- El PSOE, como el moderno Príncipe que teorizó Antonio Gramsci, es el auténtico aparato productor de la hegemonía en España y el organizador de la voluntad nacional.
Junto con el canto fúnebre por aquella generación de políticos que consumó la Transición con un programa de normalización política, homologación internacional y modernización económica, la efeméride ha estado personalizada en la cuasimitológica figura de Felipe González. Y es que su carismático embrujo, lejos de palidecer con los años, se ha ido engrandeciendo, en gran medida enaltecido por el agravio comparativo con José Luis Rodríguez Zapatero y Sánchez.
Lucía Méndez destacaba que el andaluz no sólo es el jefe de Gobierno que mejor prensa conserva. También suscita una veneración transversal de la que ni siquiera el Rey puede presumir. Es poco discutible, como aseveró Javier Cercas, que González ha sido «el político español más importante de la España moderna, porque ninguno de sus colegas transformó de raíz el país como él lo hizo». Ahora bien, sólo desde un análisis más polifacético puede hacerse un balance de mayor calado sobre la trascendencia histórica del PSOE en los últimos cuarenta años.
Hay que transitar, por tanto, de la reverencia sacramental hacia el felipismo a la indagación crítica de su teología política.
Se puede empezar por unas declaraciones que dio González en uno de los actos conmemorativos. «En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad». Esta sentencia sólo puede resultar escandalosa para quien ignora la racionalidad detrás del largo imperio socialista que no ha dejado de regir España desde 1982.
La semiótica de la imagen también es elocuente. González pronunció estas palabras escoltado por Sánchez y Zapatero. Y es que, contemplada bajo la luz del proyecto ideológico, no hay tal cosa como una ruptura entre generaciones o familias socialistas. Todas las direcciones han alimentado un potente aparato que ha hecho acompañar su reforma económica de una profunda reforma cultural, y que ha conseguido determinar en la conciencia colectiva, como bien sabe González, qué es la verdad.
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El PSOE ha moldeado la cultura política española como ningún otro partido, consagrando un ethos socialdemócrata (lo que en algunos foros ha llegado a ser conocido como PSOE state of mind) que sigue orientando las opiniones políticas de las masas.
Como apunta el politólogo Santiago Armesilla, «el PSOE es la herramienta de subordinación ideológica, cultural y geopolítica más perfecta que existe en toda Europa occidental». Es, en sentido estricto, el aparato productor de la hegemonía en España. Una maquinaria de conservación del poder que no lo pierde ni siquiera cuando pierde las elecciones. Un partido que ha sido capaz de establecer el marco mental que determina qué es socialmente aceptable y qué no. Y de hacer que incluso los partidos de la oposición introyecten y asuman ese marco.
La superioridad política del socialismo queda atestiguada en su sorprendente capacidad para, moviéndose en los parámetros de lo que ya en su día se denominó «franquismo sociológico», mostrarse como el abanderado del antifranquismo. Un poder que se presenta como contrapoder. Su entronque ideológico en la población es patente si se aprecia cómo se ha vigorizado en el imaginario progresista la mitología brigadista y republicana que resucitó Zapatero. En resumen, como agudamente dictaminó el propio Guerra, el PSOE es el partido que más se parece a España. Aunque más exacto sería decir que España ha llegado a parecerse mucho al PSOE.
«La estructura orgánica que ha asumido en España las tareas que Gramsci atribuye al moderno Príncipe ha sido el PSOE»
Resulta conveniente en este punto recuperar la exposición realizada por el filósofo Antonio Gramsci en El moderno príncipe. En este texto, el marxista italiano actualiza la doctrina de Maquiavelo en El Príncipe, argumentando que la traducción moderna del príncipe maquiaveliano (que no se refería a ningún soberano concreto ni realmente existente) sólo podía ser el partido político. Y pasa Gramsci a detallar los atributos que caracterizan a este organismo, encargado de alentar y desarrollar la revolución.
Aunque el filósofo estaba pensando en el partido político marxista como Príncipe moderno, cabe sostener que la estructura orgánica que realmente ha asumido en España las tareas que Gramsci atribuye a este creador de «nuevas relaciones de fuerzas» ha sido el PSOE. No en vano, muchos marxistas encuentran que el auténtico enemigo es la fuerza responsable de una desindustrialización, una democratización y un modo de pensamiento de aburguesada socialdemocracia que han favorecido la perpetuación del modo de producción capitalista.
Gramsci entiende que el partido es el organizador de «la voluntad colectiva nacional-popular». El Príncipe moderno eleva la voluntad de un grupo social particular al rango de universalidad y totalidad. Atribución que casa perfectamente con el arraigo que tiene la hegemonía ideológica del socialismo en el pueblo español.
«El moderno Príncipe, sigue Gramsci, debe ser el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral». Huelga señalar el impacto del programa civilizatorio socialista en los españoles. El partido se impone a la vez por la fuerza y mediante el consenso, recurre por igual a la coerción y a la persuasión. El PSOE, en verdad, controla todas las esferas de la producción cultural, económica y mediática en España. Así, no sólo cuenta con el aparato represivo del Estado, sino que también se prolonga como apéndice en las potentes terminales mediáticas del Grupo Prisa.
«El PSOE es, en propiedad, un ente que ha acometido una auténtica ‘transformación total y molecular de los modos de pensar y de actuar'»
En sus diarios, Rafael Chirbes se declaraba admirado ante «la arrolladora capacidad del Grupo Prisa para aplanarlo todo», y con mucho tino lo calificaba de «tanque soviético», capaz de implantar un «discurso único, cerrado y coherente». «Los socialdemócratas tienen la exclusiva en la elaboración de carnets de izquierdas», lamentaba. Algo en lo que más recientemente abundó Juan Diego Madueño, que habló de la Cadena SER como «gimnasio de la superioridad moral». «La moderación la compulsan en Gran Vía», ironizó.
Al estudio de la SER y a la redacción de El País acuden reverenciales quienes quieren ser homologados a ojos de la opinión pública por el beneplácito del PRISOE.
Veamos otro de los rasgos que Gramsci asocia al Príncipe moderno. El partido es tal «cuando es concebido, organizado y dirigido de manera que le permita desarrollarse integralmente y transformarse en un Estado (y no en un gobierno) y en una concepción del mundo». El partido gramsciano crea un nuevo tipo de Estado, su triunfo consiste en identificarse con él. ¿Qué puede decirse de un PSOE que ha colonizado hasta el tuétano la estructura estatal? El PSOE es la columna vertebral que sostiene el régimen del 78. Él es el régimen.
[Opinión: Los Gobiernos de aquel PSOE (1982-1986)]
Por último, dice Gramsci que «el Príncipe ocupa, en las conciencias, el lugar de la divinidad o del imperativo categórico, deviene la base de una completa laicización de toda la vida y de todas las relaciones de costumbres». Basta aquí con recordar la ya mencionada religión política con la que el PSOE ha evangelizado a España, con Felipe como pontífice y la dogmática progresista del biempensantismo como catecismo.
En resumen, y aplicando el esquema gramsciano, descubrimos que el PSOE es mucho más que un eficiente aparato electoral que ha sabido maximizar la eficacia de la dirección política. El PSOE es, en propiedad, una fuerza totalitaria, un ente que ha acometido una auténtica «transformación total y molecular (individual) de los modos de pensar y de actuar». Un partido que ha organizado las pasiones para convertirlas en racionalidad, que ha conseguido, como el Príncipe moderno de Gramsci, procurarse el consentimiento permanente de los españoles, ganarse el «consenso activo de las masas populares» respecto al Estado.
El PSOE de González, de Zapatero y de Sánchez, como instrumento primordial de cohesión social y disciplina, ha logrado lo que los partidos marxistas no pudieron: centralizar y controlar las fuerzas desorganizadas de la sociedad para transformar España hasta el punto de que ya no la conoce ni la madre que la parió. En el PSOE, como en el moderno Príncipe, confluyen Estado, partido y religión.
*** Víctor Núñez es periodista.