Ha dicho Felipe González el domingo 7-sin que nadie hasta ahora le haya dado réplica y menos llevado la contraria- que “el partido socialista no tiene un proyecto nacional”, que ha dejado de buscar la hegemonía, que ahora le basta con liderar una suma heterogénea a partir de la cual su secretario general se permitió proclamar “somos más” asomado al balcón de Ferraz -como hizo la noche del pasado 23-J al concluir el escrutinio de las elecciones generales- y anunciar su empeño de bloquear la alternativa construyendo un muro infranqueable a los sones del “no pasarán”, como si Madrid estuviera preparándose para ser de nuevo la capital de la gloria. De esta actitud muy determinada ha tomado buena nota Felipe González según se refleja en la citada conversación con Juan Luis Cebrián donde subraya la diferencia que distingue el proceder felipista -“nunca goberné para que no gobernara otro, ni levanté un muro como hace Sánchez”- del adoptado por el líder del sanchismo empeñado en la polarización y la siembra del antagonismo cainita en amigable coyunda con los indepes catalanes y los abertzales vascongados que homenajean a los etarras sanguinarios según van saliendo de las prisiones.
El presidente, al que han dado en llamar Pedro I el doliente, extiende sus quejas por los insultos y descalificaciones que le dedica la oposición para devolvérselos generosamente multiplicados a la bancada desde donde se los han lanzado
Y es que, como explica Chesterton en La taberna errante -que acaba de reeditar Machado Libros en traducción admirable de Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas-, “existen dos clases de idealistas. Están los que, idealizan la realidad y están los que, ¡rarísimos!, realizan el ideal”. En la hora presente, los monclovitas idealizan la realidad soltando por esa boquita una catarata de cifras venturosas, que nos dejan extasiados preguntándonos qué hemos hecho nosotros para merecerlas y, luego, el público de a pie que contempla impotente el caminar sostenido hacia el rompimiento de España, un horizonte que descarta el presidente Sánchez, a quien le entusiasma culminar sus párrafos de más encendida oratoria encarándose a sus adversarios del Partido Popular para identificarlos con el imposible de Vox, reprocharles sus negros augurios y decirles que, sin embargo, “España no se ha roto”. Desde la Tribuna de Prensa del hemiciclo, de la que han desertado los periodistas, algunos apostillan: pero ya va faltando menos. La escena se repite cada vez que comparece Pedro Sánchez, sea en una sesión de control o para informar de un Consejo Europeo. El presidente, al que han dado en llamar Pedro I el doliente, extiende sus quejas por los insultos y descalificaciones que le dedica la oposición para devolvérselos generosamente multiplicados a la bancada desde donde se los han lanzado.
La crispación desaparece como por ensalmo cuando intervienen los portavoces de Esquerra Republicana de Cataluña, de Junts per Catalunya o de EH Bildu quienes, desde la tribuna de oradores o desde su escaño, por mucho que se empleen a fondo jactándose de sus propósitos independentistas, sin ahorrar descalificaciones a nuestro país y a nuestras instituciones y que le recuerden al Gobierno que del mismo modo que los indultos se consideraban imposibles y fueron concedidos, que la amnistía se consideraba inconstitucional y, una vez convertida en proposición de Ley, ha recibido la aprobación del Congreso y ya está tramitándose en el Senado, también la actual negativa rotunda y enfática que dedica el componente socialista del gobierno al referéndum de autodeterminación se verá transformada en un acuerdo sobre la fecha para celebrarlo. Entonces, nadie de la coalición progresista de gobierno sale a replicarles. En respuesta a sus improperios, sólo reciben amabilidades y carantoñas. De donde, sabido que lo que no se replica se convalida, deduzca el lector lo que se nos viene encima. Atentos.
“Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.