El Correo-JUAN CARLOS VILORIA 

Pablo Iglesias se ha instalado en la llamada zona de confort. Se lo dice hasta su madre, María Luisa. «Hijo, quiero verte más duro». Los nostálgicos del 15-M también le reprochan que se ha descafeinado. El líder de los indignados ahora digiere sin mayor dificultad ministros que eluden impuestos con sociedades interpuestas o ministras de Justicia que jalean a los poceros de la cloacas. El Gobierno de Sanchez, en el que ha encontrado un confortable acomodo, puede enviar bombas, sin mayor reproche, a una de las monarquías del Golfo a la que tantas veces señalaron como cómplices de vulneración de derechos humanos y amigos del Rey emérito. Las devoluciones de inmigrantes en caliente ya no le hacen levantar la voz en el escaño. Se ha vuelto un conformista.

Su argumento de cabecera, que repite en las entrevistas, es que su asociación con Sánchez no puede lograr todo lo que Podemos desea, pero lo que está consiguiendo está bastante bien. No sabe que la ‘realpolitik’ funciona para un partido socialdemócrata, pero no encaja en un movimiento que prometía asaltar la Moncloa. A no ser que acabar con el régimen del 78 fuera sacar la momia de Franco del Valle. Quizás no ha reparado en ello, pero en unos meses el relativismo de Iglesias ha traicionado, metafóricamente hablando, los tres pilares esenciales de su doctrina. No a la guerra. Apoyando un Gobierno que vende bombas a Arabia Saudí. Que paguen más los que más tienen. Mirando para otro lado cuando se descubre que un ministro crea una sociedad para pagar menos impuestos. Transparencia frente a las cloacas del Estado. Sosteniendo un Ejecutivo cuya ministra de Justicia compadrea con el señor de las alcantarillas. «Hijo, quiero verte más duro».

Todo apunta a un giro pequeñoburgués. A una aclimatación al ambiente. A una adaptación a las circunstancias. Pero no se trata del chalé con piscina. Es una línea estratégica ya teorizada y asumida. En base al convencimiento de que en España no volverá a gobernar un partido en solitario se trata de conformarse con ser socio de una de las dos alianzas. Pero cuando se sale a empatar el partido es muy fácil perderlo. Se empieza transigiendo en pequeños detalles y se acaba apoltronado en la moqueta. La zona de confort de Iglesias le conduce a preocuparse sobre todo de controlar Podemos, colocar a su gente de confianza en puestos claves, supervisar el debate y asegurarse que la crítica interna no aflora cuando se transige en asuntos de principios.

Pronto solo se diferenciará de Errejón en la coleta. Y eso que sus asesores le aconsejan quitársela como se quitó el piercing y los pendientes en la primera etapa. Pero Pablo es muy astuto y sabe que la coleta es esencial como señuelo para que sus seguidores sigan mirándole como imagen y representación de contestatario. Y dejen de fiscalizarle su política conformista con los recortes y reformas laborales de la derecha.