumergió en la multitud, siempre junto a Doña Letizia, atendiendo a los invitados que les buscaban, apelotonados, con entusiasmo.
El presidente Rajoy sí habló, pero sólo de economía. Según dijo, «estamos en el buen camino» y los «datos son alentadores», aunque apremió a «no frivolizar» –con el optimismo, se entiende– y a «perseverar». Aseguró que no cree que la negociación del sistema de financiación tenga que prolongarse, debido a su dureza, hasta 2015. Según dijo, ha estado en muchas negociaciones de una complicación similar y, al final, «todos dicen que han ganado». Resaltó la pujanza de la industria del automóvil y reveló que el responsable de la Renault le aseguró que había reforzado su negocio en España gracias a la reforma laboral. Calculó que el consumo familiar está empezando a dejar de caer y continuó así hasta tejer, otra vez, la misma red de argumentos con la que pretende que la sociedad perciba que se está empezando a remontar. «Es que hay que ser un crack para dejar de endeudarse invirtiendo y consumiendo», resumió.
«¿Y Montoro?», le preguntamos, «¿le ha recomendado que modere sus respuestas para evitar soliviantar a la ciudadanía?». «Montoro», señaló algo cortante –con Rato merodeando por los aledaños del corrillo–, «es un magnífico ministro de Hacienda en momentos muy difíciles». No aceptó repreguntas aunque, tras respaldar globalmente a su ministro, reiteró como ya hiciese la vicepresidenta que «los sueldos de convenio suben y los de las empresas bajan, pero esto es lo que está impidiendo que no haya despidos».
No hubo modo de hablar –tampoco en relación a la última acusación del juez Ruz sobre la financiación de su campaña– con la presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, quien desapareció oportunamente con su esposo después de asistir al desfile.
Quedaban anécdotas más o menos metafóricas: la de Susana Díaz diciendo que se iba «con Alfredo» porque no quería «dejarlo solo»; y la Reina, más ensombrecida que otras veces, pero quedándose casi la última, saludando y encantada con lo «guapo» que estaba su hijo.
EL MUNDO 13/10/13