La idea de progreso es una de las más recientes, y también una de las más manipuladas. Nació durante la ilustración, gracias sobre todo a Condorcet, Kant, Hume, Adam Smith, Mary Wollstonecraft y otros pensadores empeñados en razonar la idea de progreso hacia mejor. Una idea audaz, pues durante muchos milenios se pensó que la historia era caída a peor, fuera desde el Edén del Génesis o desde la Edad de Oro de los griegos, o bien la repetición hinduista, cíclica y eterna de lo mismo en la rueda incesante de la creación y destrucción. Y pocas evidencias invitaban a semejante optimismo, pues dominaban la guerra, la ignorancia, la opresión y la miseria.
El terror jacobino y la revuelta de la Vendée
La propia vida del principal teórico del progreso, el marqués de Condorcet, muestra que la historia real no sigue al optimismo ilustrado. Condorcet fue historiador, economista y filósofo de ideas civiles muy avanzadas, como su rara defensa del feminismo. Participó decisivamente en la Asamblea Nacional francesa de 1789, y suyo fue el diseño del sistema educativo laico y obligatorio que adoptó la revolución. Pero como tantos moderados cayó en desgracia; los jacobinos le obligaron a huir y esconderse hasta que le encerraron en chirona, donde amaneció muerto un día aciago de 1795.
Durante los cinco meses que pasó escondido, Condorcet escribió su Esbozo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, la primera teoría histórica del progreso como fuerza de la evolución, y también un manifiesto testimonial del optimismo imbatible. En efecto, la revolución que entusiasmó a los ilustrados, con pocas excepciones, pronto degeneró en el arbitrario Terror jacobino y la brutal guerra civil de la Vendée, poniendo en graves aprietos la teoría del ‘progreso histórico a mejor’ apenas bosquejada.
En cualquier caso, la confianza entusiasta en el progreso pasó a ser roca angular común de liberales, republicanos, demócratas, socialistas y librepensadores en general, a diferencia de la fe en la superioridad del pasado patrimonio de tradicionalistas y reaccionarios de todas clases, cuya mejor síntesis es el Syllabus errorum complectens praecipuos nostrae aetatis errores, manifiesto iliberal contra los “errores modernos” del papa Pío IX, resentido con la revolución liberal de 1848 que le expulsó un tiempo de Roma y acabó con los Estados Pontificios.
Todos los que se oponen a semejante proyecto genuinamente antiprogresista automáticamente son acusados de reaccionarios, coloquialmente fachas
Hoy muchos creen que el liberalismo no es sino la defensa inmoral de la plutocracia, igual que otros creen que el socialismo es pura maldad obra de Belcebú (y muchos populistas creen ambas cosas). En el trámite, pocos conceptos han sufrido la triste degeneración de la idea de progreso, convertido hoy en progresismo reaccionario. No caben muchas dudas de que la principal culpable de la degradación total del concepto es esa izquierda, hoy hegemónica en España, Francia, Hispanoamérica y las universidades anglosajonas bautizada como izquierda reaccionaria por Félix Ovejero.
No deja de estar lleno de sentido que la izquierda reaccionaria haya inventado el progreso reaccionario, ese oxímoron semejante a luz oscura, silencio atronador o socialista honrado. A diferencia de la idea original, el progreso reaccionario pretende paralizar la historia, impedir todo cambio futuro que pueda desalojarla del poder (idea en parte parida por Hegel e incorporada por Marx y sus epígonos a la dictadura del proletariado).
Este plan requiere un cambio laborioso del lenguaje: todos los que se oponen a semejante proyecto genuinamente antiprogresista automáticamente son acusados de reaccionarios -coloquialmente fachas-, mientras que sus socios en el empeño de aferrarse al poder para siempre pueden ser, como los socios de Sánchez, comunistas, antisemitas, animalistas, wokistas, supremacistas, terroristas y golpistas de diversa catadura que nadie habría nunca antes llamado progresistas en sentido ilustrado. Una coalición siniestra que recuerda tenebrosamente, y no por casualidad, las establecidas contra la democracia liberal en la época del fascismo histórico y del comunismo frentepopulista.
El jabalí político que Sánchez ha colocado como ministro de Transportes ejemplificó hace poco esta corrupción imparable del lenguaje definiendo a Bildu como “partido democrático progresista”. Naturalmente, la hijuela de ETA es “progresista” porque es socia del PSOE, a diferencia de la oposición inevitablemente facha-reaccionaria. Es también un buen modelo, pues su idea de progreso consiste en impedir por cualquier medio cualquier cambio que amenace la hegemonía del ultranacionalismo bildutarra, antes asesinando a los resistentes y verdaderos progresistas (también los socialistas vascos asesinados, degradados por sus herederos a obstáculos reaccionarios removidos por los nuevos progresistas), y ahora trabajando en el asesinato de la Constitución española.
Honremos a Condorcet
Es la antítesis del progreso según Hume, Adam Smith, Condorcet, Kant, Wollstonecraft y compañía. Concibieron el progreso a mejor como el resultado histórico del avance de las ciencias y los conocimientos, la extensión de la educación entre ambos sexos, la adopción de políticas favorables a instaurar la prosperidad, la igualdad de derechos y la libertad en todos los órdenes, y el consecuente retroceso de la superstición, el despotismo y la miseria. En palabras de Kant, progreso es “implantar una constitución que, por su índole, sin debilitarse, apoyada en auténticos principios de derecho, pueda progresar con constancia hacia mejor”. Parece imposible anticipar mejor todo lo que combate Sánchez.
La destrucción ha sido tan grande que no parece posible reivindicar el progreso y el progresismo sin parecer parte de la coalición reaccionaria. Y sin embargo el progreso histórico existe
Respecto al futuro, lo único que dice la teoría ilustrada del progreso es que no puede predecirse en detalle, más allá de que las mejoras y ganancias serán superiores a los perjuicios y daños, y que los episodios reactivos de violencia y fanatismo serán vencidos por las políticas progresistas liberales y democráticas. Si examinamos la realidad material del mundo presente, no hay duda de que la teoría del progreso ilustrado acertó en muchas previsiones, aunque resultara ingenuo en algunas confianzas, como la del rigor lógico del propio lenguaje. En efecto, el progresismo reaccionario ha robado el concepto y lo ha colgado cabeza abajo (si se me permite evocar esta figura ominosa): exige todo el poder para sus camarillas, demoniza a la oposición, promueve la fractura maniquea de la sociedad para destruir la ciudadanía, sustituye la educación e información por el sectarismo y la mentira sistemáticas, el derecho por la identidad, la igualdad por la diversidad, y la ciencia por supersticiones.
La destrucción ha sido tan grande que no parece posible reivindicar el progreso y el progresismo sin parecer parte de la coalición reaccionaria. Y sin embargo el progreso histórico existe. También el fascismo y el comunismo intentaron borrar la democracia liberal presentándose como las verdaderas democracias populares, y fracasaron en el empeño. No les abandonemos el lenguaje, la educación ni las ideas; más bien, honremos al combativo e ilustrado Condorcet.