El proceso

Jose María Romera, DIARIO VASCO, 10/6/11

Creyeron que para hacer la revolución bastaba reproducir en la calle el simpático guirigay de Facebook y con esa convicción tomaron las plazas, constituidos según el modelo funcional del ejército de Pancho Villa. Los caminos de la Historia son imprevisibles. Armados de una especie de rebeldía angelical, los jóvenes del 15M llevaron a la calle ideas de utopía y modos de democracia asamblearia. Quizá ellos fueron los primeros sorprendidos al ver que aquel artefacto funcionaba. Al punto de la mañana las escobas hacían su trabajo, había colacao caliente para todos y las flautas empezaban a sonar al tiempo que bajo las lonas se iban engendrando propuestas para cambiar el mundo. A los poderosos no les inspiraban respeto por sus doctrinas, sino por la eficacia con que se habían organizado sin el menor incidente. Bajo la apariencia de una acampada de boy-scouts se fue revelando un movimiento perfectamente cohesionado por los lazos del malestar. Al principio todos los de fuera se dedicaron a halagarlo, siguiendo la corriente paternalista tan en boga. Poco más tarde, el poder decidió combatirlo, pero había dos formas de actuar: o bien con los métodos del conseller Felip Puig, a limpio mamporro, o bien mediante el estilo Rubalcaba, que consiste en sentarse en un balcón con vistas a la Puerta del Sol y desde allí contemplar como en un ‘time-lapse’ las sucesivas fases del proceso, desde la euforia inicial hasta el inexorable desgaste.

La primera señal de deterioro vino cuando se supo que para hablar con ellos era preciso dirigirse a los portavoces autorizados. Aquellos chicos tan libertarios habían caído en uno de los peores vicios de las organizaciones políticas que se niegan a dar ruedas de prensa con preguntas. Luego, una sucesión de comisiones y subcomisiones de toda clase vino a mostrar otra evidencia más desoladora: de la noche a la mañana los ‘indignados’ habían inventado la burocracia. Para cuando quisieron darse cuenta el espíritu de Maquiavelo se había adueñado del campamento, pero la sorpresa fue comprobar que esa transformación no estaba provocada por ningún infiltrado a sueldo del Sistema, sino que la bacteria contaminante procedía de ellos mismos. Pon a dos humanos juntos y tendrás un comité. Pon a tres y habrás fundado un partido o una iglesia. En apenas veinte días los acampados han recibido un cursillo acelerado de putrefacción en las organizaciones políticas. Un ilustre mandatario habló una vez del vértigo que conduce a morir de éxito. Si bien no hay motivos para certificar que el movimiento del 15M haya muerto, sino que solo se repliega con las ilusiones intactas para buscar otras estrategias, lo que venga a partir de ahora partirá de premisas más realistas. No sabría decir si eso es bueno o malo. Habrá que preguntar a Hessel, o hacer una encuesta en Twitter para saberlo.

Jose María Romera, DIARIO VASCO, 10/6/11