ABC-IGNACIO CAMACHO

El PP y Cs se han salvado de un ERE político. Los partidos, como las empresas, sólo sobreviven si reparten beneficios

EN honor a la verdad es menester recordar que este cachondeo de los cambalaches piadosamente llamados pactos no es nuevo: acaba de cumplir cuarenta años. Fue en abril del 79 cuando la izquierda, escocida por la inesperada victoria de Suárez en marzo, tomó revancha arrebatando a UCD, ganadora de las inmediatas elecciones locales, los primeros ayuntamientos democráticos. Los legisladores de la Transición no previeron que su idea de trasladar a los municipios el mecanismo parlamentario acabaría convirtiéndose en un mercadeo de despachos. Desde entonces ha habido cuatro décadas para remediarlo pero el asunto no ha merecido nunca el interés de los partidos mayoritarios. Lo de ayer, por mucho que mueva a escándalo, no es más que el paroxismo de un sistema que la fragmentación de la oferta política ha degradado. Como ya no va a haber consenso para establecer la segunda vuelta, así se quedará hasta que los ciudadanos decidan volver a concentrar el sufragio. Esta vez, por un guiño caprichoso de la Historia, le ha tocado al PSOE salir perdedor en los trueques que durante tanto tiempo le han beneficiado. No se puede quejar quien llegó a presidente con 84 escaños.

El poder municipal y autonómico es crucial para los agentes políticos. Desde ahí se administra la parte mollar del presupuesto, la que distribuye recursos, controla servicios y sobre todo permite asignar miles de cargos con los que compensar a los adictos. El PP, por ejemplo, ha salvado un auténtico ERE que en la práctica hubiese supuesto su quiebra en términos económicos y administrativos, y Cs no podía pasar más tiempo en el limbo porque un partido, como cualquier empresa, sólo puede sobrevivir si reparte beneficios. Tampoco sus respectivos votantes, ni los de Vox, hubiesen permitido que la izquierda se acabase beneficiando de sus vetos mutuos y demás remilgos. En ese sentido, y descontando la inevitable cuota de alianzas estrambóticas, traiciones de última hora o arrebatos intempestivos, los acuerdos estaban escritos desde el principio con la tinta invisible de la lógica de los prejuicios.

Visto en perspectiva, el nuevo mapa local y regional viene a compensar el inminente giro a babor del Gobierno y redimensiona la victoria de Sánchez a un margen más estrecho. Las instituciones territoriales van a ejercer de contrapeso al bloque legislativo que se disponen a formar los socialistas y Podemos, y eso es un factor de bastante relevancia en un país que ha descentralizado la sanidad, la enseñanza, el urbanismo, el medio ambiente y hasta la mitad de los impuestos. En realidad, esta configuración se ajusta más al perfil de una sociedad divida en dos modelos contrapuestos cuyo respaldo electoral registra un empate técnico. El electorado de centro-derecha que ayer respiró satisfecho debería reflexionar sobre la oportunidad que perdió en las generales por no darse cuenta a tiempo.