El Correo-MIQUEL ESCUDERO

No sólo en ciencia, también en política, es evidente que se precisa combinar flexibilidad y sensatez para que se imponga ‘lo mejor posible’. Estamos a mitad del mes de junio y ayer se constituyeronn los nuevos ayuntamientos. Empecinadas en oscuras discordias, las distintas fuerzas políticas han dado prueba de su obstinación y de su falta de sentido de Estado. Esto desmoraliza y desconsuela cuando se toma conciencia del ruido que nos absorbe.

Volvamos al monotema. El pasado miércoles finalizó el juicio sobre el ‘procés’, los encausados tuvieron quince minutos cada uno para dirigirse al tribunal y a su audiencia. En Barcelona, cerca de quinientas personas se congregaron junto al Arco de Triunfo y, sentadas ante una enorme pantalla, siguieron las intervenciones de sus héroes; no consta que Òmnium Cultural pidiese siquiera el obligado permiso para tomar una vía pública. En la Ciudad Condal ya está asumido que los ciudadanos no son todos iguales ante las autoridades; en particular, el régimen penitenciario de Oriol Pujol es lo que se dice, de forma coloquial, de juzgado de guardia.

Tras escuchar atentamente sus alegatos finales se pueden extraer algunas conclusiones. Así: ninguno de ellos asume las consecuencias penosas de sus actos, las cuales habían sido advertidas de forma reiterada. Sin embargo, «lo volveríamos a hacer» y «la autodeterminación no es delito» son las consignas que se lanzan alrededor como maná. La mayoría de los acusados insisten en usar términos como dignidad, nobleza, lucha democrática apasionada y tenaz, sufrimiento. La esperanza, dijo Josep Rull, es más poderosa que el miedo. Al público se le saltan las lágrimas. Se cita a Sócrates, se reivindica el respeto, el diálogo y el principio de la no violencia; pase lo que pase, siempre con la mano tendida, de forma serena. Sí, es conmovedor y más cuando cada uno dice el número de días que lleva en la cárcel, sin sus familias, sin poder ver crecer a sus hijos o nietos. La empatía nos une con los acusados. ¿Es a todo un pueblo al que se está enjuiciando por su férrea ansia de libertad?

Cuando se dice que hay que volver al terreno de la política y no a la judicialización, ¿se asume una cuota de responsabilidad propia porque se haya llegado a donde se ha llegado? En absoluto. Sólo Santi Vila, excomulgado del ‘procesismo’, formula abiertamente esta cuestión. Por contra, Raül Romeva ataca con dureza a la Fiscalía y la acusa de «falaz e irresponsable», de querer castigar una ideología, de engañar con un marco mental falso: un odio contra lo español que no existe; esto dice él. No desaprovecha la ocasión para repetir lo que sabe falso: el 80 por ciento de los catalanes están por el derecho a decidir; a todos los catalanes nos resuena esta cantinela, repetida mil veces, así que me resulta inevitable recordar el cuento de Andersen ‘El rey desnudo’.

Jordi Turull, uno de los más desafiantes, gallea contra la falta de rigor del tribunal, de una incompetencia, dice, que hace sonrojar. Ahí queda eso, ni más ni menos. Y sigue dando gloriosas lecciones acerca de la potente masa crítica de la sociedad catalana.

Más comedido, Rull plantea que los fuertes pactan y los débiles reprimen. Un listo y conciliador Oriol Junqueras, del que otro día hablaré, desvía la atención: hay que devolver este asunto al terreno del diálogo, de la negociación y el acuerdo.

Necesito escuchar otras voces: el historiador y fino analista Joaquim Coll es certero cuando destaca que aquella ‘payasada’ iba en serio, una rebelión incruenta que fue «el golpe más largo de la Historia». Y el letrado msssayor del Parlament durante las fechas en que se derogó la Constitución y el Estatut, Antoni Bayona –emocionalmente nacionalista y un funcionario honrado y capaz–, ha sido rotundo en su libro ‘No todo vale’: en España «no se persiguen las ideas ni la libertad de expresión; por lo tanto, tampoco a los independentistas ni la defensa del proyecto que representan». Hicieron creer que la unilateralidad era justa y posible, y al alentar a la opinión pública a dejar de cumplir las leyes cuando a uno le conviene, desprecian el efecto bumerán que este mensaje augura.

Los conflictos modernos, ha subrayado Pedro Baños (quien dirigiera la Contrainteligencia del Cuerpo de Ejército Europeo en Estrasburgo), se deciden más en los escenarios de opinión que en el campo de batalla. En ellos nos jugamos nuestras libertades.