Sucedió de esta forma. Había atendido con detalle al discurso del Rey. Mientras escuchaba sus palabras pausadas y bien pronunciadas, sin atragantarse ni desconcertarse -tan habitual en los mensajes de su padre-, yo iba pensando que estaba ante uno de los mejores y más difíciles mensajes navideños del Jefe del Estado. Y también pensaba que, como sucedía con la censura franquista, alguien no había hecho bien su trabajo. Y hasta podría haber sucedido que quien lo leyera, -imaginemos por ejemplo al simple y bien mandado Santos Cerdán leyéndolo-, creyera que el Rey hablaba de Feijóo.
La prensa cercana al Gobierno insiste en que éste ha validado el discurso del monarca. Bueno, vale, es una forma de quitarse las moscas de la cabeza. Lo valida, pero no lo comparte, entre otras cosas porque el mensaje de Nochebuena coloca al jefe del Estado frente al Gobierno de Pedro Sánchez. Al terminar el mensaje me quedé parado frente al televisor y -no sabría explicar por qué- pensé en un versículo del apóstol Mateo: El que pueda entender, que entienda. Y entonces pensé también en ese 30% de españoles que declaran en las encuestas que votarán a Sánchez pase lo que pase y haga lo que haga. ¿Qué entenderán todos estos después ver al Rey? Un enigma, y no menor.
El mensaje de Navidad más político
Desde el primer momento el atento telespectador supo que no era la alocución de rigor de otros años. Fue un texto político más que institucional. Pasó con rapidez por la situación internacional. Dedicó muy poco a la económica. Estaba claro que su discurso no era otra cosa que una valiente y decidida defensa de la Constitución. Y aquí el primer considerando de la cuestión: se defiende aquello que se ataca. Y aquí el segundo: Felipe VI hizo su trabajo desde su responsabilidad de jefe del Estado, lejos de la prosa emotiva y sensible tan acostumbradas en estas fechas. No, no fue un escalón más dentro del debate que nos abruma y desgasta por culpa de una clase política insuficiente e ignorante que juega con cosas que no tienen repuesto.
Desde el principio no tuvo reparos al avisarnos de que la solidaridad y la cohesión están en peligro. Palabras mayores. Quisiera uno saber qué pensó Sánchez, -supongo que vio el discurso-, cuando recordó que los legítimos titulares de la soberanía nacional somos todos los españoles; qué cuando afirmó que la garantía imprescindible para nuestra estabilidad es la Constitución; qué cuando aseguro que las democracias precisan de consensos básicos; qué cuando llamó a los políticos -sí, a ellos y no a los españoles-, a evitar el germen de la discordia que no nos podemos permitir.
Es complicado entrar en la cabeza de alguien que es incapaz de decidir entre las mentiras con algo de verdad y la verdad con algo de mentiras. Pero esa es su triste realidad
Es probable que el mensaje navideño haya sido tomado por Sánchez como una cuestión que afecta a otros, y no a él. Estamos acostumbrados a escucharle diagnósticos de la situación política en los que responsabiliza a Feijóo, siendo él el presidente. Pero Sánchez padece de ese mal que le hace imposible aprehender la realidad a cambio de la actualidad que ve escrita en sus cabeceras periodísticas amigas. Es complicado entrar en la cabeza de alguien que es incapaz de decidir entre las mentiras con algo de verdad y la verdad con algo de mentiras. Pero esa es su triste realidad, y desde ahí se dispone a gobernar otros cuatro años.
No les voy a aburrir recordando la cantidad de veces que el presidente se ha puestos en los márgenes de la Constitución. Las muchas veces que ha burlado a la verdad, la confianza y la decencia política. Porque, ¿qué otra cosa puede uno decir cuando escucha la defensa de la Constitución por parte del Rey y repara a continuación que su Gobierno está sustentando en fuerzas que no tiene otro objetivo que destruirla? La realidad, esa que al parecer no tiene remedio, es que el Gobierno prepara cuatro años lejos de los consensos básicos que reclama el monarca. A cambio teje debajo de la mesa consensos extravagantes que ponen en riesgo nuestra cohesión y sosiego político. Pactar con partidos minoritarios y destituyentes y asegurar, como leo en El país, que el Ejecutivo valora las palabras del jefe del Estado es un contradiós difícilmente digerible. Pero escrito está.
La fotografía con Puigdemont
España es un país muy virtuoso a la hora de hacer diagnósticos, pero claramente insuficiente en establecer soluciones pautadas y resolutivas. Conocemos el problema, pero nos acompaña secularmente cierta incapacidad y bastante indolencia a la hora de acometerlas. Por eso Sánchez actúa como el que oye llover mientras el Rey dice lo que piensa.
Los próximos días veremos la fotografía que le ha pedido Puigdemont como pago por haberlo hecho presidente del Gobierno. Ahí, en ese gesto, en ese flash de décimas de segundo que se producirá lejos de España porque el prófugo no puede pisarla, está concentrado todo lo que Sánchez piensa de nuestra Constitución. Cuando veamos esa fotografía, en la que seguramente aparezcan dándose la mano mientras esbozan una sonrisa, nadie se acordara del último mensaje de Navidad. Va todo muy rápido. Rápidamente se pierden las palabras en el viento y rápidamente las olvidamos. Y aunque Sánchez no haya leído a Shakespeare, lo sabe. En Macbeth esta escrito: “La vida es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
Les deseo la mejor entrada a 2024. Desde luego lejos del ruido, la furia y los idiotas. Sobre todo de estos últimos.