ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 14/05/17
· Mi liberada: Dada tu afición, sabrás de la decisión de este equipo de fútbol, el Barcelona, de adherirse al Pacto por el referéndum. En la profundidad de las cosas es una decisión absurda, porque desde su inicio fue el Proceso el que se adhirió al Barcelona, convencido de que la proclamación de la independencia era como esas victorias en la Copa de Europa que, tras décadas de una historia mediocre, el Barcelona empezaba a obtener. Como te he explicado pacientemente más de una vez, las relaciones entre el fútbol y el Proceso son importantes, sobre todo si se las observa desde la retórica de la comunicación política y la psicología de las masas. Y me ha agradado ver una alusión a este asunto en La pasión secesionista, este último libro de Adolf Tobeña, que trata de explicar en términos de un enamoramiento colectivo el carácter de los últimos sucesos políticos en Cataluña. Tobeña ofrece ocho conjeturas «de la reciente expansión del secesionismo» y escribe en la quinta: «Futbolísticas: Emulación y sintonía con los éxitos y victorias del Barcelona FC, a nivel global». No tengo ninguna duda.
A partir de la final de Wembley del año 1992, que el Barcelona ganó, un gran número de catalanes dieron por hecho que había caído el muro principal de la historia del país y que nada, en ningún orden, podría ser más difícil que aquello. Este punto de vista, muy compartido, suponía una peligrosa confusión entre la realidad y la ficción, pero no era una confusión nueva. Durante el franquismo los fanáticos barcelonistas confundían sus derrotas deportivas con derrotas políticas. Los repetidos desaciertos de sus futbolistas eran conspiraciones; la mano del azar, una mano negra y los errores de los árbitros, instrucciones de El Pardo. El fanático verdadero, y no hay equipo de fútbol que presente un porcentaje comparable, vive su vida entera en el Estadio.
Es importante que comprendas que no es una metáfora. El rasgo principal de identidad de un fanático es que ha extirpado la metáfora de su experiencia. Todo para él es lenguaje recto, escatología. Cómo va a haber metáfora en alguien que puede morir de un ataque al corazón cuando la pelota va al poste. A ese nivel de pasión íntima el fútbol ha sobrepasado cualquier aduana ficcional. Ya no simboliza alegrías ni miserias. Es toda la alegría y toda la miseria. No es el fútbol o la vida. El fútbol es la vida.
A la confusión del fanático con las derrotas le sucedió la confusión con las victorias. La alineación cambia, pero la alienación continúa. Cuando el difunto Montalbán habló del Barça como ejército simbólico de Cataluña solo se equivocó al incluir la palabra simbólico. Otro rasgo prueba la concepción futbolística del Proceso. La política no es nunca un juego de suma cero. Es un empate sostenido, una relativización constante de victorias y derrotas. A los hombres de principios eso nos pone muy nerviosos, pero forma parte inexorable de la naturaleza de las relaciones políticas. El Proceso no es política. Entre sus falacias más recurrentes está la salmodia sobre la negociación, un nuevo recurso para acumular supuestos agravios. El Gobierno desleal de Cataluña no pone el sujeto referéndum a negociación: solo sus características: fecha, pregunta, etcétera. El Gobierno democrático de España tampoco negocia la soberanía constitucional; pero no trata de confundir a nadie con el señuelo de una negociación imposible. Así las cosas, el Proceso se resolverá deportivamente. Como en una final de Champions, alguien ganará y alguien perderá.
Las expectativas serían buenas para la razón si el delirio no hubiera escapado ya del perímetro del fanático. El delirio entra en su fase álgida en la Ínsula Barataria, porque el cuerdo Sancho adopta como propias las ficciones de su caballero. Así, la Federación Española de Fútbol y este párrafo liminar, e inaplicado, de su código disciplinario: «La Real Federación Española de Fútbol ejerce la potestad disciplinaria deportiva sobre todas las personas que forman parte de su propia estructura orgánica; sobre los clubes y sus futbolistas, técnicos y directivos». O el presidente de la Liga Profesional, un Tebas, que echa papeletas fuera diciendo que en una Cataluña independiente no habrá Liga española, e instalándose ya beociamente en el referéndum. Aún más interesante es la pasividad de la Uefa.
A finales del año pasado llegó a un acuerdo con el Barcelona sobre la exhibición de las banderas estrelladas en el campo. La máxima autoridad del fútbol europeo se dejó convencer con el argumento de que las estrelladas reflejaban la postura individual de algunos socios y su exhibición debía vincularse con la libertad de expresión. Un acuerdo difícil y tomado en el filo. Lo interesante ahora es saber por qué la Uefa calla ante una decisión que no pertenece a la conciencia de cada socio, que viola colectivamente muchas de esas conciencias individuales y que supone una radical toma de postura política. Todos los organismos futbolísticos locales o supranacionales que castigan la mínima pamplina propagandística de los futbolistas parecen incapaces de aplicar una sola medida disciplinaria al desafío estructural del Barcelona a la ley y a los reglamentos.
La decisión de la directiva tampoco parece haber causado el más mínimo problema entre lo que llaman con adecuado desprecio la masa social. Toda la antigua propaganda del Barcelona como vector de integración y como pegamento social cae por el peso de su adhesión a una iniciativa que ha roto en dos mitades la convivencia en Cataluña. Así, desmintiendo la propaganda, el asentimiento gregario de sus socios y simpatizantes prueba que el Barcelona es el principal instrumento de dominación en Cataluña. El Barcelona tiene la masa social que se merece, y bienaventurados los que no han formado nunca parte de ella.
Una sola vez el separatismo ha conseguido la internacionalización de sus objetivos. Fue el pasado día 6 de mayo, cuando medios de comunicación de todo el mundo replicaron la decisión secesionista del Barcelona. Ni el hecho ni su eco han merecido un solo comentario del Gobierno. La reacción es explicable dado quién ocupa el cargo de portavoz y ministro de Educación, Cultura y Deporte, alguien que lo desconoce todo de Cervantes, empezando por el nombre de pila de su delantero centro, como demostró en ocasión célebre El Español. Más extraño, sin embargo, es el silencio del presidente Mariano Rajoy. Su periódico lo dio bien.
Y tú sigue ciega tu camino
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 14/05/17