ABC-IGNACIO CAMACHO
El nacionalismo puede compartir con Sánchez una cierta agenda. Pero esa alianza tiene un punto crítico: la sentencia
SI no continúa tropezando con sus propios errores, en esa forma suya de pisarse la manguera, el margen del mandato de Sánchez no está tanto en los presupuestos como en la sentencia. La del procés, por supuesto, que es la última frontera de la colaboración separatista con el Gobierno de izquierdas. El juicio se está retrasando y, para alivio del Gobierno, difícilmente estará concluido antes de las elecciones territoriales de la primavera. Hasta que el veredicto llegue, el nacionalismo puede negociar una agenda política de cuestiones subalternas, pero esa estrategia pragmática de mutua contemporización tiene como límite la previsible condena de los dirigentes de la revuelta. Por más que el presidente lo sepa, entre otras cosas porque se lo han dicho, no está a su alcance mover pieza ni menos meter mano en la instrucción del juez Llarena. Como para la mentalidad soberanista la separación de poderes es una mera entelequia, el lobby catalán está concentrando toda su influencia en presionar al Gabinete para que a través de la Fiscalía trate de obtener una pena benévola. Su problema es que el Ejecutivo no puede hacer eso aunque quisiera. Los cambios en el Supremo, que en diciembre debe renovar su presidencia, no llegarían a tiempo: el tribunal está nombrado y la instrucción, casi completa. Los tímidos intentos gubernamentales de «crear ambiente» –el frustrado desamparo al juez, las declaraciones de ministros sobre la libertad provisional, etcétera– han levantado gran polvareda. Si el fiscal se aviniese a rebajar la acusación se armaría la marimorena y Sánchez no puede correr ese riesgo sin devastar el poco crédito que le queda.
Los independentistas también son conscientes de ello pero la causa del Supremo es ahora mismo su principal argumento para mantener la cohesión interna y el ánimo social tenso. Los lazos amarillos les sirven para ganar tiempo, y de ahí este folklore conmemorativo de la insurrección en torno a los líderes presos. Victimistas por antonomasia, han convertido la cárcel en el símbolo provisional de su causa a la espera de los acontecimientos. Son los primeros en admitir que a corto plazo no están en condiciones de reeditar el proceso; lo volverán a intentar pero de momento les interesa sostener a este Gobierno, de cuya debilidad objetiva pueden sacar rédito. Sin embargo ellos mismos tienen miedo de que la sentencia les obligue a ser coherentes con su reto… y que de nuevo tengan que ir demasiado lejos.
Así las cosas, el fallo judicial será el próximo trance crítico del conflicto, que incluye la posibilidad de que Torra se eche al monte de la ruptura y acabe completando su vocación de exilio junto a su jefe huido. Hasta entonces, Sánchez puede continuar subido en su alambre haciendo equilibrios. Pero si lo logra tal vez le reserve el destino la paradójica oportunidad de tener que volver a aplicar el artículo 155.