Cuando servidor publicó «El PSC: historia de una traición«, Editorial Deusto, hubo gente que se indignó muchísimo conmigo. Me recriminaban que situase al partido socialista en Cataluña al mismo nivel que los golpistas de Junts, Esquerra o las CUP. Incluso mi buen amigo y gran periodista Xavier Rius, de manera cariñosa, dijo que igual me había pasado. Ahora, reconoce, dice que me quedé corto visto lo visto. Por desgracia, todo lo que vi, supe y conocí en esa formación política que es un tremendo absceso del separatismo ha ido a más, a mucho más. Los dirigentes socialistas siempre fueron seguidistas de la política que marcaba Pujol, cuando no lo adelantaban por la derecha en materias como la inmersión, el despliegue de la policía autonómica o los medios de comunicación. Desde los tripartitos, su ruindad llegó al tristemente célebre cordón sanitario contra el PP. Si ya estaban en lo más bajo de la escala de valores igualitarios entre españoles, su descenso ha llegado en los últimos tiempos hasta el oprobio de oponerse a que el parlamento catalán guardase un minuto de silencio en memoria a los guardias civiles asesinados hace pocos días.
Está dentro de la malvada lógica política que gente como los herederos de Convergencia, Junts, orates que se dejan arrastrar por la senda del barro moral que traza ese desalmado llamado Puigdemont, se nieguen a condenar o a mostrar respeto por unos agentes de la ley víctimas de narcotraficantes; otrosí puede decirse de Esquerra, herederos del criminal Companys, el abajo firmante de tantas sentencias de muerte contra ciudadanos que solo habían cometido el «delito» de ser de derechas, sacerdotes, católicos o, simplemente, tener un negocio; ni que decir tiene que los batasunos catalanes, las CUP, no pueden guardar un minuto de silencio por nadie que no sea un etarra o un terrorista. Ni hacen falta ni son bienvenidos. En estos actos solo cabe gente de corazón, gente que sienta empatía por unos funcionarios uniformados que entregan su vida para que nosotros podamos vivir tranquilos, gente con humanidad, vamos.
Saben que si están muertos es porque su gobierno, el de Sánchez, con ese polichinela de ministro del interior que tiene los condenó hace tempo al negarles los medios necesarios para hacer frente a los narcos
Pero ese Pesecé que muchos votan por considerarlo de izquierdas, progresista y constitucional tampoco está por la labor de rendir un más que merecidísimo homenaje a esos ángeles vestidos de verde. Saben que si están muertos es porque su gobierno, el de Sánchez, con ese polichinela de ministro del interior que tiene los condenó hace tempo al negarles los medios necesarios para hacer frente a los narcos. Saben que tienen las manos manchadas de sangre por inacción. Saben que no pueden explicarle a los españoles las razones verdaderas del porqué se ha erradicado de la zona del Estrecho toda posibilidad de frenar a las narco lanchas y a las pateras que Marruecos envía a diario. El único que podría explicarnos esta criminal subordinación al reino alauita sería Sánchez, pero no lo hará porque equivaldría a confesar lo inconfesable. Y ante la vileza, ante la humillación nacional, ante los cadáveres de esos agentes y el llanto desesperado de sus familiares, amigos y compañeros, el pesecé se lava las mano y se abstiene, siquiera, de guardar un minuto de silencio en la cámara regional. Es una mancha de deshonor, una más, que tiñe indeleblemente ese traje de presuntos demócratas progres con el que pretenden mostrarse ante sus electores. Recuérdenlo bien los catalanes y recuérdenlo el resto de los españoles a la hora de votar: los socialistas ni respetan a los muertos ni respetan a sus familias. En mi tierra, ese Illa que parece siempre tan contrito, tan modoso, tan circunspecto, tiene el mismo grado de desfachatez que el Sánchez al que veíamos reír y disfrutar vestido de smoking en la nauseabunda entrega de los Goya. Entre ambos, me quedo con Sánchez. Al menos éste no intenta ir de lo que no es.