El PSC, el catalanismo y el independentismo

JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 16/11/16

Joan Tapia
Joan Tapia

· En Cataluña, el nuevo Gobierno Rajoy no despierta esperanzas, pero hay algunos signos de que las cosas podrían no ir a peor.

Llevamos ya desde 2012, demasiados años, de apuesta equivocada respecto alencaje de Cataluña en España. Por una parte, la de un sector relevante del catalanismo —con los presidentes Artur Mas y Carles Puigdemont a la cabeza— predicando que la independencia es la solución. Por la otra, la del Gobierno del PP, utilizando el dogmatismo independentista no solo para no negociar con la Generalitat sino para negarse a cualquier aproximación. Así, la inversión regionalizable del Estado en Cataluña ha caído del 16-18% en los últimos años de Zapatero al 9,9% en 2015, como denunció hace pocos días Miquel Vallés, el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, un empresario de orden. Y el propio exministro de Exteriores García-Margallo acaba de declarar que en el Gobierno Rajoy se impuso —contra su opinión— el criterio de la vicepresidenta, contrario a abordar la reforma de la financiación autonómica y de la Constitución, abriéndola a criterios más federales.

El año 2017 puede ser decisivo porque —si sigue la dinámica de ausencia de diálogo y la carrera al enfrentamiento— puede producirse el tan temido choque de trenes. Un Gobierno socialista —forzosamente débil— habría como mínimo abierto la puerta a una reforma de la Constitución, aunque sin un acuerdo con el PP tampoco hubiera podido avanzar mucho. Ahora, el Gobierno Rajoy no despierta esperanzas (solo 11 de los 47 parlamentarios catalanes votaron a favor), pero sí tiene una oportunidad de variar su posición y sacar el conflicto de la vía sin salida en la que el dogmatismo de las dos partes lo han metido: o referéndum de autodeterminación basado en el derecho a decidir —algo que un político socialista tan poco amigo del nacionalismo como Rubalcaba admitió que como fórmula de ‘marketing’ era imbatible— o continuidad absoluta del marco autonómico, que la sentencia del Constitucional respecto al Estatut dejó muy tocado.

En 2008, el PSC sacó 25 diputados que se han reducido a siete, pero de los 18 perdidos, 15 han ido a independentistas o partidarios del referéndum. Y solo tres a partidos ‘constitucionalistas’.

Pero en los últimos días he visto algunos signos que inclinan a pensar que el ‘seny’, la sensatez, no solo no ha desaparecido sino que —pese a un ambiente nada favorable— levanta tímidamente la cabeza. El primero es la reunión Fernández-Iceta del lunes, que indica la voluntad del PSOE y del PSC de no dejarse arrastrar por la vía del enfrentamiento y de darse dos meses de reflexión. Es lo menos malo que podía pasar, teniendo en cuenta que el PSOE atraviesa una crisis muy fuerte y que el PSC —por práctica unanimidad— se ha enfrentado a la decisión de la gestora de abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy.

A veces ganar tiempo es el primer paso para no hacer algo irremediable. Y Javier Fernández y Miquel Iceta no solo lo saben, sino que lo intentan poner en práctica. Pensarlo varias veces antes de consumar una ruptura que sería una victoria moral de los que dicen que no hay entendimiento posible con España. Si el PSC, al que los independentistas han querido liquidar acusándolo de ‘españolista’, no cabe en el PSOE, el partido que hizo aprobar el Estatut de 2006, será muy difícil que Cataluña pueda sentirse más o menos cómoda en España

Habrá que volver sobre este asunto, porque en Madrid se tiende a simplificar mal. Por ejemplo, muchos creen que el PSC ha perdido fuerza por ser demasiado catalanista (los Bonos e Ibarras lo acusan de débil ante el independentismo), o que los siete diputados actuales hacen que el PSC sea poco relevante, o incluso que un PSOE asociado al PSC puede perder más que ganar. Lo cierto es que en 2008 el PSOE sacó 169 diputados y el PSC 25, y que sin el PSC no hubiera habido segundo Gobierno Zapatero.

Es cierto que el PSOE en crisis ha caído desde entonces de 169 a 85, mucho pero proporcionalmente menos que el PSC. Pero el dato relevante es adónde han ido los 18 diputados perdidos por el PSC entre 2008 y 2016. Solo tres han ido a partidos ‘constitucionalistas’ como el PP o C´s. Por el contrario, 15 han ido a partidarios del referéndum de autodeterminación (En Comú Podem) o a partidos directamente independentistas. Y este éxodo de votantes socialistas debe tener algo que ver con la incoherente y poco profesional gestión de Zapatero (y María Teresa Fernández de la Vega) del Estatut, un texto que decía que Cataluña seguía formando parte de España. Claro, también con la cerrazón del PP, que quería ‘asesinar’ a ZP.

El notario Mario Romeo reúne en una plataforma catalanista no independentista a gente que va desde exdiputados del PP a socialistas del ala izquierda del PSC.

Otra muestra de ‘seny’ es la celebración el pasado lunes de un acto de la nueva plataforma Portas obertas del catalanisme (puertas abiertas del catalanismo) creada por la fundación La Tercera Vía, que anima el incansable notario Mario Romeo y cercana al PSC y a gente próxima a la democracia cristiana. El acto quería reivindicar el catalanismo plural, de muy diversas tendencias, que pretende un nuevo encaje de Cataluña dentro de España, e intervinieron una docena de personas que iban desde el exdiputado del PP por Girona Jordi de Juan (provincia donde este partido no acostumbra a tener parlamentario) hasta la excandidata al Senado por el PSC y militante de su ala izquierda (apoyó a Núria Parlon en las primarias) Erika Torregrosa, nacida en Colombia.

Pasando por Pere Navarro, exprimer secretario del PSC, Jordi Hereu, exalcalde socialista de Barcelona, Jordi Casas, antiguo diputado democristiano y delegado de la Generalitat de Artur Mas en Madrid, Fèlix Riera, director de Catalunya Radio hasta hace pocos meses, Marc Miró, presidente de los jóvenes de Unió, Conxita Cervera, empresaria y directiva del Círculo de Economía, el abogado Leopoldo Gay… Y en segunda fila, Joan Mas Cantí, fundador y expresidente del Cercle d´Economía, al que una vez definí como “el activista de la burguesía europeísta de Cataluña”.

Lo que más sorprendió del acto fue la pluralidad de ponentes y la voluntad de construir una plataforma no electoral lo más diversa posible (subrayada con grandes aplausos) de catalanistas que quieren más auotogobierno para Cataluña pero dentro de España, y que consideran aventurista y poco realista la aspiración independentista. A los que proclaman que Europa intervendrá a favor de Cataluña si el conflicto se envenena, Pere Navarro recordó que Cataluña debe contar más en España y en Europa, pero también asumir la realidad. Es el 0,7% de la extensión, el 1,3% del PIB y el 1,5% de la población del total de la UE.

Un ‘conseller’ de Mas lamenta la mezcla con los que quieren la revolución, y la independentista Pilar Rahola se queja desde ‘La Vanguardia’ de la «contaminación del cupismo».

El tercer signo de sensatez es el cansancio cada día más evidente de un amplio sector del independentismo. El domingo hubo en Montjuic una manifestación independentista en favor de los cargos electos —desde Artur Mas o la presidenta del Parlament hasta la alcaldesa de Berga— con procesos ante diferentes tribunales. La ANC fletó 130 camiones en toda Cataluña y el ayuntamiento de Ada Colau (asistió Pisarello, su primer teniente de alcalde) cifró en 80.000 el número de participantes (la realidad fue de un muy respetable entorno de los 35.000). Pero no generó el mismo entusiasmo ni relieve mediático que en otras ocasiones.

El clima no era festivo sino más bien de reivindicación de la unilateralidad, la desobediencia y el desacato a los tribunales. Y despreciar la legalidad entusiasma a algunos, pero empieza a enervar a muchos independentistas de orden. En una reciente reunión semipública, un ‘conseller’ importante de Artur Mas no dudó en expresar su desconcierto por el hecho de que en el ‘procés’ se hayan mezclado (los 10 diputados de la CUP son imprescindibles para la mayoría parlamentaria) los independentistas con los que preconizan una revolución asamblearia y anticapitalista. Y en el independentismo de orden no ha sentado nada bien el vídeo de Artur Mas congratulándose de la victoria de Donald Trump con el argumento de que “demuestra que lo que parecía imposible se ha hecho realidad, como puede suceder con la independencia de Cataluña”.

Lo que pasa es que se va adquiriendo conciencia de que desde que obtuvieron la cabeza de Artur Mas —por decisión libérrima de este— en enero de 2016, la CUP tiene poder de veto en Cataluña. No se puede hacer nada que no tenga su aprobación. Ellos, aparte de liquidar a Mas, dieron su visto bueno a la candidatura de Puigdemont, se cargaron el Presupuesto de 2016, obligaron a Puigdemont a prometer un referéndum, aunque fuera ilegal, en 2017 para que salvara la moción de confianza de septiembre, acaban ahora de abrir la puerta a la discusión de los Presupuestos de 2017 pero sin asegurar su aprobación final…

Hasta ERC está alarmada de que al final la CUP no apruebe los Presupuestos sin una partida clara para el referéndum, lo que haría que el Estado los recurriera inmediatamente.

Es esta dependencia continua de la CUP —a la que Artur Mas entregó su cabeza— lo que enerva a cada vez más gente de Cataluña. En el acto del lunes de Portes obertas del catalanisme, el abogado Leopoldo Gay, muy sensible a las desigualdades sociales, centró su intervención en una defensa de la legalidad como expresión jurídica de la democracia, y en una crítica de la unilateralidad: no puede ser que el 47% (el voto independentista en las elecciones catalanas de 2015) se quiera imponer al 52%.

Y en el mismo independentismo liberal empieza a cundir cierto pesimismo. Así, Pilar Rahola, amiga personal de Artur Mas y Carles Puigdemont y acérrima del soberanismo, escribía ayer en su columna diaria de ‘La Vanguardia’ que veía grandes carencias en la estrategia independentista. Por ejemplo, “el arrinconamiento en la trinchera, el peor territorio para hacer una política eficaz, y una derivada hacia el heroísmo de fin de semana [alusión a la manifestación del domingo] más cercano a la estética vacía que a la inteligencia política (…) cada día más cercano a la pancarta, la provocación y la reacción y menos de la política de altura (…) como si el movimiento se hubiera contaminado de cupismo”.

Ahí está la clave. El independentismo de Artur Mas no solo era una ensoñación inviable —que logró muchos puntos tanto por su dominio de los medios de comunicación públicos y su gran influencia en los privados como por los errores y la miopía de los gobiernos del PSOE y del PP— sino que ha acabado en manos del cupismo. Y ni Cataluña es antisistema ni incluso políticos de la izquierda independentista como Oriol Junqueras, que tiene inteligencia y aspiraciones, son ilusos dispuestos a entregar su cabeza.

¿Podrá la nueva ministra catalana, Dolors Montserrat, explicarle toda esta complejidad a Soraya Sáenz de Santamaría? ¿Y sabrá Soraya, que no escuchaba ni a Margallo, atender a alguien que no es ni abogado del Estado ni registrador de la propiedad.

JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 16/11/16