El Correo-TONIA ETXARRI
La ampliación del consenso en el nuevo Estatuto dependerá del margen de maniobra del lehendakari dentro del PNV
Fundación Mario Onaindia. Sábado, 6 de octubre. Zarautz. El homenajeado, Jesús Eguiguren, expresidente de los socialistas vascos, aprovechó el momento emotivo de la recogida de su premio, de manos de la viuda de Onaindia, Esozi Leturiondo, para apremiar a Idoia Mendia. Como si el difunto Mario se proyectara a través de sus palabras, recomendó a su compañera y dirigente de partido que dé «caña al PNV». Que el nuevo Estatuto que pretende sacar adelante el PNV y EH Bildu es peor que el plan Ibarretxe. Y que (él también se ha dado cuenta) corremos el peligro, en Euskadi, de acabar contagiándonos de Cataluña. Fue un toque de atención. Horas después de que el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, hubiera admitido que sentía envidia de la situación política de Cataluña (más próxima al caos y al desgobierno que a la normalización) y dos días antes de que una comisión del Parlamento vasco vaya a visitar a los independentistas catalanes en prisión provisional.
Y lo hizo porque le debió parecer poco convincente la declaración de su secretaria general cuando, en ese mismo acto, aseguró que su partido no iba a aceptar que se dividiera en dos a la ciudadanía vasca. Sonó a declaración de compromiso. Sin concreción. Una fijación de posiciones urgida por el aprieto en que el PNV ha puesto a su socio de gobierno al pactar con la izquierda abertzale las bases de un nuevo Estatuto inspiradas en el derecho a decidir y la clasificación que divide el censo entre ciudadanía y nacionalidad y que comportarían un cambio del sistema autonómico.
Porque, una vez aclarado que los socialistas no están dispuestos a admitir un Estatuto soberanista, ¿qué van a hacer para impedirlo? Eguiguren dio el toque de alarma en clave doméstica. Muchos afiliados y simpatizantes socialistas tienen la percepción de que el texto acordado por el PNV y EH Bildu responde al proyecto político de quienes mataron por la autodeterminación. Que ese texto se cambie, o no, dependerá del margen del lehendakari Urkullu para imponerse sobre la ampliación del máximo consenso que tan poco entusiasma a Egibar y otros jelkides guipuzcoanos. Si el partido de Idoia Mendia no pudiera sumarse al nuevo Estatuto porque termina siendo rupturista, ¿qué papel le aguarda al PSE? ¿Lamentarse y constatar que ese plan no pasaría el filtro del Congreso? ¿Intentar que Pedro Sánchez amague con no soltar las transferencias prometidas con el riesgo de que el PNV se descuelgue de su apoyo en esta mini legislatura? ¿Abandonar el Gobierno vasco? ¿Volver a las ‘terceras vías’ como sugiere el ‘Manifiesto de los 100’, promovido entre otros, por el catedrático Alberto López Basaguren, llamando de formas distintas al viejo federalismo? ¿Intentar atraer a simpatizantes de «izquierda y nacionalistas» (¡qué oxímoron!) como se ha llegado a plantear ?
La cuestión no es baladí. Es trascendente. Se trata de perfilar el marco jurídico en el que se sientan cómodos la mayoría de ciudadanos vascos. De asegurarnos una convivencia en igualdad de derechos. De ahí el reclamo de Eguiguren.
Las directrices del Partido Socialista, en estos últimos años, han sido contradictorias. Según el interés político del momento. Redondo rompió con el gobierno de coalición con el PNV en el 98 y tres años después Felipe González le corregía desde el escenario de un mitin electoral en Barakaldo diciéndole: «No te equivoques, Nicolás. Nuestros amigos son los del PNV». Fuego amigo contra la estrategia de colaboración entre el PSE y el PP para que, ocho años después, el propio González se corrigiera a sí mismo al recomendar a Patxi López que se dejara apoyar por el PP para alcanzar el Gobierno de Ajuria Enea.
Onaindia, en su ‘Guía para orientarse en el laberinto vasco’, avanzaba una clave fundamental de las relaciones entre el PNV y la izquierda abertzale. Los constantes guiños entre las dos formaciones, aprobando leyes que iban en un sentido abiertamente contrario a la legalidad vigente, le condujeron a alertar, en 2000, de un grave riesgo: «que el PNV y la izquierda abertzale intentaran poner en práctica su absurda idea de que sólo los nacionalistas pertenecen a la nación vasca. Es decir, que exigieran una especie de mayorazgo político para los nacionalistas y consideraran a las ideologías modernas –el socialismo y el liberalismo– como carentes de legitimidad en el país, con lo que a sus seguidores se les trataría de negar los derechos políticos». Estamos , ahora, en ese pulso.