FERNANDO VALLESPÍN-El País

  • Ahora que se habla tanto de la resurrección del bipartidismo, no deja de ser extraño que uno de sus protagonistas se autodifumine, en lo discursivo al menos, dentro del bloque, renuncie a recuperar su anterior estatus

Es difícil no conectar estas apresuradas jornadas de Sumar para conseguir confeccionar su candidatura con la propia convocatoria de elecciones de Sánchez, no menos acelerada e intempestiva. Nos desvela en parte una de las causas que podrían estar detrás de los designios del presidente al acortar al máximo los plazos posibles. La presión temporal ha reducido al mínimo las posibilidades de disenso entre el mosaico de partidos que integran el grupo de Yolanda Díaz, con lo cual se evita la dispersión del voto de izquierdas. Primer aspecto positivo. Pero, por otra parte, y este sería el segundo, destaca al PSOE como el partido maestro dentro del bloque, el único que garantiza la unidad de acción en una potencial coalición entre ellos. O sea, que, en teoría al menos, le asegura la posibilidad de crecer a costa de quienes se hayan visto frustrados ante el espectáculo de los forcejeos entre ellos; en particular el protagonizado por Podemos. Sin necesidad de declararlo, ofrece una imagen de estabilidad frente a lo que, ya antes de entrar en funcionamiento, puede aparecer como una mal amalgamada sumatoria de 15 partidos, una versión aggiornata del sistema de confluencias que, como vemos, acabó siendo la ruina del partido de Pablo Iglesias. La solidez de un partido bajo un liderazgo incuestionado ―por ahora― frente a lo que no deja de ser una promesa.

Es una hipótesis, desde luego, porque caben muchas otras lecturas. En particular, que Sumar permite votar a la izquierda sin tener que pasar por Sánchez, y eso conduciría a lo contrario de lo que acabamos de decir. Y encaja con el ―a mi juicio― acto fallido del PSOE al presentarse en la convocatoria de elecciones como el partido senior del bloque, la cabeza de una potencial coalición. El marco del que se parte es el enfrentamiento entre progresistas y la derecha. Se anima así de forma implícita a que se vote por cualquiera que se presente como tal, no al PSOE necesariamente. Ahora que se habla tanto de la resurrección del bipartidismo, no deja de ser extraño que uno de sus protagonistas se autodifumine, en lo discursivo al menos, dentro del bloque, renuncie a recuperar su anterior estatus. Justo lo contrario de lo que hace el PP, que se presenta como el dueño y señor de su espacio e incluso persiste en minimizar e ignorar a Vox. Otra cosa es que luego lo necesite y que ya esté negociando con él el botín de las anteriores elecciones. Si, como antes decía, lo que importa a la postre es transmitir la imagen de solidez y cohesión partidista, el framing del PP lo está consiguiendo mejor que el del PSOE.

Esto último no es una cuestión baladí, el punto más débil del actual Gobierno de coalición han sido sus disputas internas, que ahora han salpicado también, casi antes de estrenarse, a Sumar. Era inevitable por el ADN díscolo de Podemos. Pablo Iglesias nunca tuvo el más mínimo reparo en dejar fuera de sus listas a los discrepantes; después de su reciente fracaso electoral, ¿por qué no iba a poder hacer lo mismo Yolanda Díaz? El peligro al que ella se enfrenta ahora, y el tiempo urge, es cómo pasar página, evitar que lo que quede en la retina de los electores sean los trajines por la elaboración de las listas, no el contenido del proyecto. O sea, una campaña electoral inteligente. No le va a ser fácil porque todo indica que la temperatura de la confrontación va a ser endiablada, algo parecido a la campaña autonómica de Madrid del 21. Recuerden, al final, después de Ayuso, en el otro campo ganó Más Madrid, los únicos que no se dejaron llevar por la estridencia binaria y porfiaron en difundir sus propuestas concretas. De todo se aprende, y esto no ha hecho más que empezar.