El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA
Hasta hace pocos días pensaba ingenuamente, como el ‘Cándido’ de Voltaire, que vivía en el mejor de los mundos posibles y no cesaba de dar gracias a los dioses por haber nacido en este maravilloso país que es el País Vasco. Pensaba que vivía no el paraíso, sino en el séptimo cielo. Euskadi era el país donde pensaba que manaban incesantemente el maná y la miel que Dios había prometido a los suyos. Pero de eso, nada. Ha sido duro el despertar y el darme cuenta de que tan solo vivía en el purgatorio, donde las almas purgan sus faltas a la espera de que las puertas del cielo se abran. El final de mi ensoñación se lo debo al diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, que en un ejercicio de realismo político ha reconocido que vivir en Euskadi equivale a vivir en el purgatorio. Efectivamente, el purgartorio es el lugar donde penan las almas de los que envidian el bien ajeno.
Lo dejó bien establecido el gran Dante Alighieri, que situó en el purgatorio a los envidiosos. En efecto, el purgatorio es el segundo de los tres cantos de ‘La Divina Comedia’ de Dante Alighieri. La estructura moral del purgatorio detalla la clasificación de los vicios del amor mal dirigido entre los que se encuentra la envidia, que consiste en el triste deseo del bien ajeno, es decir, en el sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e intangibles.
El diputado general de Gipuzkoa ha tenido el arrojo de reconocer que siente «mucha envidia» de Cataluña y afirmar que «con el tiempo» Euskadi debería seguir el mismo camino que Cataluña. Olano nos ha resituado, a todos los vascos, en el purgatorio de Dante Alighieri.
En los últimos años, el nacionalismo vasco que nos gobierna ha gastado una millonada en propaganda y marketing afirmando que los vascos vivimos en el mejor de los mundos posibles y propagando a los cuatro vientos que los vascos somos los más altos, los más inteligentes y los más guapos; situándonos en la vanguardia del progreso y de la innovación, provocando la envidia de todos. Sin embargo, en un inusitado ejercicio de humildad, el nacionalismo vasco reconoce ahora que son los catalanes quienes de verdad ocupan la vanguardia de los pueblos, siendo motivo de envidia para los vascos.
Hasta ayer mismo pensábamos, ingenuamente, que los vascos disfrutábamos de derechos y privilegios de los que ningún otro país era merecedor. Disfrutamos del Concierto Económico que nos aporta una mayor capacidad de gasto y hemos construido una autonomía plena con absoluta soberanía fiscal y exclusiva competencia sobre la cultura, la educación y Policía. Somos, en realidad, la autonomía política más avanzada de Europa y gracias a la gestión autónoma de nuestras escuelas hemos logrado formar al mayor número de euskaldunes que jamás hubo sobre la faz de la tierra. También habíamos logrado iniciar un proceso de reconciliación y convivencia tras décadas de oprobio terrorista causado por una parte del nacionalismo vasco. Pero resulta que todo ello es poco o nada frente a la Cataluña que tanto admira el nacionalismo vasco.
Markel Olano es el más insigne representante institucional del nacionalismo en Gipuzkoa y su opinión no es la de un militante nacionalista cualquiera. Sabíamos de su pulsión soberanista y su apoyo a la causa de los más radicales, pero desconocíamos la triste realidad de su encono y envidia.
Al parecer, el diputado general envidia que más de 3.000 empresas hayan abandonado Cataluña en busca de latitudes más seguras, así como el hecho de que la sociedad catalana se haya roto en dos mitades y sus gobernantes suplanten la ley por su soberana decisión. Olano envidia el colapso de las instituciones políticas catalanas, y como desea emular a Quim Torra y Carles Puigdemont en su porfía reaccionaria. Lo que Olano envidia es, en definitiva, la quiebra de una sociedad que un día fue modelo de innovación y creatividad, y que hoy se halla inmersa en el marasmo político al que sus élites políticas la han conducido.
El gran Miguel de Unamuno, que tan bien conocía a vascos y españoles, afirmó que la envidia, que calificó de «íntima gangrena», era el rasgo de carácter más propio de los españoles. Resulta irónico que los nacionalistas vascos que envidian a Cataluña sean el exponente paradigmático de la españolidad. Con el final de ETA salimos del infierno del terrorismo nacionalista y ahora resulta que en lugar del cielo es en el purgatorio dantesco donde residimos. La envidia nacionalista nos sitúa a los vascos en el purgatorio y todo indica que no alcanzaremos el cielo hasta que el nacionalismo deje de gobernarnos.
René Girard habló del «deseo mimético» que animaba a las personas y a las sociedades; un deseo inherente al ser humano, pero que era, a la vez, la matriz de toda violencia. Esperemos que el deseo mimético del nacionalismo vasco, con respecto a Cataluña, no incida, otra vez, en la violenta pulsión que tanto nos costó erradicar. El diputado general guipuzcoano es libre de envidiar lo que se le antoje, pero no puede pretender que los vascos regresemos al infierno que tan de cerca conocimos.