Ignacio Camacho-ABC

  • Este Gobierno desconoce el oficio de gobernante. Son aficionados vestidos con disfraces que les van muy grandes

Tres Consejos de Ministros en una semana forman el retrato de un Gobierno desconcertado que va improvisando decisiones sobre la marcha. Y aún a la medianoche del lunes, rozando la madrugada, hubo que introducir en el decreto de la «hibernación» una moratoria de 24 horas porque se les había olvidado, andá los donuts, que las empresas necesitan ciertos trámites antes de bajar de un día para otro la persiana. Simplemente no lo sabían; entre las veintitrés personas que forman el Gabinete, y quizá entre sus colaboradores de confianza, no hay ninguna que haya pagado una nómina, ni pedido una póliza de crédito en la banca, ni tratado con proveedores, ni atravesado la incertidumbre de abrir la puerta de un negocio

cada mañana. Debían de creer que la economía de un país se para dándole a un interruptor, como se apagan las luces de una oficina o de una casa. Se mueven por el poder como adolescentes de excursión, tropezando con los muebles, tocando botones al azar, a ver qué pasa. En cada detalle de su actuación se entienden mejor las dificultades para adquirir equipos de protección sanitaria o por qué se han dejado tangar con mercancía trucada en un mercado internacional poblado por tipos con vista de águila.

Vale que esta emergencia sobrepasa también a líderes con más experiencia y mejor preparados. Nadie lo estaba para una crisis de este tamaño, que está poniendo a prueba no sólo los sistemas hospitalarios sino la estructura misma de los Estados. Incluso con mucha, pero mucha benevolencia retrospectiva se podría aceptar el pliego oficial de descargo sobre la tardanza letal en advertir el riesgo de contagio. Pero no hay modo de encajar en ese relato la incapacidad de gestionar los poderes excepcionales recabados, ni la sensación generalizada de caos que provoca un Gobierno confuso, mal cohesionado, rígido por la esclerosis política que le provocan sus prejuicios sectarios. Cualquiera puede cometer fallos; lo inadmisible es que un piloto desconozca el funcionamiento del cuadro de mandos.

Se fiaron de los expertos, dicen, pero no especifican de cuáles. Ni siquiera existía un comité científico cuando se declaró el estado de alarma; no se constituyó hasta una semana más tarde. En todo caso los epidemiólogos, los médicos, los virólogos, emiten informes, recomendaciones, advertencias, pero corresponde a los dirigentes, a los políticos profesionales, tomar las decisiones y asumir las responsabilidades. Y el problema de este Ejecutivo es que no sabe. Que a sus miembros, con tres o cuatro excepciones, les falta competencia, idoneidad para el oficio de gobernante. Que ni siquiera se reconocen en él, como admite Irene Montero cuando señala a «las autoridades» que permitieron aquel nefasto 8 de marzo en la calle. Que es un equipo de amateurs, de diletantes a los que el principio de Peter (Sánchez) ha disfrazado con trajes que les van muy grandes.