Lucía Méndez, EL MUNDO, 21/6/11
La sorprendente explosión de creatividad indignada en las pancartas del 15-M no sólo va dirigida contra los banqueros, el FMI, la UE y los partidos políticos. También contra los medios. «Detrás de cada corrupto hay seis tertulianos», decía una pancarta de la manifestación del 19-J. Los que la mostraron quizá habrían oído en alguna tertulia que el 15-M fue ideado en las covachuelas de Rubalcaba para poner al PP contra las cuerdas mediante la lucha callejera.
Afortunadamente, es una tesis en retirada. Hay que estar ciego para no ver que los platos rotos del 15-M los va a pagar el PSOE en las próximas elecciones generales. Como los ha pagado en las autonómicas y municipales. Hace tiempo que Zapatero se convirtió en el chivo expiatorio del empobrecimiento general del país. Puede ser injusto, porque la culpa de lo que pasa no la tiene sólo él, pero le ha tocado y la bola de nieve es imparable.
La razón es bastante simple. Los indignados no tienen armas ni capacidad para hacer pagar sus pecados en la crisis a los banqueros, ni a las agencias de calificación, ni a Angela Merkel, ni a Van Rompuy, ni a Jean Claude Trichet, ni al FMI, ni a Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Pero sí tienen el arma del voto, del no voto más bien, para castigar los pecados del Gobierno de Zapatero.
Los indignados no están indignados contra Mariano Rajoy, que no les ha hecho nada. Todavía. Están sobre todo indignados con el presidente que presumía de ser de izquierdas y que ha acabado rindiéndose a los mercados. Como si su giro copernicano fuera a ser asumido por sus votantes por el cariño que le tenían. Se podrá decir que no ha tenido más remedio, pero los que saben que no van a poder comprarse una casa –en la puta vida, decía la camiseta–, ni aspirar a un contrato decente no hilan tan fino. No hace falta ser un analista de Harvard ni un asesor de Obama –que son los más cotizados en el mercado– para concluir que muchos de los que han llenado las calles eran votantes desencantados que creyeron que Zapatero era un rojo.
A este panorama se enfrenta Rubalcaba. El candidato ya tiene equipo de campaña y José Blanco –su pareja de baile– no está entre los elegidos. Esta ausencia es un hecho relevante. Habrá quien piense que Rubalcaba lo ha dejado tirado. Él dice que se retira de forma voluntaria. A lo mejor es porque no quiere perder otras elecciones como director de campaña. Sea como fuere, hay que desear mucha suerte a este equipo. La va a necesitar. Tienen ante sí una misión imposible. El secretario general se enfrenta a la indignación de la calle. El vicesecretario general se retira de la escena. El candidato se pone la corbata para hablar como ministro del Interior o portavoz y después reaparece sin ella en los actos del partido. Al candidato le viene mal en España lo que al presidente le viene bien en Europa. El presidente y el candidato cambian cromos con un partido, el PNV, cuyo único objetivo es fastidiar a Patxi López, un compañero de partido del presidente y amigo del candidato.
Rubalcaba no puede romper con Zapatero, pero, si se presenta junto a él, pagará el pato. Hasta Amaral le da la espalda. ¿Qué hacer en una situación así? En comparación, los 12 trabajos de Hércules eran un juego de niños.
Lucía Méndez, EL MUNDO, 21/6/11