Jesús Cacho-Vozpópuli

Decía el domingo Isabel Díaz Ayuso en su cierre de campaña que “el problema de Madrid es Pedro Sánchez” y no, Isabel, no, Pedro Sánchez no es el problema de Madrid, Pedro Sánchez es el problema de España, eso sí, es la metástasis de un cáncer que empezó a incubarse con la llegada a Moncloa de un bobo con vistas al campo apellidado Rodríguez Zapatero gracias a unos atentados, 11 de marzo de 2004, que cambiaron el rumbo de España, y que ha alcanzado su fase terminal con la llegada al poder de un descuidero (“persona que roba aprovechando descuidos”) de la política, un majadero impostado hasta el ademán, necio hasta para posar, falso hasta para fingir, apellidado Sánchez Castejón. Un fatuo fascinado por la arboladura de un físico que corona una cabeza vacía de contenido. Un cero a la izquierda intelectualmente hablando. Una ambición de poder sin límites y sin ideología conocida. Un peligro como presidente del Gobierno para todo país que aprecie sus libertades. Lo de Pablo Iglesias es una nota a pie de página, apenas una anécdota. El perdedor de lo ocurrido este martes en Madrid se llama Pedro Sánchez. Él es el gran derrotado. Ya nada será igual para el manilargo y para los millones de españoles que le vienen sufriendo desde la artera moción de censura del 30 de mayo de 2018.

Nunca agradeceremos lo bastante al listísimo Iván la decisión de embarcar a su señorito en la aventura de Murcia, qué hermosa eres, aunque no está claro si la cosa salió del magín cuadrado del asesor Redondo o fue producto de una coyunda a medias entre Arrimadas, Inés, Inesita, Inés, y el sujeto en cuestión, deseoso de acabar de un manotazo con la carcomida arquitectura de poder regional de un PP en horas tan tristes como bajas. El vuelo de una mariposa en Pocatello, Idaho, y el tsunami que arrasa las costas del golfo de Bengala, India. El terremoto que, como las fichas del dominó, sacude inesperadamente la política española desde el cabo de Palos hasta la Estaca de Bares, haciendo añicos la legislatura y colocando al señorín contra las cuerdas. Sin sospechar lo que se le venía encima, el tipo galleó ufano recogiendo el guante que desde la Puerta del Sol lanzó la dama duende y aun pretendió hacer del 4 de mayo un plebiscito, dispuesto a acabar de una vez con la única persona, hombre o mujer, que se había atrevido a hacerle frente y desafiar su poder.

Alguno de los cientos de asesores que Redondo estabula en Moncloa con el dinero del contribuyente le advirtió, iniciada la campaña, que la cosa del 4 de mayo empezaba a pintar mal, le señaló con el dedo la dimensión de la tormenta que se erguía amenazante sobre la sierra de Madrid dispuesta a arrasar con todo hasta más allá de la vega de Aranjuez, y entonces el pisaverde se escondió, decidió refugiarse tras los muros de Moncloa, silente y cobarde, que el valor ni siquiera se le supone a este pintón soldadito de plomo. Pero ya nadie puede negarle el mérito que le corresponde, todo, en el fenomenal revolcón con el que la presidenta de la Comunidad de Madrid le obsequió anteayer. El rayo de luz que ha partido en pedazos el negro horizonte que a los demócratas españoles esperaba al menos hasta finales de 2022. La tormenta liberal que desde el kilómetro cero amenaza con inundar la geografía española. Porque esto no se queda aquí, esto se hincha, por mucho que los lamelibranquios de la prensa adicta se empeñen en afirmar lo contrario: no hay más forma decente de leer el éxito de Díaz Ayuso que en clave nacional.

Lo ocurrido el martes no puede sino identificarse como la rebelión de una mayoría de votantes dispuestos a poner pies en pared contra un Gobierno en minoría a quien sostienen los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales

Más allá de los méritos de una candidata que en los últimos tiempos ha “crecido” mucho, añadiendo olfato político a su incuestionable arrojo; más allá del grosero intento de convertir Madrid en un fortín enemigo del Gobierno central y más allá de pretender identificarla como un reducto fascista, insulto sobre insulto, lo ocurrido el martes no puede sino identificarse como la rebelión de una mayoría de votantes dispuestos a poner pies en pared contra un Gobierno en minoría a quien sostienen los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales, neocomunistas bolivarianos, separatistas de izquierda radical y filoetarras de EH Bildu, sin olvidar esa noble gente de la derecha nacionalista vasca siempre dispuesta a tirar la piedra y poner la mano para cobrarla a buen precio. Confieso que me encuadro en el pelotón de los que no han votado “a favor de” Ayuso, sino “en contra de” Sánchez. Porque desalojar del poder a este aventurero sin escrúpulos, este sátrapa dispuesto a hacer añicos la España constitucional, además de a quebrar a los españoles con la ruina económica, se ha convertido en la obligación moral de todo demócrata que se precie.

Los madrileños se han hartado de las mentiras de un personaje dispuesto a engañar a todos, a todas horas, todos los días del año, resuelto a utilizar las instituciones en su personal provecho, a acabar con la división de poderes, a disculpar la violencia de sus socios con un silencio cómplice, a indultar a los golpistas que protagonizaron en Cataluña el intento de romper la unidad de España… A terminar, en suma, con el marco normativo que nos ha proporcionado el más amplio periodo de paz y prosperidad de nuestra historia. Lo del martes fue el rechazo democrático de una nación que se niega a claudicar ante un filibustero y decide empezar a defender su modelo de vida, su bienestar, su empleo y tantas cosas más. El 4 de mayo de 2021 travestido de 2 de mayo de 1808. El mismo instinto de supervivencia. La España que se resiste a morir. La misma negativa a dejarse arrastrar por el fango moral de esos insultos que la gente de bien tiene que soportar todos los días en el Parlamento desde la bancada de los rufianes y desde los medios de comunicación públicos que pagamos todos. La nación de ciudadanos libres e iguales dispuesta a salvar a la España constitucional de su demolición.

Con la obstinación de los sedientos de poder, Sánchez se ha construido una caja de pino de la que le resultará complicado salir si no es camino de su tumba política

Todo se le ha complicado súbitamente. Ahíto de una tan injustificada como soberbia arrogancia, su permanente ejercicio de equilibrio en el alambre de los 120 escaños amenaza con dar con sus huesos en tierra. Demasiada gente engañada demasiado tiempo. ¿Elecciones generales a corto/medio plazo? Imposible, antes de que la lluvia de varios trimestres de generoso rebote económico contribuya a lavar el barro de ignominia acumulado con el quitamanchas de una vuelta al consumo y la creación de empleo. ¿Girar cuál mago hacia ese centro que ha despreciado desde mayo del 18? Igualmente difícil para el jefe de una banda de la que dependen los apoyos parlamentarios que necesita para seguir vivo, obligado como está a seguir pagando las letras que comunistas e independentistas le presentan a cobro cada dos por tres, forzado a tolerar los diarios desplantes de quien decidió romper todos los consensos para auparse al poder con la ayuda de lo peor de cada casa. Con la obstinación de los sedientos de poder, Sánchez se ha construido una caja de pino de la que le resultará complicado salir si no es camino de su tumba política.

Tras la inaplazable tarea democrática de desalojar del poder al bergante, vendrá la aún más ardua de hacer posible un país que, forjado en el espíritu de reconciliación que presidió la transición, sea capaz de enterrar definitivamente los bloques, regenerar las instituciones, abordar las reformas de fondo hoy inaplazables y preparar a las nuevas generaciones para un futuro en paz y prosperidad presidido por la bandera de la libertad. Un futuro de rabiosa competencia global. Y no se vislumbran mimbres capaces de enhebrar semejante cesto ni a derecha ni a izquierda. De momento, celebremos los resultados del 4 de mayo. Ya nada será igual para el descuidero de la política que ocupa Moncloa. Como dijo Winston Churchill tras la victoria de El Alamein contra los blindados del mariscal Rommel, “esto no es el final, ni siquiera el principio del final, pero si el final del principio”. Un nuevo tiempo ha empezado.