Manuel Montero, EL CORREO, 8/7/11
Las sucesivas etapas crean su vocabulario. Los principales cambios que experimentamos en el País Vasco se producen en el lenguaje, no en la política, que suele repetirse
En el País Vasco las sucesivas etapas crean su vocabulario. Los principales cambios que experimentamos se producen en el lenguaje, no en la política, que suele repetirse. Hubo una época en que se hablaba de cipayos, de los chicos de la goma-dos, de los frentes de lucha, de los derechos irrenunciables de nuestro pueblo y la falta de libertades que nos traía la democracia. Fue en los años ochenta, cuando el PNV acabaría convirtiéndose en el «siervo traidor y vergonzoso del PSOE» y la vanguardia del MLNV luchaba contra la política de represión sistemática del PTV, por una «solución digna y democrática» con la alternativa KAS. Era un habla hosca.
No cambiaron las circunstancias vascas en los noventa, pero sí la lengua que las describía. Subsistió el sectarismo -ese habla que nos secciona en ‘vascos’ y ‘no vascos’, una expresión clásica-, pero se sofisticó. Proliferaban los ‘hitos históricos’, para referirse a las iniciativas de la organización y del soberanismo, por entonces casi un neologismo. Estaba la kale borroka, pero los mahakides proponían a los burukides que los jelkides impulsaran «el diálogo y la negociación» para iniciar un «proceso de pacificación» y de «reflexión profunda» con el que «los jóvenes vascos» saldrían de «las cárceles de exterminio». El lenguaje se renovaba. El nacionalismo radical devino en izquierda abertzale y ésta impuso el Euskal Herria frente al Euskadi que todavía decía el PNV.
El periodo soberanista -de Lizarra al referéndum pasando por el Plan- ha sido el más creativo desde el punto de vista lingüístico. Los «acuerdos históricos» entre nacionalistas, «diálogo y negociación», «mesas de partidos» y «momentos ilusionantes», «a futuro», pasaron a primer plano. Todo era «una oportunidad para la paz». Llegó la condena batasuna a las «antiguas recetas del pasado», el desprecio soberanista a los «inmovilismos», la idea de que había partidos «enemigos de Euskal Herria», y sobreabundaron los «irrenunciables derechos históricos», la superación del actual marco jurídico, la territorialidad, el pueblo vasco milenario, pacífico y trabajador.
Fue la época en que vino el derecho a decidir, la idea de normalizar la sociedad, el sonsonete de que dábamos pasos firmes hacia la paz, llegando a la fase resolutiva del conflicto, los anuncios de la luz al final del túnel y la solución del contencioso, mientras ETA, se decía, desaparecía porque la sociedad vasca estaba harta. Por eso tuvimos «el proceso», que se decía así por ahorrar proceso de paz y se asemejó al de Kafka.
La actual etapa -«alto el fuego permanente, general y verificable», legalización de Bildu, su ascenso a los cielos, la fascinación que suscita- está generando su propio lenguaje. El nuevo argot tiene un raro aire funcional. Algunos términos pasan a primer plano: verificable, nuevo escenario vasco, acumulación de fuerzas, el protagonismo que ETA quiere dar a los «agentes políticos y sociales». Hay sintagmas que hacen furor: es lugar común que estamos «más cerca de la paz», lo que se repite sin pruebas a ver si cuaja (el dicho), sin aclarar qué es la paz: si el fin de ETA o que Bildu la condene. Otro tropo repetido asegura que es un «proceso irreversible» y cierra el «ciclo de la violencia». Las expresiones sugieren una especie de necesidad histórica, una dinámica por encima de las voluntades, como al dictado de la providencia o del destino. Triunfa el término «normalización», no en el sentido del periodo anterior cuando significaba oficializar la hegemonía nacionalista. La nueva normalización la anuncia Bildu; por lo que se colige, consiste en que el mundo se amolde a su gusto. Nos dice cómo ha de ser la democracia, sea en el uso de escoltas en la vía pública, sea en el de la ikurriña durante las fiestas de San Fermín. Les está gustando dictar la normalidad.
En la jerga vasca se ha colado un término raro, nuevo en estas lides. También es concreto, mensurable. Es el palabro ‘recorrido’. Se usa para todo. Es de esas metáforas que gustan al vasco, pues evoca al esforzado de la ruta. A Bildu «le falta recorrido democrático», asegura el lehendakari. Unas semanas antes Bildu prometió que haría «todo el recorrido jurídico» hasta las elecciones. Lo realizó, pese a que, se decía, iniciaba «su recorrido bajo la lupa de Interior», mientras el PSE aceptaba lo que viniese «con independencia del recorrido judicial». Hasta Rajoy, contagiado del clima, aseguró que «el contratiempo de Bildu» tendrá «un recorrido muy corto», mientras Bildu asegura que es «una apuesta de largo recorrido más allá de las elecciones». La izquierda abertzale ha hecho el recorrido que se le había pedido, dice el PNV, incluyendo la condena al terrorismo. Habrá sido en el confesionario. A Urkullu le gusta el concepto. Estos meses nos ha declarado que quiere: a) que recorramos juntos una nueva transición; b) recorrer junto a ZP «el proceso terminal de ETA»; y c) que recorramos unidos el camino de la reconciliación. Mucho recorrido parece y encima en comandita.
Por eso conviene oír a Arnaldo, que ya en 2007 concluyó: «el proceso no tiene recorrido porque PNV y PSOE han dejado la mesa». Así que todos están ahora con el recorrido a vueltas, no sea que les regañe otra vez. Básicamente preocupa el de Bildu. Nadie se pregunta si la democracia tendrá recorrido en «el nuevo escenario». Si ya lo dice Arnaldo: «los pasos dados hasta ahora han recorrido una parte del camino. Toca ahora seguir recorriendo hasta el final». Su recorrido no va exactamente hacia la democracia, sino a «un escenario realmente democrático» y a construir «un Estado Vasco desde la izquierda».
Manuel Montero, EL CORREO, 8/7/11