Juan Carlos Girauta-ABC

  • La crítica no se suspende, por mucho que cabecillas y aduladores de partidos sin proyecto nacional reclamen

En el encierro, el mundo exterior es la prensa. Los cuatro o cuarenta balcones del vecindario de enfrente, los aplausos de atardecer y las canciones al viento, que van callando, son mera extensión de nuestra soledad. Nunca la prensa ha sido actividad más esencial. Prensa es libertad y fiscalización, por eso «prensa libre» es un oxímoron. Si no implica el adjetivo, no merece el sustantivo.

La crítica no se suspende, por mucho que cabecillas y aduladores de partidos sin proyecto nacional reclamen, ahora que gobiernan, una lealtad que ellos entienden como silencio, preguntas filtradas o largas e insustanciales intervenciones del presidente.

Sin duda van a recibir más lealtad de la que han demostrado nunca, pero eso no viene de ninguna deliberación o decisión porque no hace falta; va en la naturaleza de cada cual. Reciben una lealtad generalizada en forma de acatamiento de las normas, que es toda la lealtad que un gobierno puede y debe esperar. Y aún más: reciben un tipo de lealtad que algunos gobernantes no practican: la que consiste en no aprovechar una tragedia descomunal para organizar campañas que ponen al sistema en peligro. Al sistema, digo. Van del Consejo de Ministros a la cacerolada contra la Monarquía, a alentar huelgas de alquileres o a recordar la supeditación de toda propiedad al interés general… mientras intentan convencer a la UE de que emita eurobonos.

Por no hablar de la incesante campaña de socialistas y comunistas, y de sus altavoces, contra la Comunidad de Madrid, cuya gestión les mata por el contraste. Tienen más lealtad de la que merecen y de la que conocen.

Desestabilizar en momentos críticos es práctica que tienen patentada. ¡Pásalo! No renuncian a nada, se sienten oposición y gobierno. Son el niño en el bautizo y el novio en la boda, y no diré que el muerto en el entierro porque los entierros son ahora mismo clandestinos. Ojo, por cierto, con la justa ira que van acumulando tantos deudos sin luto y sin rito.

Los muertos se han muerto solos y a solas se honran sus memorias, sin los cuerpos. Falta un ingrediente de cohesión, de duelo y trascendencia compartidos al que se han apegado todos los pueblos del orbe durante toda la historia de la humanidad. Es extraño, no advierto una especial preocupación por las imprevisibles consecuencias de tal privación.

Cuando empiece a despejar la peste y podamos pasear de nuevo, cuando el mundo exterior, hoy reducido a la prensa, vuelva a desplegarse en arboledas y edificios, en despachos y jardines, en restaurantes y cines, muchos se contarán cara a cara sus desdichas. Se abrirá la flor bella y salvaje de la libertad, hoy congelada, como un fractal de dolor y de furia que reproduce su forma en todas las escalas.

En una soledad plural y espesa se está cociendo un futuro inmediato que podría no atender a razones. Si Sánchez conservara algún instinto de supervivencia política formaría un gobierno de concentración.