ABC 09/06/13
ENTREVISTA FRANCISCO VÁZQUEZ
Francisco Vázquez, coruñés de 67 años, es parte de la historia del municipalismo español, por sus seis mayorías absolutas consecutivas como alcalde de su ciudad. Su último papel en la política activa lo desempeñó en Roma. Cuatro años como embajador de España ante la Santa Sede, en los que aplicó ungüento a las heridas abiertas por el anticlericalismo de Zapatero. Socialista de espíritu libre, católico y españolista, critica sin ambages la radicalización de su partido y se muestra muy preocupado por la deriva separatista. «Estamos peor que en la Segunda República, porque entonces el PSOE sí defendía la unidad de España», musita en la espléndida biblioteca de su vivienda, en un recodo de La Marina de La Coruña. Hablamos rodeados por una colección de libros que colmaría los sueños de cualquier bibliófilo, alineados en estanterías de madera noble que Vázquez ha coronado con placas con los nombres de sus héroes: Homero, Cervantes, Dante, Napoleón, Mozart…
El PSOE actual «Los integrantes de esta Ejecutiva de derrotados no tienen profesión fuera de la política»
Lección del pasado «En el 79, el PSOE perdió las elecciones, pero no nos radicalizamos. Hicimos todo lo contrario. Se abandonó el marxismo»
F–Usted entró en el PSOE y la UGT en la clandestinidad, fue el primer secretario general de los socialistas gallegos, diputado desde las Cortes Constituyentes, alcalde, senador, presidente de la FEMP, embajador… Mirando atrás, ¿se han cumplido las ilusiones que tenía su generación cuando entró en política?
–Hace tres o cuatro años yo era un hombre satisfecho generacionalmente. Todo el esfuerzo de generosidad y acuerdo de los años 70 para lograr una España diferente parecía justificado. Hoy ya no soy tan categórico. No soy pesimista. Pero me deprimo a veces pensando que ese esfuerzo ha sido baldío, porque hemos vuelto al punto de partida. –Se han reabierto las grandes cuestiones que generaron confrontación en nuestro país, la territorial y la religiosa. No la militar, porque las Fuerzas Armadas son la institución más valorada por los españoles y la que mejor ha respondido al cambio. Pero en su lugar ha aparecido la cuestión judicial. Hay inseguridad jurídica, protagonismo excesivo de la justicia y un cierto clima de vendetta política a través de los tribunales. Además, me entristece mucho el giro que en pocos años ha dado mi partido, que no responde ni a su historia ni al papel que le corresponde de partido moderado y socialdemócrata. Hoy es más un partido radical a la italiana que un partido socialdemócrata inglés o sueco.
–Es curioso, porque eso que apunta parece que lo ve todo el mundo, excepto quienes dirigen su partido…
–No es el partido, es su dirección actual. Pero tiene una explicación. Hoy la Ejecutiva del PSOE está integrada por personas que han sido derrotadas en todas las elecciones a las que se han presentado. Derrotados repetidas veces y de forma abrumadora, con la única excepción del alcalde de Toledo. Además, la casi totalidad de integrantes de esa Ejecutiva de derrotados tienen su origen en el propio partido. Si dejan la política no tienen profesión. Están instalados en la resignación de la derrota. No aspiran a ser un partido hegemónico y de gobierno. Están en la coalición, en un espacio compartido con la izquierda radical. Carecen de experiencia y conocimientos y, sobre todo, han sido rechazados por el ciudadano. Mientras no se supere eso estamos condenados a esta decadencia ideológica, que aleja a millones de votantes del PSOE. No ven un partido con la etiqueta de moderado.
–Eso es estricnina en las urnas.
–Claro, porque en España gana quien ostenta la etiqueta de la moderación. Unas veces el centro-derecha y otras veces el centro-izquierda. Mi partido ha olvidado que nuestro competidor es el PP, el centro-derecha, no la izquierda radical, que nos diluye en un mensaje destructivo, incapaz de resolver problemas, con posturas rayanas en la demagogia e inaplicables.
–Pero quizá su generación, los que apelan a ese centro, todavía en pleno vigor intelectual, han estado demasiado callados ¿Dónde estaban, por ejemplo, cuando asistíamos a la inconsciente carrera estatutaria de Zapatero?
–Yo nunca callé. Fui de los pocos. Nuestra generación fue marginada. Fuimos sustituidos por una generación que responde a criterios burocráticos de partido, más que políticos. Hoy es un partido de aparato, como eran los antiguos partidos comunistas, más que lo que ha sido el partido socialista. A mi generación se la desaprovechó.
–¿Le pasaron factura por hablar?
–Cuando fui nombrado embajador para recomponer las relaciones con la Iglesia algunos tal vez buscaban también la manera de alejarme del escenario. Pero no me preocupa. Acepté aquel reto, tanto como socialista como católico, porque entendía que la confrontación izquierda-Iglesia tiene muy mala memoria histórica en España. Había que reestablecer el diálogo y creo que lo conseguí.
–¿Le suscita alguna esperanza alguno de esos nombres que se están barajando, Chacón, Madina, Pachi López…?
–No, no, no. Solo me suscita esperanza el político que viene avalado por las urnas. Punto. En política no hay más. Tenemos que buscar personas que hayan conseguido ganar. Son habas contadas. Al menos se presupone que esos saben contactar con las aspiraciones de la gente. El resto es solo pura entelequia de laboratorio político y cerrazón burocrática.
–¿Debió marcharse Rubalcaba tras su batacazo electoral?
–Sí, Rubalcaba y la Ejecutiva tenían que haber dimitido tras las generales. Es lógico ante una debacle como la que hubo. Eso ha conllevado que no haya un liderazgo fuerte. Para desesperación de muchos como yo, las preocupaciones del Partido Socialista son más las internas que responder a las necesidades de los ciudadanos. Tremendo. Es una Ejecutiva de derrotados. El secretario de Organización se presentó dos o tres veces a candidato de Castilla-León y fue derrotado. Trinidad Jiménez fue derrotada a todo lo que se presentó, Comunidad, Ayuntamiento. Rubalcaba, lo mismo. No tienen otra salida más que la política.
–Y usted, que parece que tiene las ideas claras, ¿por qué no da la pelea?
–Yo hace muchos años que dejé la actividad orgánica. Sigo en política en la medida que la entiendo como un servicio público y un compromiso con tu realidad vital. Además, poco tendría que hacer ahí con los principios que yo tengo. Soy un socialdemócrata alejado del radicalismo, que se declara defensor de España y que además es católico. Eso no encaja en esas estructuras actuales de poder, no en la militancia, que es otra cosa. En el 79, en una situación tan mala como la actual, el PSOE perdió las elecciones. ¿Qué hicimos? ¿Nos radicalizamos? Todo lo contrario. Se abandonó el marxismo. Nos homologamos con la socialdemocracia europea, y en las siguientes elecciones ganamos por una mayoría abrumadora. Lo contrario a lo de hoy.
–¿Qué le quita más el sueño, la economía o el pulso independentista?
–A mi la crisis política, sin duda alguna; la crisis territorial. Yo me baso siempre en la historia. Estamos viviendo una de las mayores crisis en cien años. Sobre todo por la amenaza del secesionismo catalán, al que yo no llamo así, los denomino sediciosos. Hay un desacato permanente de las leyes y sentencias, se incumple la lealtad elemental con el Estado y además se anuncian esos incumplimientos. Pero la crisis política me preocupa sobre todo porque no hay el acuerdo entre las dos principales fuerzas, PP y PSOE, para dar la respuesta, que además es muy simple.
–Pues usted dirá…
–Pues aplicar la Constitución. No se puede mirar para otro lado. Ya se hizo en situaciones similares en democracia. Por ejemplo, en la Segunda República, cuando se plantearon situaciones de insumisión abierta; también, curiosamente, sobre todo por parte del nacionalismo catalán, más que el vasco. Fíjese, el problema es que por primera vez en la democracia no hay alternancia, y eso agrava más la amenaza de ruptura territorial. Normalmente si el gobernante entraba en declive en España siempre generábamos una alternativa, de centro izquierda o de centro derecha. Hoy no. Al contrario. Podemos perder el factor de estabilidad de la mayoría y entrar en una situación a la italiana, de ingobernabilidad absoluta, agravada por la incapacidad del pacto. En Italia al final nunca llega la sangre al río, acaban pactando. Aquí hasta el acuerdo más elemental es inviable.
–Se percibe una especie de complejo de inferioridad del PSOE ante el nacionalismo.
–Bueno, lo ha tenido también el Partido Popular. La incapacidad de pacto entre los dos partidos mayoritarios ha determinado que los nacionalistas fuesen árbitros, y siempre obtenían avances irreversibles en la búsqueda de su objetivo. Hay que empezar a hablar con claridad: la razón de ser de los nacionalistas, su objetivo, es conseguir la independencia de su territorio y romper la unidad de España. Quieren terminar con el estatus de convivencia que disfrutamos. En el caso del socialismo el tema se agrava, porque nosotros nos basamos ideológicamente en el concepto de solidaridad. No puede haber nada más repugnante al concepto de la igualdad que esta defensa de la exclusividad del poderoso, del nacionalista, que busca el reconocimiento de sus privilegios. Durante la República, el gran adversario de los nacionalistas era el PSOE. Felipe González también les supo poner brida en su momento. Ahora no.
–¿Debería el PSOE romper con el PSC y presentarse con sus siglas en Cataluña?
–Sí, sí. Debería haber salido ya. Habrá quien diga que es hacerle el juego a la derecha. Es al revés. Frenaría la pérdida de credibilidad que tenemos en el resto de España. Una de las razones de nuestra caída es precisamente esa, nuestra falta de compromiso con el concepto de España y el Estado constitucional. Además, hay una cosa que no se dice: el nacionalismo separatista español es una confrontación de ricos contra pobres. Cataluña y el País Vasco son como la CEOE. En cambio, los sindicatos son Galicia, Extremadura, Castilla-La Mancha. Esta confrontación tiene un tinte clasista importante.
–¿En qué momento empezó a estropearse todo?
–Lo que ha desencadenado todo ha sido la dejación educativa, una gran responsabilidad de mi generación. Permitimos que la educación pasara a las autonomías y éstas construyeron un artificio ideologizado y muy sectario, deformando la realidad histórica y conformando generaciones de vascos, catalanes y gallegos con una idea de la historia rotundamente falsa, en la que España es una realidad ajena y hostil. Personas de 30 y 35 entienden que la independencia es una realidad que les corresponde por su historia. Mientras no se resuelva eso no hay nada que hacer. Además, nuestra educación va a la cola de todo el mundo.
–¿Cree que el Gobierno acierta con su línea de no intentar echar gasolina al fuego ante el envite nacionalista?
-Nada. Un error. Es sorprendente que se haga una nueva Ley de Educación en la que se prevé el incumplimiento de la misma en un territorio español, como es el caso de Cataluña. Se prevé que en el supuesto de que no se cumpla la ley los niños que quieran aprender castellano irán a la enseñanza privada. ¡Eso es una desmesura! El reconocimiento expreso del derecho a la insumisión y el desacato de una autonomía respecto a las leyes y la Constitución. El Estado tiene que garantizar que se estudie la historia de un espacio compartido que se llama España. Además hay que dar conocimientos. Aquí ni se recomienda la lectura del Quijote ni los jóvenes salen sabiendo quién es Agamenón o quién es Aquiles. No conocemos nuestras raíces culturales, se han sustituido por la precariedad de conocer lo inmediato. Un reduccionismo intelectual absoluto que ha echado a perder a varias generaciones en los últimos 20 años.