RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 08/04/17
· Donald Trump ha hecho algo bien por hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Barack Obama y él mismo defendió.
Vaya por Dios. Parece que hay bastante consenso en que Trump ha hecho algo bien. Y lo ha hecho por hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Barack Obama y por lo que él le criticó: actuar en Siria. A ese presidente norteamericano le dieron el Nobel de la Paz nada más llegar a la Casa Blanca y antes de que hiciese nada. Menos mal. Fue un gran acierto del comité noruego del premio. Porque, cuando Obama desembarcó en el Despacho Oval, en Oriente Medio no había ninguna guerra y cuando él se fue había cuatro: Irak, Libia, Yemen y Siria. A ver quién le iba a dar el Nobel así, pobre hombre, con lo que él se lo merecía…
El de Siria fue un caso especialmente relevante. Cuando se desataron las hostilidades había algunas facciones sirias pro americanas, defensoras de valores occidentales. Obama no movió un dedo por defenderlas de forma que de dos guantazos se las apiolaron los rebeldes yihadistas y las tropas de Assad.
A partir de ahí, lo más importante era no hacer nada. Sobre todo porque una vez que la decisión de no intervenir había llevado a dejar dos males en el campo de batalla, era casi imposible apostar por ninguno. Por eso es especialmente incomprensible el que Damasco haya empleado armas químicas en un momento en que las cosas le iban menos mal. Su Ejército lleva meses conquistando posiciones y al Daesh le falta óxigeno sin necesidad de usar gas sarín. Rusia había ya tomado partido claramente por Assad y la victoria era cuestión de tiempo. Este absurdo error del soberano de la dinastía Assad ha permitido la entrada en combate de Estados Unidos. Pero tampoco es tan sencillo.
Trump ha castigado el uso de armas químicas. El problema es que ese castigo sólo puede ser matizado, no absoluto. Por la sencilla razón de que descabezar el régimen de Damasco abriría las puertas a una alternativa mucho peor, del entorno de Daesh. La inacción de los últimos años y el consentimiento con el que se ha tratado a la tiranía genocida de Damasco ha dado como resultado la guerra que se produce al otro lado del Mediterráneo desde hace más de un lustro en medio de nuestra total indiferencia.
Tanta, que hasta esta misma semana hemos tenido viviendo plácidamente en Marbella a Rifaat al-Assad, hermano del anterior presidente sirio y tío del actual. Rifaat fue vicepresidente de la República. Y desde ese cargo ejecutó en febrero de 1982 la matanza de Hama. Una ciudad de 180.000 habitantes que dejaron aplanada. Aministía Internacional cifró los muertos en «hasta 25.000». Hafez alAssad nunca lo discutió. Él quería que los suyos supieran lo que pasaba con el que osara contestarle: moría. Salvo que fueras su hermano, en cuyo caso te ibas al dorado exilio de Marbella a hacer todo tipo de oscuros negocios con la prolongada indiferencia de las autoridades españolas de todo signo político.
No es cierto que «nadie quiere la guerra». Si lo fuera, no las habría. Y las hay desde que hay vida en el planeta. El problema viene cuando los buenistas se empeñan en no hacer nada contra quienes claramente están dispuestos a emplear la violencia antes o después. Porque lo que sucede en esos casos es que la guerra acaba llegando cuando más conviene a tu enemigo. La detestada guerra de Irak generó, según el «Iraq Family Health Survey», 151.000 víctimas mortales (2003-2006). La guerra civil en Siria ha generado, según el «Syrian Centre for Policy Research», 470.000 muertos (2011-2016). Pero todavía nos dirán que es mejor hacer como Obama y dejar que se sigan matando.
RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 08/04/17