LIBERTAD DIGITAL 03/12/15
CRISTINA LOSADA
Nada más conocerse la sentencia del TC que anula la resolución aprobada el 9 de noviembre por el parlamento catalán con las campanillas de los acontecimientos históricos, preguntaron a Francesco Homs si eso alteraba la estrategia del procés. De ninguna manera, vino a responder el exconsejero y exportavoz del gobierno catalán, ahora candidato de la ex Convergencia en las generales. La vida del procés sigue igual, pudo haber dicho parafraseando al filósofo Iglesias, el otro (y mejor) cantante. Naturalmente. Si hay algo inmutable es el procés. Si hay algún inmovilista en la móvil España está justo ahí, en la determinación, la tenacidad y la obstinación separatista en romperla. Y, sin embargo, casi nada de esto es cierto.
La estrategia del procés ya se ha alterado, diga lo que diga Homs. Para percibirlo bastaba, por ejemplo, leer a renglón seguido las declaraciones de la vicepresidenta en funciones del gobierno catalán, Neus Monté. Después de lanzar los rayos y truenos habituales contra el Constitucional y el Gobierno español, Monté quiso manifestar la firme voluntad de mantener la resolución parlamentaria caiga quien caiga. Lo que hizo, en realidad, fue manifestar la voluntad de no caer: de evitar las consecuencias que tendría desobedecer la sentencia. Consecuencias que incluyen la suspensión de las autoridades y cargos públicos responsables del incumplimiento.
«Mantenemos los efectos políticos de la declaración que aprobó un parlamento legalmente constituido y con una mayoría absoluta», dijo exactamente Monté. Pero la gracia de aquella resolución no estaba en la retórica, ciertamente tosca, sino en que al proclamar la inauguración «del proceso de creación del Estado catalán en forma de república» mandataba la tramitación de tres leyes y aseguraba que no se supeditaría el procés a las decisiones del Estado español, y menos aún a las del TC.
La bravata iba acompañada, por tanto, del anuncio de actuaciones que debían traducirse en leyes y en vulneración de la ley. Llevaba, en fin, el anuncio de efectos jurídicos. Sin esa parte esencial, ¿qué queda? Un desafío, sí, una vulneración de competencias, también. Pero no será el «solemne inicio» ni el año cero de la república catalana independiente, por mucho que al aprobarla se pusieran en pie y cantaran Els Segadors. «Efectos políticos» es prácticamente igual a nada, y los instigadores del procés lo saben. Habrá que comprobarlo en los meses venideros, pero este repliegue a los «efectos políticos» es un quiero y no puedo propio de una retirada.
Se dice muchas veces, y las apariencias tienden a certificarlo, que los únicos que tienen una estrategia precisa son los nacionalistas, en particular los separatistas catalanes. Frente a su claridad de propósito y su incansable acción para alcanzarlo, el Gobierno, el Estado y los partidos no secesionistas semejan perdidos, puramente a la defensiva, como púgiles sonados. Algo de verdad hay en ello, pero muchos de los movimientos de Mas y sus compañeros de viaje estos años han sido erráticos o errados. La resolución del 9-N entra en cualquiera de las dos categorías, igual que la convocatoria anticipada de elecciones que está en la raíz de la resolución.
Con ese documento se trataba no sólo de satisfacer las ansias insurreccionales de la CUP, también de asegurar, contra toda evidencia, que el 27-S había dado un mandato inequívoco, indiscutible, masivo, para proceder a la ruptura con España. Era una hoja de parra para tapar un fracaso. Y, bueno, como es propio de la casa, para ver si colaba. ¡Artur, el astut! Aunque lo interesante no es únicamente el fracaso del pretendido plebiscito. Es que dicho fracaso muestra que el separatismo ya no da más de sí en términos de apoyo electoral y, por tanto, social.
Las entrañas del fracaso las exponía Joaquim Coll en un artículo que glosaba el estudio realizado por el Observatorio Electoral de Cataluña para Societat Civil Catalana. El dato importante era que el aumento de la participación registrado el 27-S, esto es, la abstención movilizada, benefició sustancialmente a los partidos no separatistas. La conclusión de Coll a la vista de los datos es que «el separatismo ha agotado sus caladeros electorales». Después de tres años de hipermovilización, de constantes campañas, manifas y propaganda por la ruptura, no obtuvieron la mayoría en votos que deseaban y esperaban. Llegaron a su techo, y es insuficiente.
El procés está por ello en sus minutos basura. No se ha agotado aún el tiempo reglamentario y los jugadores tienen que seguir haciendo como que juegan. Los entrenadores sacan a los sustitutos para que se vayan fogueando. Los fans más devotos confían en que ocurra un milagro. Pero todo el mundo mira el reloj y el público, ¡ay!, empieza a abandonar la grada.