JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • La estatura política de Casado se medirá por cómo resuelva el ‘caso Ayuso’

Si Pedro Sánchez no nos sorprende con un adelanto, las elecciones generales se celebrarían en el otoño de 2023. Pero, aunque faltan casi dos años para poner las urnas, los cocineros ya están metidos en harina. Sánchez hizo en julio el reseteo de su Gobierno intentando romper con el sanchismo y Podemos trabaja a marchas forzadas para que el electorado olvide a Pablo Iglesias y se quede con el ‘yolandismo’ de la ministra de Trabajo y su heroica subida del salario mínimo.

En este contexto, el PP se ha enredado en sus cuitas internas, que proyectan al público la imagen de que Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado tienen intereses contrapuestos. En lugar de aprovechar el descomunal capital político del 4-M con el incontestable triunfo de la candidata popular, Ayuso y Casado están disputando cuotas de poder interno para consolidar posiciones dentro de la estructura del partido. Todo parece girar en torno a la presidencia del PP de Madrid. Ayuso aspira a suceder a la desventurada Cristina Cifuentes y blindar su poder político en la Comunidad de Madrid. Eso supone evitar intromisiones de Génova tanto a la hora de confeccionar las candidaturas autonómicas y municipales como de controlar los ayuntamientos de la región. Eso dejaría a Génova con las manos atadas y a Casado sin margen de maniobra para situar a sus peones y capitalizar personalmente el poderío del PP en Madrid. En ese sentido tiene cierta lógica su resistencia a ceder todo el monopolio del aparato del PP de Madrid a la presidenta Ayuso. Es el problema.

Pero, de cara a las elecciones de 2023, todo lo que sea segar la hierba bajo los pies a la emergente figura de la presidenta madrileña será perder opciones de derrotar a Sánchez. Ayuso superó en votos y escaños a la suma de los tres partidos de la izquierda el pasado 4-M. Atrajo al electorado de Ciudadanos y arañó votos al PSOE. Confrontó directamente con Sánchez y obtuvo una clara victoria sobre el presidente. La noche del triunfo, desde el balcón de Génova, Ayuso dijo: «Esa forma de gobernar desde Moncloa tiene los días contados».

Dos meses después Sánchez no tuvo más remedio que echar a Iván Redondo, Ábalos, Carmen Calvo, etc. A Pablo Iglesias ya lo había mandado a las tertulias derrotado sin paliativos. Había conseguido concentrar el voto del centro-derecha y la derecha llevándose la mitad de los votos de 2019 que habían ido a Vox y a C’s. Jubiló a Ángel Gabilondo y a Pepu Hernández. Movilizó la abstención, triplicó para el PP el voto joven. Ayuso es el problema, pero también es la solución. Pablo Casado tendrá sus razones, pero ese potencial electoral no puede dilapidarlo en disputas domésticas. Su estatura como líder se comprobará en la forma en que resuelva este dilema.