Ignacio Camacho-ABC
- Un proyecto no es un eslogan ni un programa. Necesita principios, certezas, equipos y una idea estable de España
En los alegres y confiados tiempos del bipartidismo, los debates sobre el liderazgo de las dos grandes fuerzas dinásticas tenían que ver con sus fracasos en los intentos de alcanzar el Gobierno. Ésta es la hora, sin embargo, en que el PP está envuelto en dudas sobre su capacidad para mantener la primogenitura de la oposición, cuestionada primero por Ciudadanos -antes de desplomarse solo- y ahora por un Vox crecido tras su éxito en Cataluña. En términos objetivos se trata por el momento de una desconfianza desenfocada; por implantación, peso institucional e inercia sociológica, no corre riesgo a corto plazo su posición de preminencia en el espectro del centro-derecha. El problema del partido azul es que el simple planteamiento de esa posibilidad destruye sus opciones de alternativa y sume a sus votantes en una atmósfera de escepticismo. Un marco más emocional que mental, más artificial que realista, pero que opera con la potencia expansiva que las emociones tienen hoy en la política.
Sensu contrario, los partidarios de Vox están convencidos de que pueden merendarse a los populares y destronar a la coalición de izquierdas. Un espejismo de realidad aumentada que la formación de Abascal alimenta con eficacia en sus canales de las redes y los grupos de whatssap. Esa sensación carece de fundamentos demoscópicos, es meramente subjetiva, pero introduce en quienes la sienten y la alientan un sesgo anímico optimista suficiente para sembrar en el electorado conservador la creencia de que el partido tradicional va hacia abajo y el nuevo hacia arriba. Y está creando en torno a Casado un aura de perdedor que aunque no se corresponda con la correlación efectiva de fuerzas genera una incertidumbre y un desasosiego capaces de nublar su estrategia.
En el vigesimoquinto aniversario de la victoria de Aznar, que se cumple el miércoles, revolotea sobre el actual líder del PP una comparación antipática en la que abunda el reproche de la ausencia de proyecto. Aznar lo tenía, sin duda, aunque dispuso de siete años -y dos derrotas- para componerlo. El margen de Casado es mucho más estrecho porque la paciencia es incompatible con el vértigo político de este tiempo. Un proyecto no es lo mismo que un eslogan, ni siquiera que un programa: necesita ideas, principios, aplomo, capacidad prescriptiva, equipos y un discurso estable que lo vuelva persuasivo. En el azacaneo bullicioso y a veces hiperactivo del jefe de la oposición hay demasiados bandazos, demasiada inseguridad, demasiados titubeos, y falta un concepto, un patrón, una bitácora. Un modelo reconocible para gobernar España. Como suele repetir Ignacio Varela, se puede tener un buen, un mal plan o ningún plan, pero no uno distinto cada semana. Salvo, claro, que te llames Sánchez y dispongas de la avasalladora hegemonía mediática que le regalaron a pachas, gratis et amore, entre Mariano y Soraya.